Paloma Sánchez-Garnica, premio Planeta 2024, y Beatriz Serrano, finalista
OAXACA, Oax., 18 de febrero de 2019.- Hay una ciénaga en la Mixteca oaxaqueña; no es cualquier ciénaga: es una ciénaga de la Luna. Nuyoo, le dicen.
Ahí un día reinó la penumbra y las mujeres y hombres que la habitaron eran flores, flores de penumbra. Ellas y ellos perecieron de hambre en una cueva en la que tuvieron que refugiarse cuando llegó el reino del Sol.
Alguien afirma que por eso las mixtecas y mixtecos son flores de penumbra y sol y que ahora son inmortales.
Don Porfirio siempre tuvo presente un dicho oaxaqueño, lo había escuchado de su nana: Chiquitas pa’ que las hagas a tu modo.
Así le gustaron las mujeres, chiquitas; siempre buscó en la piel de las jóvenes la fuente de la eterna juventud.
Después de los setenta años don Porfirio descubrió los placeres de la contemplación. Carmen era la luz que alumbraba su memoria. La vida le había dado tregua y en ese momento miraba atrás y miraba cada detalle del paisaje, cada momento del pasado, batallas y amores, infamias y crímenes.
—Del mil de mujeres que he tenido, sólo con Carmen se alivia mi soledad. Me habla quedito y me siento acompañado, me habla quedito y se van los ruidos de mi cabeza, los ruidos de las guerras, de los muertos, los ruidos de los chismosos. Sólo Carmen con su gracia me hace soñar que cruzo el océano, sólo Carmen, con su magia, me hace sentir inmortal y hermoso. Tengo algunas queridas, porque soy general y las queridas son las medallas de la vida. Si no tuviera queridas, es como si fuera un general sin medallas. Carmen lo sabe, pero también sabe que ella es la generala.
Siempre le gustaron los deportes, él los consideraba importantes en su vida y los relacionaba también con las mujeres.
—Hay que ejercitarse, hay que estar listos para las batallas en el campo y en la cama, las mujeres no son como los franceses, las mujeres no perdonan en la cama, si eres general y en la cama no respondes, al terminar te tratan como si fueses soldado raso. Te pierden el respeto.
Su alma de mixteco se atormentaba con las pesadillas. Una noche terrible se despertó sonámbulo, aullaba en los jardines de su residencia. En ocasiones, la cama presidencial era la piedra de los sacrificios y él era el guerrero esperando que el pedernal rajara su pecho para que su corazón se lo comieran los dioses.
Huitzilopochtli era su sombra y su luna, era su escudo y el viento divino que soplaba para arrastrarlo lejos del peligro, pero también lo era el jaguar, que por las noches lo atacaba. Lo mataba primero con el peso de su cuerpo y sus garras, luego se ensangrentaba el hocico con sus restos.
Durante su mandato presidencial dos personajes no podían faltar en el primer nivel de su comitiva: Francois, su chef francés y Doña Luisita, su querida cocinera oaxaqueña.
Disfrutaba de la cocina y los vinos franceses, pero en ocasiones especiales ordenaba banquetes al estilo Oaxaca: higaditos de guajolote y chocolate con pan de yema para el almuerzo, mole de guajolote para la comida.
—El poder lo otorga Dios y está hecho a su imagen y semejanza es implacable. El gobernante debe ser implacable, también debe ser bueno y el tamaño de la bondad solamente Dios puede determinarlo. Dios es el que le da la medida al gobernante. El poder es como Dios, único e indivisible; yo sólo soy su arcángel, el gobernante es un arcángel de Dios. Dios castiga al gobernante que no sabe usar la espada o que no sabe cuando usar la espada y cuando usar la mano izquierda para proteger a su pueblo y Dios es duro contra el gobernante cuando equivoca la mano.
Es falso aquel telegrama, no decía Mátenlos en caliente.
Dicté: “Les gusta jugar con lumbre, pues denles plomo pa que vean lo que es caliente”. Y es que era momento de usar la mano derecha, era momento de usar la espada.
El nombre del mesón en el que había nacido era para él como una maldición, parecía que era el sino de su vida y de su muerte.
Soldado de la patria, héroe nacional, general con espada de fuego; podrían acusarlo de cualquier cosa, menos de cobarde o pusilánime, sin embargo, le temía a la soledad y a la vejez.
Tristeaba ante la magnificencia de la piel amada.
Tristeaba abrazado a la espalda de Carmen pensando en la muerte, en la vejez y en la soledad.
En ocasiones, al abrazarse a la espalda de Carmen se miraba solo, solo, pobre y triste al nacer en el mesón de la Soledad entre polvo, la mugre y las mulas. Se miraba solo al morir, solo y desgraciado.
La espalda de Carmen era el espejo que más amaba y odiaba.
Don Porfirio deseaba morir en el poder, montando a caballo, entre las piernas de una mujer o montado en la silla presidencial.
Él quería hacer que la capital del país se pareciera a París. Jamás imaginó el exilio, jamás imaginó tantos honores en el extranjero, codearse con príncipes y lo más granado de la High Society europea, ni tener en sus manos la espada de Napoleón .
A pesar de todo el glamour que lo acompañó durante sus últimos años de vida, deseaba retornar a morir y ser enterrado en la iglesia de la Soledad, en su natal Oaxaca.
Una mañana helada de las últimas de su vida salió a su caminata matutina en París; la incontinencia lo venció y se orinó los pantalones, murmuró: chinguen a su madre las revoluciones.
México sigue revuelto, decía Don Porfirio: “pa’ que vean que no es fácil eso de andar arreando guajolotes”.
La APPO
En la tumba de don Porfirio, el águila imperial que corona el mausoleo está manchada de pintura roja.
En el cementerio de Montparnasse, en la tumba de Don Porfirio alguien grafiteó sobre el mármol: “La rebeldía es la vida: la sumisión es la muerte.” ¡Ni perdón, ni olvido! ¡La APPO vive!