El episcopado ante el segundo piso de la 4T
El PRI encasilla su Asamblea Nacional política y geográficamente
Olvidó las consultas y aparecieron los cacicazgos y la corrupción
Pero con o sin candados, la militancia exigirá democracia interna
CIUDAD DE MÉXICO, 1 de agosto de 2017.- Literalmente.
La 22 Asamblea Nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) pareciera centrarse en los llamados candados, como se denomina a los requisitos para ser candidato a cargos de elección mayores, básicamente presidente de la república y gobernadores.
A esa reducción discursiva se agrega otra: el lugar donde se instalará la mesa de estatutos para analizar si se reforman o no.
A Campeche llegarán el segundo fin de semana de agosto solamente delegados seleccionados, no se abrirá el debate al estilo ceceachero o auténticamente asambleísta y es previsible la victoria de la representación oficialista para no exigir formación ni historia priista al candidato presidencial de 2018.
Para aspirar a la postulación hoy es necesario acreditar una militancia mínima –en el PRI, vale repetir a riesgo de pleonasmo- de diez años y haber tenido cargos de dirección y elección popular.
Rescoldos del sentimiento despertado tras la postulación de Ernesto Zedillo, quien sin militancia acreditada ni fe tricolor llegó a relevar en la candidatura de 1994 a Luis Donaldo Colosio, un priísta de cepa, ex dirigente nacional tricolor, ex diputado, ex senador y ex coordinador de una campaña presidencial.
Molestia multiplicada con el discurso de sana distancia mientras ponía y quitaba dirigentes hasta debilitar al PRI y convertirlo en el espantapájaros listo para la derrota de 2000 ante Vicente Fox.
Procesos abiertos vs cacicazgos en los estados
Ahora el discurso se llama democracia.
Pocos lo recuerdan, pero en el quitar y poner presidentes priistas –Ignacio Pichardo, María de los Angeles Moreno, Santiago Oñate, Mariano Palacios Alcocer, José Antonio González Fernández y Dulce María Sauri Riancho-, Ernesto Zedillo hizo experimentos democráticos.
Así surgieron candidatos a gobernadores –Joaquín Hendricks en Quintan a Roo, Melquiades Morales en Puebla, Tomás Yarrington en Tamaulipas, Juan S. Millán en Sinaloa, por citar algunos- para quitar poder al mandatario saliente.
Antes de continuar, analicemos un caso:
Mario Villanueva quería imponer a Ady Joaquín Coldwell y hasta viajó a La Habana para negociar con el entonces embajador mexicano en Cuba, Pedro Joaquín Coldwell, cómo la hermana de éste vencería a Hendricks y a Sara Musa.
Contra su voluntad, ganó Hendricks y, a más de acabar el cacicazgo, Villanueva no tuvo protección y fue a la cárcel, de donde no ha salido.
Después llegaron Félix González Canto y Roberto Borge para mal gobernar y generar conflictos y corrupción hoy bajo investigación de la justicia y un mandatario detenido en Panamá en espera de extradición.
Quién sabe cuál hubiese sido la suerte de Quintana Roo si Villanueva hubiese se hubiese constituido en amo absoluto y transexenal.
Con o sin candados, la base exigirá democracia
Hoy el reclamo, decíamos arriba, es democracia al interior del PRI.
Con o sin candados, los priistas reclaman tener la decisión de los candidatos, elegir entre prospectos y darse uno con representación popular y capaz de combatir en todos los ámbitos, urbano y rural, en el norte y en el sur.
Nada fuera de lógica cuando el PRI aparece en desventaja electoral, hay una sociedad hastiada con los partidos –más de 50 por ciento rechaza a la llamada clase política– porque la ha defraudado y no tiene posibilidades de remoción. La revocación de mandato es un tema pendiente y no estará en la Asamblea Nacional.
Ni ese ni otros, como los desmenuzaremos más adelante.