Economía en sentido contrario: Banamex
CIUDAD DE MÉXICO, 25 de enero de 2019.- Acababan de arribar mis andares por unos días a Nuevo Laredo, Tamaulipas, tierra de oportunidades para muchas personas de latinoamérica -entre las que me cuento-, justo estábamos en la víspera para cruzar un año más y la temperatura había descendido hasta 5o centígrados, sintiéndose más congelante por la ligera llovizna que caía, con vientos que provocaba que calara hasta los huesos. Todo ello casi me obligaría a quedarme encerrado en el calor de la casa, perdiéndome de conocer al sorprendente niño Emiliano Flores.
Había postergado mi salida de esa ciudad fronteriza con Laredo, Texas, hasta para el 30 de diciembre por la invitación del cumpleaños de Norma Flores, quien había decidido que fuera la celebración en “el mercadito”, lugar que apenas sí sobrevive a los cambios en las dinámicas comerciales, particularmente de los que vienen de Estados Unidos. El Mercado Maclovio Herrera no sólo fue el primero que tuvo Nuevo Laredo hace casi cien años, sino que se convirtió en el paso del tiempo en el centro de la vida de una sociedad que pasó de ser de libre paso hacia otro país hasta la década de los 70 ́s, convertida ahora en el puerto internacional terrestre más importante de Latinoamérica en el cruces de mercancías legales.
Decidí atender a tan gentil invitación, dudando que fuera a estar abierto por las bajas temperaturas que había en la ciudad y anteponiendo la idea que los locatarios no abrirían por la escasez de turistas con ese extremoso clima. Sin embargo, asistí con la grata sorpresa que Norma había conseguido que fuera a tocarles durante una hora un dueto, que ella insistía que debería escucharlo. Resultó ser un niño acompañado de un acordeón de tamaño normal, su padre tocando una guitarra típica de los conjuntos de redova, ambos, con la emblemática vestimenta de la ropa norteña, además que llegaron con toda la propiedad de una agrupación popular para empezar a deleitarnos en los siguientes 60 minutos.
Aunque el acordeón parecía que le ganaría en peso al pequeño Emiliano, me impresionó su estilo digno de cualquier ejecutante norteño cuando porta ese instrumento musical, pero él con apenas diez años cumplidos tres semanas atrás, ni siquiera parecía que el tamaño fuera un impedimento. Su voz me impactó todavía más. Creí que el niño tenía un talento heredado, sorprendente fue conocer la historia de ese infante contada por su mismo padre, reconociendo que lo había superado desde años atrás por lo que decidió apoyarlo incondicionalmente. Lilia Flores, tía de la festejada, me comentó que él subía a los camiones urbanos a cantar acompañado de sus tres hijos, dos hombres –Max y Emiliano- y una niña quien desafortunadamente murió atropellada meses antes de su graduación de licenciatura.
Emiliano me contó que su deseo era triunfar. Hasta ese momento yo desconocía que dos años atrás con el dinero que habían juntado cantando en los camiones urbanos, a escondidas de su madre, se escapó con su papá para irse a Monterrey con la idea hacer una audición en La Voz Kids, una travesía que los dio frutos pues lograron llegar hasta el programa en la Ciudad de México, entrando al equipo del cantante colombiano Maluma. Fue hasta entonces que la mamá aceptó que su hijo fuera cantante -ella me dijo- y el niño asintió el comentario de su madre increpándola “es mi sueño de toda la vida”, pensé que Emiliano hablaba cómo si tuviera 20 años de edad pero entré en razón al darme cuenta que esa escapada la hizo cuando él tenía ocho años, fue cuando me di cuenta que en realidad sí era su vocación de vida.
Ahora están muy emocionados, toda la familia Flores, porque para finales de enero recibirán las visas que les permitirá cruzar a Estados Unidos, un documento que jamás habían tramitado por no necesitarlo nunca -así me dijo el papá- pero que lo habían realizado por el pequeño Emiliano que había perdido una invitación a cantar en un concierto en San Antonio, Texas. Otro motivador más fue la visita de un productor de discos que viajó hasta el hogar de ellos en Nuevo Laredo solo para conocer al niño cantante y ofrecerle grabar a dueto con otra niña estadounidense.
Me resultaba inevitable pensar que ni las heladas temperaturas que hacía ese 30 de diciembre, con 5o centígrados y una sensación térmica que bajó hasta 1o, congelaron en ningún momento el ánimo por expresarse de aquel niño que había cumplido el 9 de diciembre apenas sus primeros 10 años de edad, calentado por su vocación para dedicarse a cantar toda su vida, sin hablar de la lucha que significa salir de los camiones urbanos hacia los grandes escenarios como el que le ofreció Televisa México dos años atrás, sin perder su humildad que sin duda es la gran herencia de su familia, que se adereza por un hogar tan común que ofrece las casa de interés social en la INFONAVIT.
Mi vida en ocasiones es un ciclo -así me lo dijo ayer Daniel Magos, un amigo de Hidalgo- y en esta ocasión así sucedió. En la conversación de todos, resultó que ellos vivían en la INFONAVIT, a unas cuadras de la Escuela Secundaria Número 6, donde estudié porque mi padre ahí daba clases de educación artística, aunque no aprendí a tocar la guitarra pero sí los teclados; fueron en esos barrios donde adquirí las mejores herramientas para la vida, incluida la sencillez de la gente, igual que el sorprendente niño Emiliano Flores que conocí en otros de mis andares.
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