Llora, el país amado…
CIUDAD DE MÉXICO, 26 de junio de 2017.- Definir la nueva relación de México con el mundo, especialmente con su vecino y principal socio comercial, Estados Unidos, tiene que ser parte de la agenda de prioridades sustantivas de los partidos políticos y sus candidatos, así como de quienes contiendan de manera independiente de cara al proceso sucesorio de 2018.
En efecto, junto con la política social, el combate a la corrupción y la política de seguridad pública –comentábamos en colaboraciones anteriores–, el nuevo papel de nuestro país ante la comunidad de naciones es un tema que demanda definiciones, por imperativos del momento, pero desde una perspectiva de largo plazo.
La posición que debe asumir México los próximos años ante quienes compartimos una frontera de 3 mil kilómetros, una historia accidentada de encuentros y desencuentros y un comercio de bienes y servicios superior a 500 mil millones de dólares anuales al amparo del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), se erige como el necesario núcleo de la política exterior, sin desdeñar la indispensable cooperación fraternal, diplomática y estratégica con los países de América Latina, nuestros hermanos por origen y cultura.
Visto con mayor detalle, Estados Unidos exporta a México bienes por 211 mil 850 millones de dólares, 16 por ciento de todo lo que vende al exterior, según datos de noviembre de 2016 del Departamento de Comercio estadunidense, mientras México tiene en su vecino del norte al principal mercado de sus bienes y servicios, tanto que las exportaciones mexicanas hacia ese destino suman –datos también del cierre del año pasado– 294 mil 151 millones de dólares, que representan 13.4 por ciento de las compras totales que realiza ese país, para un superávit comercial de más de 80 mil millones de dólares.
Con Estados Unidos compartimos, además, una frontera por la que cruzan más de un millón de personas al día y a lo largo de la cual conviven unos 15 millones de personas en 10 estados de ambos países, entre ellos economías como las de California y Texas, cada una de ellas superiores en producto interno bruto a varios países europeos.
De ahí el imperativo de fijar para el futuro construir una postura política viable y sustentada ante Estados Unidos, a la luz de una relación bilateral tensa y complicada, si bien firmemente conducida por las autoridades nacionales, ante un gobierno estadunidense abiertamente hostil para México, el más xenófobo, neofascista y lesivo para los intereses nacionales en los pasados 100 años.
Fuimos de los primeros en advertir, desde que el hoy mandatario de la mayor potencia mundial era apenas un aspirante a la candidatura del Partido Republicano, que no había que subestimar la amenaza que la derecha retardataria y oscurantista de Donald Trump representaba para México y para los mexicanos, los residentes allá y los habitantes de acá.
Hoy hemos pasado de la amenaza verbal a la realidad concreta de una relación bilateral radicalmente modificada y que tiene que revisarse de cara al próximo sexenio. El recién anunciado retiro hacia China de la inversión programada por la compañía Ford en la planta armadora de Hermosillo, Sonora, para autos de la línea Focus a partir del segundo semestre de 2019, es parte de este clima de adversidad incentivado desde el gobierno estadunidense.
Por eso no puede eludirse la pregunta: ¿cuál es la propuesta de política exterior, específicamente de relación con Estados Unidos, un tema estratégico de Estado, no de coyuntura motivacional, de parte de las principales fuerzas políticas nacionales, con frecuencia inmersas en una espiral de descalificaciones recíprocas agotada en el corto plazo, y cuál será el esquema alternativo de sus candidatos?
Para empezar, el gobierno mexicano se apresta a negociar con las administraciones de Estados Unidos y Canadá los nuevos términos del TLCAN, un instrumento que en los datos duros ha beneficiado a las tres partes desde el inicio de su puesta en marcha en 1994, en crecimiento comercial, creación de empleos y reducción de costos para beneficio de los consumidores de los tres países, pero que hoy sufre la embestida política y mediática del gobierno trumpista.
Ya describimos el tamaño de la relación comercial entre México y Estados Unidos a partir de la firma de ese instrumento: más de un millón de dólares cada minuto, relación que impacta en el medular indicador del empleo para beneficio de nuestro país, pues al cierre de 2015 las empresas estadunidenses empleaban en México a 1.29 millones de personas, según cifras de la administración estadunidense, pero también para beneficio de los ciudadanos de aquel país: alrededor de 5 millones de sus puestos de trabajo dependen del comercio con México.
Por eso yo insisto en que la relación entre México y Estados Unidos tiene que darse en términos de bilateralidad, simetría, equilibrio y respeto en el ámbito de la economía y el comercio, y también en el de la política y la diplomacia, como se ha delineado ya por parte del gobierno mexicano en una hora axial de la historia de ambas naciones.
Para México, una ruptura del TLCAN o una desvirtuación de sus términos originales –hipótesis que, ya se adelantó, no será aceptada por los negociadores mexicanos– significaría afectar sensiblemente –que no perder, pues se aplicarían supletoriamente las reglas de la Organización Mundial de Comercio– el acceso a su hoy principal mercado de bienes y servicios, fuente también de más de un millón de empleos estables y productivos.
Para Estados Unidos, insistir en una política cerrada, retrógrada y agresiva con sus principales socios comerciales continentales, México y Canadá, significaría abdicar a su liderazgo mundial y cederlo en los hechos a potencias emergentes como China, que contempla impasible cómo la mayor economía del mundo desde la mitad del siglo 20 se erosiona a sí misma a partir de los tropiezos y falta de visión estratégica de su propio gobierno.
En todo caso, es responsabilidad de los partidos políticos y, en su momento, de sus candidatos presidenciales, más quienes figuren de manera independiente, elaborar una propuesta articulada y visionaria, cada cual con sus modalidades específicas, sobre el nuevo papel de México en el mundo el próximo sexenio y las bases de los siguientes, especialmente definir en el centro de su agenda de política exterior el perfil de la relación comercial, política y diplomática de nuestro país con la todavía primera potencia mundial, con la que inexorablemente nos vinculan geografía, historia y futuro.