Cortinas de humo
OAXACA, Oax., 28 de febrero de 2018.- Quién sabe cómo ocurra en otros países, pero en México es evidente que las convicciones en la vida pública están extraviadas por completo. Sólo aquí se aprecia, con toda naturalidad, que hoy un partido o facción política defiende con todo denuedo un planteamiento, proyecto o reforma, aunque apenas el día previo haya hecho y dicho, con igual intensidad, todo lo contrario. Aquí abundan los ejemplos. Y ante el regreso del PRI, y el aparente avance rápido de diversos temas en nuestro país, comenzamos a ver la magnitud de ese pragmatismo feroz que nos llevó a tener prácticamente dos décadas perdidas.
En efecto, es cierto que México no tiene todos sus problemas gracias a un solo hombre, a un solo partido o a un solo gobierno. De hecho, esa visión monocromática que pretende todo atribuirlo únicamente a las correcciones o incorrecciones del bando de los malos contra los buenos, es tan corrosiva como el hecho mismo de que supongamos que aquí todo pasa como producto de un mal gobierno, de un mal partido, de un mal gobernante o de una mala ideología. Nada en sí mismo tiene ese matiz. Y más bien, somos las personas, y nuestros errores y aciertos, lo que marca la diferencia entre algo constructivo o nocivo para nuestra nación.
¿Por qué afirmamos lo anterior? Porque en México hoy está muy de moda un término al que denominaron popularmente como “la docena trágica”, la cual bien puede extenderse a un periodo no de doce sino de 18 años. ¿A qué se refieren? Específicamente, la referencia se hace a los dos gobiernos emanados del PAN que, ciertamente, en dos sexenios deshicieron el poder que llegaron a tener y no sólo terminaron perdiendo las elecciones, sino siendo derrotados por el mismo adversario político, el Partido Revolucionario Institucional, a quien ellos habían derrotado apenas en los inicios de la década pasada. Es cierto, la derrota del panismo y su debacle son contundentes. Sin embargo, suponer que la llamada docena trágica es sólo producto del panismo es tanto como un error, y un exceso. Veamos por qué.
El solo gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa podría ser lo suficientemente trágico como para denominarlo así por la guerra contra el crimen organizado y por los desastrosos efectos que esta tuvo sobre la paz, sobre la legalidad y, en resumen, sobre los mexicanos. Sin embargo, al margen de eso lo cierto es que en muchos otros aspectos, en los que México también avanzó menos de lo que bien podría haber hecho, o en los que de plano se detuvo, no fueron culpa sólo del Partido Acción Nacional, sino de una combinación de factores que derivaron en la paralización de ciertos temas que eran torales para el país, y que ahora paradójicamente están avanzando en manos de quienes inicialmente se oponían a ellos.
Pongamos un par de ejemplos. Desde que el presidente Vicente Fox iba a asumir el poder, anunció que una de las primeras medidas de su gobierno sería la de la aplicación del Impuesto al Valor Agregado a alimentos y medicinas, que hoy están gravados con una tasa cero de impuestos. Decía el presidente Fox que esa sería una de las bases de la gran reforma fiscal que se pretendía para el país.
Y fue en gran medida el Partido Revolucionario Institucional quien se opuso terminantemente a que esa reforma se consolidara. Lucharon desde las trincheras legislativas oponiéndose a la iniciativa de reforma; lo hicieron también desde la base ciudadana alentando a las personas a inconformarse con medidas que consideraban como lesivas para la economía popular. Y también lo hicieron desde la manipulación populista, argumentando que los mexicanos necesitaban exactamente lo contrario a la imposición de más gravámenes. Y con todo eso pararon la gran reforma fiscal que habría dado aire fresco a las finanzas nacionales.
Rehén del partidismo
Otro de los grandes temas fue la discusión respecto a Petróleos Mexicanos y la industria de los hidrocarburos en México. En los últimos años, la discusión sobre ese tema dejó atrás prácticamente todos los argumentos razonados para pasar a la abierta irracionalidad. Hoy el supuesto “nacionalismo” de quienes antes se opusieron a cualquier tipo de reforma en materia energética (prácticamente sin ver cuál era su contenido, y anteponiendo los dogmas sin abonar a las necesidades apremiantes del país) es el mismo con el que se impulsó la reforma energética.
El ejemplo visible de ello está en los llamados “gasolinazos”. Durante el gobierno del presidente Calderón, éstos fueron repudiados por amplios sectores de la población, también alentados por partidos como el PRI. ¿Pero qué ocurrió después? Que los “gasolinazos” no sólo no se detuvieron, sino que continúan aplicándose con incrementos mayores, mensuales, al precio de los combustibles. Lo único que cambió fue la denominación.
De “gasolinazos” pasaron a ser “deslizamientos” ante el interés de quedar bien con el nuevo gobierno, y ante la decisión de las demás fuerzas políticas de oposición de secundar los proyectos del Revolucionario Institucional a cambio de otro tipo de prebendas políticas. Finalmente, los gasolinazos y los deslizamientos se terminaron para dar paso a la libre flotación de los combustibles, el cual sigue siendo un tema al que sólo acuden los partidos y los políticos cuando tienen la necesidad de una bandera opositora al gobierno, aunque en realidad no tengan convicción alguna por la defensa de la economía familiar, del bolsillo de la gente, o de la situación que impera en la mayoría de las familias mexicanas.
Así, lo que queda claro es que México es un país en el que el pragmatismo venció por completo a cualquier forma de convicción política. No hay forma de defender un proyecto o un tema con denuedo y argumentos sólidos. Muchos de los que pretenden hacerlo, terminan instalados en un radicalismo inopinado que también le hace mal. Pero los más, terminan ubicados en formas de hacer política en los que lo que vale es la conveniencia y las necesidades políticas del momento, pero no los temas que deberían ser parte toral de la agenda pública en nuestro país.
País sin convicciones
Muchos de los temas que fueron duramente rechazados en el pasado, hoy son una realidad ante la mirada impasible, cómplice o disimulada de las fuerzas de oposición. El PAN, que durante doce años impulsó la estabilización de los precios de los combustibles, es quien hoy reprocha a un funcionario de sus gobiernos, por haberlo hecho. El PRI hizo suya la guerra anticrimen del panismo. Y el perredismo y Morena están tan enlodados por la corrupción que tanto denuncian de sus adversarios. ¿Qué queda? La evidencia de que somos un país con un sentido muy laxo —si no es que nulo— de convicciones políticas, democráticas y de congruencia.
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