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Carlos Ramírez | Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO, 11 de febrero de 2018.- La exhibición de la película Mark Felt y ahora The Post parece ser un respiro de aire fresco para la prensa estadunidense enfrentada a los estilos atrabancados de Donald Trump.
Sin embargo, ambas películas pudieran más bien encaminadas a reforzar estereotipos falsos: la gran prensa industrial y alguna de ella bursátil forma parte del establishment liberal del imperio y su tarea es la de reforzar la dominación del estilo de vida americano a costa de dominar a todos los países.
La prensa estadunidense utiliza las películas como aparatos ideológicos de sus intenciones imperiales. En pocas palabras, The Washington Postpeleó en la Corte Suprema el derecho a publicar, no una oposición social a la guerra de Vietnam.
Y su papel en el asunto de Watergate fue la de revelar secretos de la Casa Blanca, no destruir al imperio. En el 2005, en Vanity Fair, el subdirector del FBI durante Watergate, Mark Felt, revelo que él era garganta profunda, el misterioso informante de Bob Woodward; y con datos adicionales quedó claro que el trabajo de Woodward y Carl Bernstein fue conducido por los intereses de Felt y su enojo porque Nixon no le dio la dirección del Buró.
Y queda aún por aclarar el hecho de que Woodward hizo su servicio militar, antes de ser reportero, en oficinas de inteligencia de la Marina y su tarea fue la de entregar casi todos los días reportes de inteligencia al subdirector del Consejo de Seguridad Nacional, general Vernon Walters; en una antesala conoció a Felt, su futuro informante.
The New York Times, a su vez, ha sido un instrumento extendido de la doctrina imperial de seguridad nacional, como lo acaba de revelar el periodista James Risen en su texto que narra cómo en el 2005 en dos ocasiones el diario se negó a publicar un reportaje sobre el espionaje clandestino a todos los estadunidenses.
No ha sido la primera vez: el periodista Gay Talase cuenta en El reino y el poder la historia de cómo el diario no publicó la exclusiva del reportero Tad Szulc en 1961 que revelaba la invasión a Cuba organizada por la CIA; el presidente Kennedy llamo a Orvil Dryfoos, presidente del NYT, para pedirle la censura y el dueño aceptó.
Lo mismo ocurrió con Risen: el gobierno de Bush Jr. presionó al diario para evitar durante un año las revelaciones de Risen (que le valieron el Pulitzer). La historia la cuenta el propio Risen en theintercept.com
El máximo avance de la prensa estadunidense industrial ha sido el de revelar secretos, no la de confrontar al imperio. Cuenta Tom Wicker –fallecido periodista del NYT y ex jefe de la oficina en Washington– en De la prensa que el papel activo de los corresponsales en Vietnam fue presionado por la sociedad, cuando los padres de familia de los soldados encontraron que lo que informaban los grandes diarios eran mentiras respecto a lo que sus hijos les escribían en cartas.
Entonces salieron a confirmar los boletines y se encontraron con el hecho de que el gobierno de los EE.UU. estaba mintiendo. La gran revelación de la prensa fue la matanza de civiles en la aldea de My Lai, escrita en el NYT por Seymour M. Hersh.
Las revelaciones de Risen confirman que los ataques terroristas del 9/11 del 2001 fueron usados por la Casa Blanca para desandar lo logrado en materia de revelaciones a través de la prensa, como dinámica social y no por intención mediática, por los Papeles del Pentágono y Watergate. Risen estuvo indiciado penalmente durante siete años y casi pisó la cárcel por negarse a revelar sus fuentes.
La peor parte del acoso judicial no fue de Bush Jr., sino del presidente liberal Barack Obama, al grado de que el año pasado, al comentar los acosos de Trump contra la prensa, Risen dijo que el modelo trumpista había sido creado por Obama.
Por restricciones legales, subordinación por seguridad nacional e intereses de los editores, hoy sería imposible reproducir revelaciones al estilo Watergate.
La historia de los Papeles del Pentágono en el Post tiene otras partes. La primicia de esos documentos la tuvo The New York Times, pero una orden judicial detuvo su publicación.
Con una audaz ofensiva periodística, el Post consiguió su propia copia y un juez también la detuvo, solo que la dueña del diario, Katharine Graham, usó el canal legal y llegó a la Corte Suprema para obtener la autorización legal.
El Times se ajustó al primer mandato porque sus dueños fueron convencidos que estaba en riesgo la seguridad nacional. Además, el periódico era “amigo” del presidente Kennedy.
El objetivo del Post y del Times al publicar los documentos fue primero de una primicia histórica; después para demostrar que el presiente Johnson había mentido en torno a Vietnam.
Sin embargo, los dos diarios –donde laboraban figuras que sirvieron o tuvieron amistad con Kennedy: Benjamin Bradlee en el primero y James Reston en el segundo– no señalaron que el responsable del fracaso en Vietnam fue Kennedy ni fijaron el punto de que Vietnam fue una guerra imperialista de dominación.
La dueña del Post fue una pieza clave en el establishment liberal de Washington y el director durante el periodo de Watergate fue Bradlee, un ex funcionario del Departamento de Estado que fue señalado por Deborah Davis, en base a un documento, como pieza de la CIA en una oficina en París al comienzo de los cincuenta y su papel fue servir como parte del servicio de información de los EE.UU. controlado por la CIA.
Bradlee ayudó a desprestigiar a los Rosenberg, la pareja acusada y condenada muerte por robar secretos nucleares. Trabajos en área de inteligencia en el pasado vincularon a Bradlee y a Woodward, ambos piezas clave en Watergate.
Continuará el próximo domingo.
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