Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
CIUDAD DE MÉXICO, 15 de noviembre de 2017.- Las noticias no pueden ser mejores para López Obrador, quien si nada “de muertito” y se abstiene de decir lo que realmente piensa, no tendrá obstáculos para ganar la Presidencia en las elecciones de julio.
Si se desploma el PAN, como apuntan los pleitos internos en ese partido, el ganador es AMLO.
Lo vimos en el Estado de México: se desinfló la candidatura panista hasta llegar a niveles inimaginables de 11 por ciento, y quien capitalizó ese voto, mayoritariamente, fue Morena.
Prácticamente todo el corredor azul se fue a Morena, con tal de que no gane el PRI.
Al PRI lo salvaron sus aliados y sobre todo que López Obrador no estaba en la boleta electoral.
La lectura que se ha hecho de la elección en Edomex es errónea.
Primero, porque el partido que tuvo más votos fue Morena y no el PRI.
Segundo, porque Morena logró ese primer lugar con una candidata muy mala, con historial de peculado confeso y sin preparación para abordar casi ningún tema.
Tercero, Josefina no cayó porque se publicaron datos (falsos) sobre la riqueza de su familia, sino porque el PAN no la apoyó lo suficiente y la elección se convirtió en una parejera PRI-Morena.
Cuarto, la caída del PAN favorece a AMLO, no al PRI.
Y quinto, Morena es un partido nuevo, prácticamente desconocido… y fue primero en el Estado de México. ¿Qué va a pasar con AMLO en la boleta, que es el político más conocido del país, junto con Peña Nieto?
Dicen que López Obrador tiene un techo del 32 o 34 por ciento de la votación pues no pasa de ahí en las encuestas. Es una afirmación ligera, cada elección es diferente y ésta aún no empieza. En todo caso con eso le alcanza para ganar. El ánimo del país no es el mejor para presumir logros, que sin duda los hay, y no son pocos.
Pero los precios suben como nunca en varios años.
La violencia, como dijo María Elena Morera ante el Presidente, “está en niveles de masacre”.
Y el PAN se encuentra dividido y sujeto a presiones inéditas en la historia de ese partido: imponer al candidato presidencial por dedazo y acallar las voces críticas.
Como reportero tuve la fortuna de cubrir asambleas con debates históricos, a puertas abiertas, entre Luis H. Álvarez y Pancho Barrio en Chihuahua. O entre Jesús González Schmal y Carlos Castillo Peraza en la capital del país.
Así se hizo grande ese partido, y ahora resulta que a los que quieren competir los callan o les enseñan la puerta (“el que se fue se fue”). Están rotos.
El PRI ha tenido el mérito de lograr que se hable mucho de su “tapado” y se escriba y especule acerca de quién es, o quién sería el mejor. Pero eso es todo.
Sin un PAN fuerte el PRI no gana. Sin un PRI fuerte el PAN tampoco gana.
Y con esos dos partidos menguados y enfrentados como si ellos fueran los verdaderos rivales a vencer, López Obrador gana la Presidencia y luego hará lo que quiera con el país.
Anaya y Ochoa pueden hacerse viejos discutiendo, pero el adversario de ambos está en otro lado.
Y lleva las de ganar, fácil. Salvo que el PRI acierte con su candidato y el PAN se recupere.