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CIUDAD DE MÉXICO, 6 de agosto de 2018.- Aunque comenzó a trabajar en las estructuras del Estado en 1969, Manuel Bartlett Díaz estaba incorporado en los pasillos del poder priísta desde 1966.
En el 2006, sin renunciar al PRI, hizo campaña y pidió el voto por el candidato perredista Andrés Manuel López Obrador.
Con habilidad política y los estilos priístas de acomodarse en el poder sin generar conflictos, se salió del PRI, comenzó a trabajar para el tabasqueño y aceptó la nada grata tarea de representar en el Senado al Partido del Trabajo, una organización rémora salinista.
Ahora cobra facturas: la dirección de la Comisión Federal de Electricidad, una empresa grande en tamaño, pero pequeña en dimensión política; en el fondo, Bartlett esperaba otra cosa.
Bartlett es un burócrata del poder. Su imagen de político duro, acentuado por una quijada inferior sobresaliente que le endurece el rostro y sus palabras siempre fuertes y despreciativas, en realidad casa con su cincelado político: el perfil de un político diazordacista, un hombre de poder, de fuerza, de razón de Estado, avanza hasta que lo detienen.
En los hechos, se movió en los espacios del diazordacismo posterior al movimiento estudiantil del 68.
En septiembre de 1969 publicó un ensayo en la revista Pensamiento Político, de la CNOP del PRI, sobre El sistema presidencialista mexicano.
Las fechas son significativas: de finales de 1968 a finales de 1969, el aparato político del PRI se movió para cubrir a Díaz Ordaz por los efectos negativos del 2 de octubre.
Por tanto, el ensayo de Bartlett debe leerse como un apoyo institucional a las decisiones de Díaz Ordaz en el 68.
El ensayo dibuja al Bartlett de entonces y ahora: duro, verticalista, autoritario, presidencialista, piramidal, inflexible, de puño fuerte; es decir, los rasgos de Díaz Ordaz como presidente del poder.
Si se cruza el perfil del presidente mexicano en 1969 que presenta Bartlett con los de López Obrador se encontrarán algunas razones de la coincidencia entre los dos: el presidente como jefe de gobierno y jefe de partido en el PRI y Morena, con un segundo liderazgo que llama legitimación sociológica o la forma en que se ejerce un prestigio para construir un consenso entre el pueblo y su líder.
Agrega: ”fuera de toda duda, el presidente ocupa el centro del sistema político mexicano”… La función del presidente es afirmar su liderazgo político, evitando toda posibilidad de instauración de una burocracia gobierno de los funcionarios. No hay que olvidar que la racionalidad burocrática carece de legitimación en sí misma y que el poder que despliega el ejecutivo sólo está justificado si éste es ejercido por la autoridad elegida para ello: el presidente.
La clave del poder presidencial fuerte –o autoritario– la señala Bartlett en el consenso entre el pueblo y la persona de su jefe, pilar fundamental para que el presidente afirme –como lo ha hecho (Díaz Ordaz) a través de nuestra historia reciente- su calidad de líder constitucional y líder político de México.
O López Obrador sigue al pie de la letra el modelo presidencialista autoritario de Bartlett o Bartlett prefiguró el presidencialismo de López Obrador. Sea lo que sea, Bartlett parece ser el arquitecto político del modelo presidencialista-caudillista-priísta de López Obrador.
Política para dummies: La política es memoria rediviva en cal viva que no blanquea sepulcros.
Si yo fuera Maquiavelo: “Un príncipe, cuando es apreciado por el pueblo, debe cuidarse muy poco de las conspiraciones, pero que debe temer todo y a todos cuando lo tiene por enemigo y es aborrecido por él”.
Sólo para sus ojos:
@carlosramirezh