Economía en sentido contrario: Banamex
El proceso electoral mexicano estaría ofreciendo un escenario analítico que los españoles podrían entender muy bien: el desgaste de las oscilaciones pendulares entre dos opciones (la conservadora y la progresista), pero sin sacar al país de los problemas estructurales, de las limitaciones en el crecimiento económico y de la acumulación de desigualdades.
El problema se hace más grave cuando las oscilaciones del péndulo se dan dentro de un mismo escenario ideológico general, sólo que con dos desviaciones: la derecha mexicana (el PRI y el PAN-PRD) contra el progresismo populista (Morena).
Gane quien gane, la estructura de crecimiento económico será la misma; el PRI señala su preocupación social con programas asistencialistas restringidos y Morena insiste en su atención a sectores sociales marginados que a su vez se conviertan en base electoral garantizada.
Traducido este complejo enredo político-partidista a un lenguaje de realismo puro, el candidato del PRI (José Antonio Meade Kuribreña, ex ministro de Hacienda del gobierno panista de Calderón 2006-2012 y del gobierno priísta de Peña Nieto 2016-2017) limita el crecimiento de la economía a una media de 2.5% promedio anual, no tan malo, pero demasiado bajo al promedio del periodo 1934-1983 de 6%.
El programa económico del candidato del PAN (Ricardo Anaya Cortés, diputado que dirigió la cámara de diputados y manejó la aprobación de las reformas estructurales neoliberales) es similar mal del PRI.
Y el candidato de Morena (Andrés Manuel López Obrador, priísta hasta 1988, perredista hasta 2014) ni siquiera establece una meta de crecimiento económico, aunque su insistencia ha sido en programas asistencialistas de dinero directo a jóvenes, mujeres y ancianos a cambio de apoyo electoral.
A partir de programas económicos que se basan en el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica de 3% promedio de inflación a través de restricciones en la demanda (salarios controlados, PIB bajo y disminución en términos reales del gasto social), la polarización política entre el PRI y el PAN y Morena se ha centrado en la corrupción.
López Obrador ha acusado a la élite gobernante como “mafia del poder”, aunque el 80% de sus candidatos a las dos cámaras está formado por miembros de esa mafia que se salieron del PRI y del PAN para encontrar candidaturas en Morena.
México siempre ha sido un enigma para los politólogos extranjeros. Pero, en realidad, se puede explicar con sencillez: la élite política institucional (el 90% de los políticos de todos los partidos) viene del venero ideológico del sistema político del PRI.
En el siglo 20 sólo hubo un solo partido de oposición real, de alternativa: el Partido Comunista Mexicano, nacido en 1919 a instancias de la Internacional Comunista, independizado de Moscú en 1963, de ideología marxista-leninista y vigente hasta 1989 en que se auto disolvió y le dio su registro legal al Partido de la Revolución Democrática fundado por el ex priísta Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
Las opciones políticas mexicanas se mueven dentro de la institucionalidad priísta, un partido que hasta 1987 mantuvo en su seno las dos corrientes extremas, la derecha y la izquierda. Los dos gobiernos presidenciales del PAN (2000-2006 y 2006-2012) mantuvieron el modelo estabilizador económico del PRI, pactaron alianzas con el PRI en el congreso y tuvieron ministros de Hacienda del PRI neoliberal.
De ahí que la polarización electoral mexicana no se está dando entre dos opciones diferentes, sino entre la misma opción y dos propuestas similares en su estructura y proyecto económico.
Hasta ahora López Obrador ha escondido su propuesta económica real, aunque en libros de propaganda ha señalado sólo variaciones superficiales en manejo de dinero, prioridades de inversión y alianzas empresariales.
Aunque suene algo raro o incomprensible, el modelo de López Obrador sería un neoliberalismo populista, una mezcla entre disciplina de gasto con inversiones asistencialistas no productivas y uso de dinero fiscal reorientado.
El problema, sin embargo, es que la crisis social de México requiere ya de un cambio de rumbo. El modelo económico se basa en la doctrina del Fondo Monetario Internacional de estabilizar la inflación vía presupuesto público, aunque se sacrifique el PIB y no se atiendan demandas sociales.
Desde 1956 economistas mexicanos discuten si la inflación es producto de la demanda (modelo Friedman) o consecuencia de estructuras productivas desorganizadas.
Por el tamaño de la población, México necesita crecer 6% anual del PIB para atender a todos los mexicanos, incluidos los que cada año se incorporan por primera vez al mercado de trabajo formal.
La tasa promedio e 2.2% anual de 1983 al 2018 sólo atiendió a un tercio de los mexicanos, dejando a dos tercios en la informalidad. El desafío se localiza en la necesidad de crecer sin generar inflación porque la oferta es restrictiva y se conforma con subir precios para absorber la demanda.
El México del periodo presidencial diciembre 2018-diciembre 2024 oscila entre el monetarismo del PRI y el asistencialismo de Morena-López Obrador.
Pero el PRI no ha reconocido que las bases electorales de López Obrador se han formado de los priístas que quedaron fuera del reparto de candidaturas y de mexicanos marginados del bienestar. Hasta 1983 el PRI tuvo la habilidad de administrar en su seno la oscilación pendular.
Los señalamientos de corrupción del PRI y del gobierno de Peña Nieto fueron desdeñados desde el poder, en tanto que López Obrador recogió la bandera de la corrupción como discurso de campaña. Pero la corrupción es un discurso político, en tanto que la sociedad desigual espera más bien una propuesta de desarrollo y bienestar con distribución de la riqueza.
Gane quien gane no sacará a México del hoyo del subdesarrollo.