Cortinas de humo
OAXACA, Oax., 24 de septiembre de 2017.- No cabe la menor duda, nuestro régimen representativo no goza de buena salud, los políticos, en lo general, tienen el nivel más bajo de reconocimiento social, por igual los partidos políticos, los poderes de la Unión, los poderes estatales y municipales, pero aún más preocupante, nuestro sistema electoral va perdiendo legitimidad a una velocidad espeluznante.
De cómo ha sido que hemos llegado a esta situación no alcanza el espacio que implica este pequeño ensayo.
De lo que estamos seguro es que se debe de cambiar radicalmente la situación del régimen político mexicano, hacerle pequeñas reformas a conveniencia de ciertos grupos y partidos políticos ya no basta, tampoco resuelve el problema.
Los sismos del 7 y 19 de septiembre nos han mostrado que nuestro sistema representativo no está a la altura de las emergencias nacionales, sean estas naturales, sociales, económicas y políticas, nuestros gobernantes y las instituciones que los soportan, muestran la evidencia de su caducidad, inoperancia, insuficiencia, incapacidad, sobre todo, de su corrupción.
Nuestro régimen político debe partir de otra lógica, de otra ética, de otra filosofía, de otra forma de organización y de procedimientos más eficaces y transparentes.
La lógica política de centralizar todo en manos del gobierno federal como resultado de la Revolución ha agotado su rendimiento positivo, hoy la centralización está demostrando ineficacia, corrupción, inoperancia, ha empequeñecido, empobrecido, mutilado, corrompido, subsumido, a los gobiernos de los estados y municipales, son hijos menores del poder presidencial y de la burocracia central.
La lógica del predominio del Poder Ejecutivo sobre los demás poderes está evidenciando sus pies de barro, los gobernantes hegemónicos, poderosos, omnipotentes, omnipresentes, están demostrando ser gigantes torpes, inoperantes, burocratizados, impotentes, ineficaces. Su verticalidad, autoritarismo, antidemocracia, ya no cabe en el México de hoy.
Con el sólo hecho de cambiar estas dos lógicas de nuestro régimen político se puede transformar radicalmente nuestra realidad política. Ha llegado la hora de la descentralización para que el ciudadano de a pie tome en sus manos los asuntos públicos, los asuntos de interés común.
Se debe partir como base de nuestra organización política territorial la comunidad. Los ciudadanos reunidos en asambleas, juntas y reuniones según el caso, por pueblos, ejidos, bienes comunales, barrios, colonias, manzanas, administrados por comités dependientes de las asambleas, harán posible la solución de los problemas comunes, sobre todo, los de seguridad como el caso de los sismos, desastres naturales, crimen organizado, feminicidios, servicios elementales, etcétera.
De esta manera tendremos un verdadero pueblo organizado sin mediación de los políticos profesionales, mucho menos de partidos políticos. Los elementos de cohesión de esta organización serían la solidaridad, la ayuda mutua, la ética del bien público, el Buen Vivir, la paz, la justicia y la deliberación de los asuntos públicos.
Esta deliberación sería la base para la elección de las autoridades municipales, estatales y federales. El gobierno por comunas, barrios, por labores, ha sido una experiencia que nos pueden heredar los pueblos indígenas. Esto sería un gran remedio para la corrupción, se ha demostrado que mientras más centralizado es un régimen es mucho más corrupto y más dinero requiere para su funcionamiento.
Es evidente que necesitamos de un régimen político en que la deliberación juegue un papel fundamental, la razón, lo razonable, lo viable, lo acordado, el consenso, el consentimiento, el espíritu público, sustituyan a la irracionalidad, al voluntarismo, a la verticalidad, al autoritarismo, a la arbitrariedad del predominio del Poder Ejecutivo.
Es hora de instaurar el gobierno de unos verdaderos representantes del pueblo, de esas comunidades, de ese órgano deliberativo, que es el Parlamento. Este Parlamento deberá constituir el gobierno, un órgano ejecutivo que deberá responder a las asambleas deliberativas, en caso de no hacerlo, el Parlamento estará en posibilidad de disolver ese gobierno. El esquema deberá de establecerse desde la comunidad, el municipio y en los estados.
Lo anterior implica cambiar nuestro régimen electoral, ese “mísero detalle técnico que depende la felicidad de los pueblos”, como lo expresó el filósofo español José Ortega y Gasset. Para empezar, es necesario que el INE delegue a los Estados la organización de las elecciones próximas para poder abaratar el costo de las elecciones.
En el 2012 el IFE (hoy INE), tuvo un gasto de organización de las elecciones por la cantidad de 10 mil millones de pesos, para la organización de las elecciones del próximo está requiriendo la cantidad de 18 mil millones de pesos, un incremento del 80% con el pretexto de contribuir en la organización de las elecciones estatales, sin embargo, las autoridades electorales locales no disminuyeron sus presupuestos, de esta manera tenemos las elecciones más caras de la historia nacional.
Por razón de Estado es necesario que el INE y los partidos tomen esta decisión para así obtener por lo menos 6 mil millones de pesos para la reconstrucción de los desastres de los sismos.
Por otro lado la Reforma del 2014 incrementó más del 400% las prerrogativas de los partidos en los Estados, además del incremento a nivel federal, se tiene calculado 12 mil millones para los partidos para las elecciones próximas, de igual manera, por razones de Estado, habría que anular este financiamiento y destinarlo a la reconstrucción. El espíritu patriótico no debe faltar en el gobierno, legisladores y partidos políticos.