Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
OAXACA, Oax. 14 de septiembre de 2017.- Por el momento la atención de muchos descansa en los sucesos de los últimos días. Son comunidades en una franja importante de territorio entre Chiapas y Oaxaca principalmente, las que poco a poco van viendo en sus escombros y la cantidad de heridas y muertos, la magnitud de un sismo que se sigue replicando en intensidades menores pero que alertan, angustian y movilizan.
Hemos visto en todos los medios existentes, imágenes del momento preciso, del después y del ahora. Lo que quizás no podremos ver por el momento, son imágenes del después que vendrá después, de aquel tiempo incontrolable, que nos irá magnificando o apaciguando realidades.
¿Nos estaremos deteniendo un poco para mirar realmente hacia atrás y hacia adelante? o son actuaciones emergentes ante algo que si bien no estaba en los planes de todos, si podia haberse planeado un posible, un acercamiento a realidades que solamente podrían existir en la experiencia de otros y no en las nuestras.
Mirando el antes de esas comunidades devastadas o cuasi perdidas, y deteniendo la memoria en Juchitán y alrededores específicamente, reflexiono que aquél lugar ya estaba devastado; la historia pasada y la más reciente nos habla de su devastación desde hace ya varios años, cuando los primeros gobiernos populares, desviaron su misión primaria para convertirse en mercenarios de la necesidad.
Años antes, las empresas madereras habían devastado casi toda la selva de los Chimalapas, creando un amplio círculo de pobreza, migración, adicciones y división que se ha mantenido a través del tiempo.
En tiempos más recientes, el descubrimiento pasado de la potencia de los vientos, hizo que la modernidad llegara para la generación de electricidad, creando alrededor de los pueblos adyacentes, una estructura de ambición y traiciones culturales. La siembra del crimen organizado para ir generando terror y migración forzada, previa instalación de adicciones en varios sectores de la población.
Más alla, en años pasados, la empresa mexicana que petrolizó nuestra economía, PEMEX, devastó y sigue devastando una amplia zona de estos territorios de los Zapotecas, Huves, Zoques, Chontales y Mixes.
Ya.
Esas zonas ya estaban devastadas antes de los huracanes y sismos recientes y lo que ahora sucedió, no fue el tiro de gracia, sino quizás, el principio para re acomodar la dignidad de los pueblos y se comiencen a surcar y sembrar otra visión de su vida.
El problema es que esto que ha sucedido, es oro molido para las eólicas, las mineras, los políticos y los demás oportunistas que llegarán vaciando expectativas sobre una cultura y pueblos en vias de extinción.
La esperanza es la solidaridad sin etiquetas, la mano sincera que apoya y construye; la inmediata sacudida a la razón de la humanidad para limpiar la tierra y poner ahí los cimientos de la unidad que soporten las más intensas sacudidas y los más violentos vientos de ese sur, sur del sur, mariposa atropellada.