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CIUDAD DE MÉXICO, 29 de diciembre de 2017.- La denominada actividad física incidental contribuye a mejorar la capacidad cognitiva de los adultos mayores, determinaron especialistas del Laboratorio de Psicofisiología del Instituto de Neurobiología (INb) de la UNAM.
Igual que la práctica deportiva es recomendable para mantener sano a nuestro organismo, la actividad física no estructurada o incidental podría además prevenir enfermedades mentales degenerativas. Incluye labores como cuidar a los nietos o a un enfermo, o la jardinería, y son tan eficaces para la salud cerebral como una rutina de ejercicios físicos.
Mediante la investigación Evaluación multimodal de los efectos de la actividad física en adultos mayores, que dirige Thalía Fernández en colaboración con Juan Silva Pereyra, de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala, y alumnos de posgrado (maestría y doctorado) y licenciatura, se realizan estudios comparativos entre dos grupos de adultos mayores sanos, uno con un estilo de vida más activo físicamente, y otro sedentario.
El objetivo principal de la investigación es explorar si existen diferencias en su actividad eléctrica cerebral (evaluada mediante electroencefalograma), en la estructura cerebral (con resonancia magnética) y en la actividad cognitiva (por métodos conductuales, electrofisiológicos y de imagen) para evaluar la activación cerebral durante el desarrollo de tareas.
Javier Sánchez, quien cursó su doctorado en dicho laboratorio, sugirió el uso de una encuesta para clasificar la muestra con base en su actividad física incidental (no estructurada), es decir, tareas cotidianas como subir escaleras, caminar al autobús, limpiar la casa o el jardín, entre otras, pues los estudios existentes exploran la práctica de actividad estructurada, que se realiza por lo general en un gimnasio y que no es tan frecuente entre los adultos mayores.
Thalía Fernández explicó que utilizaron la Encuesta de Actividad Física de Yale en 100 adultos mayores; separaron a los participantes en dos grupos: activos y pasivos.
Mauricio González, estudiante de doctorado, expuso que “más allá de la actividad física estructurada, el cuestionario mide el esfuerzo que desempeña un individuo por el simple hecho de cambiar algunos hábitos como subir escaleras en lugar de tomar el elevador, caminar al supermercado o a la tienda en vez de utilizar el auto, incluso barrer y trapear”.
Al comparar los electroencefalogramas, encontraron que los más sedentarios tenían una actividad eléctrica cerebral más lenta, que se parece a la de quienes presentan riesgo de deterioro cognitivo.
Los resultados sugieren “que la actividad física incidental podría prevenir el desarrollo de patologías neurocognitivas en esta etapa de la vida”, dijo Thalía Fernández.
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