Día 17. EU perdió control del mundo el 9/11 y el Capitolio 2021
Hacia el 1J
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología
OAXACA, Oax., 21 de enero de 2018.- Si “vine, vi y vencí” se atribuye a Julio César al explicar al Senado la rapidez con la que ganó una batalla decisiva; otra cosa es la guerra, en la que se requiere aplicar la técnica histórica del “divide y reinarás”.
Dividir es una estrategia que ha sido utilizada en infinidad de guerras políticas y suele pasar inadvertida hasta que se muestran sus resultados.
Más dividir no basta. Hay que dividir lo necesario, restar lo menos, sumar lo más y, aun mejor, multiplicar todo lo posible.
Es obvio que la estrategia está en marcha ahora mismo en el México del gobierno federal a las precampañas en donde ya muestra algunos de sus frutos a favor de diversos actores que la han instrumentado.
De entrada, el presidente Peña dividió a su gabinete en dos grupos, el de Videgaray y el de Osorio, a efecto de gobernar y equilibrar el manejo del poder.
Restó algo a algunos (Salinas, Madrazo y Beltrones, o bien, Duartes y Borges), sumó a otros (Zedillo, Fox y Calderón), y multiplicó vía subgrupos (Narro, De la Madrid y hasta Calzada).
Otro tanto hicieron en su momento López Obrador y Anaya.
El primero dividió a la izquierda, restó a la derecha de esa izquierda, sumó a los grupos opuestos a esa corriente y ha multiplicado vía alianzas y su coalición pragmática y variopinta.
Qué decir del segundo, quien dividió al PAN, restó a maderistas y calderonistas, sumó a “morenovallistas” y otros elementos locales, agregó al PRD y a Movimiento Ciudadano anti-AMLO, y ahora multiplica con todos lo deseable.
En el cálculo estratégico más fino, las nuevas reglas del sistema electoral en los temas de candidatos independientes, paridad de género, indígenas y jóvenes, estos últimos según cada estatuto partidario, también responde a la división que puede convertirse en resta para unos y suma y multiplicación para otros partidos y coaliciones, aunque la lógica inversa también podría beneficiar a estos.
Al concluir un mes de precampañas, la división está más presente en el PRI y el equipo de su precandidato que en los de sus principales competidores.
Si el PRI no sella esa fisura, por ahí pasará el torrente que le impedirá levar anclas.
Sin duda, Meade alcanzará el registro como candidato pero el pesado portaaviones priista no llegaría muy lejos, máxime cuando el océano popular está picado por los rayos y tormentas de la corrupción, la inseguridad y la insuficiencia económica que le han caído y continúan cayendo encima.
No hay estrategia triunfadora posible cuando los estrategas y principales operadores se estorban y conflictúan como si el éxito estuviera asegurado.
Antier el PRI podía nominar candidato y ganaba sin mayor disputa. Ayer mordió el polvo justo porque se dividió y restó de manera consistente. Hoy parece que no recuerda la lección: Sumar y multiplicar.
Hacia los registros de mediados de febrero y el subsecuente periodo de intercampaña que termina a finales de marzo, apenas tendrá tiempo para ajustar sin perder más terreno. En 2000 y 2006, le fue imposible remontar.
Si no lo hace, se convertirá en el ciervo útil que tendrá que sumarse y ser multiplicado por quienes le arrebaten el segundo lugar, es decir el Frente PAN-PRD-MC, en el entendido de que la coalición Morena-PT-NA podrá aprovecharse de los despojos.
En ese escenario, al PRI solo le quedaría regresar a post 2000 y 2006. Refugiarse en el Congreso y los estados que conserve. Tendrá que superar, desde allí, la depresión de un nuevo fracaso. Presidente débil. Gobernadores fuertes.
Ello ocurriría mientras que los triunfadores se benefician de los frutos maduros de algunas de las reformas estructurales que en 2012 vía Pacto por México consiguió aliado con PAN y PRD. Esto no es algo ajeno a la experiencia documentada.
El Perú post-Fujimori desde 1990 a la fecha o el Estados Unidos post-Clinton de 2000 en adelante, así como otros casos revelan que una combinación de graves errores y grandes aciertos siembran en el campo, simultáneamente, minas anti-gubernamentales que revientan campañas y semillas cuyas cosechas administrarán sus adversarios.
Esto, claro, hasta que los nuevos detentadores del gobierno generen sus propias contradicciones y la suerte cambie de dueño, según se observa ahora en Perú y en Estados Unidos.
Ahora bien, desde una perspectiva institucional, la división más benigna es la que debe darse entre los poderes formales y reales.
Que el Presidente no interfiera al legislativo, el judicial y los órganos autónomos pero que tampoco resulte tan débil que no pueda garantizar la conducción del Estado.
Que los poderes fácticos se equilibren unos con otros y que los poderes formales mantengan el balance.
Dividir para ganar elecciones y para gobernar es práctica común sabida.
Auto-controlarse y conducir, respetar y preservar los frenos y contrapesos mientras se orienta, decide y avanza en la agenda de solución de problemas, esto es ciencia y arte de estadistas; hoy, lamentablemente, tan escasos.