La Constitución de 1854 y la crisis de México
CIUDAD DE MÉXICO, 29 de abril de 2019.- Dice el real mamotreto que la melomanía es amor desordenado a la música. Carajo, resulta entonces que todos estos años he vivido en el vicio, y lo que yo creía noble placer es en realidad pecado solitario como el que escandalizaba a mis tías cuando montaban guardia en la puerta de los dormitorios para impedir que el Maligno alborotara las hormonas de una parvada de sobrinos en pleno crecimiento.
Como ando herético después de los días santos en que mis patrones ateos me obligaron a trabajar en vez de santificar esas jornadas con ejercicios de molicie, me declaro el más desordenado de los desordenados en mi inclinación musical y proclamo urbi et orbi que si por ello he de pagar con las llamas del infierno, ¡sea!, pues en parodia del bardo, No me mueve, mi Dios, para quererte / la música que me tienes prometida…
Establecido el contexto y anotadas las aclaraciones pertinentes, procedo a rendir homenaje al jazz. Gracias a Herbie Hancock, compositor y director del Instituto de Jazz Thelonius Monk, el 30 de abril además de festejar a los escuincles celebramos el Día Internacional del Jazz
El jazz nació en las chabolas del sur de Estados Unidos en donde los esclavos lamentaban su suerte en tierra cristiana. Es el matrimonio de los instrumentos musicales europeos con la concepción musical africana. Este ritmo fue como un heraldo de libertad que defendieron los negros durante la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos. ¿Remember Rosa Parks, Martin Luther King, Malcolm X, Stokley Carmichael…?
Mas he aquí que se dio la paradoja de que el jazz tuvo enorme aceptación entre los blancos y aunque los músicos negros pronto se hicieran famosos, esto no los ponía a salvo de la discriminación.
Los dueños de salones y bares vigilaban celosamente que se cumpliera la ley y, celebridades o no, los african-american entraban por la puerta trasera o por la cocina mientras la comunidad wasp bebía y danzaba al ritmo de los seductores acordes.
Miles Davies, autor de Kind of blue, por muchos considerada la mejor grabación de jazz en la historia, tocaba de espaldas al público para dejar en claro que no interpretaba para los güeros. El trompetista Dizzy Gillespie, más juguetón, arrojaba bolitas de papel al público desde su atril.
Los años entre guerras y la gran depresión fueron de auge para el jazz. Pero el pequeño wasp que habita en el ADN gringo conspiró contra el origen negro de esta música y así nacieron las orquestas blancas como las de Stan Kenton, Glen Miller y Benny Goodman, versión light de verdaderas grandes orquestas como las de Duke Ellington y Count Basie.
Inevitablemente, después de gozar de arraigo y popularidad, el jazz fue cayendo en el olvido del gran público y se convirtió en música de culto(s), objeto exquisito apreciado más entre conservadores e intelecuales que en las filas del pueblo bueno. Recuerdo a los Aguilar Camín, a los Pérez Gay, a los Castañeda, a los Carreño, et al, tronando los dedos al ritmo de las trompetas en las cuevas del jazz del llorado DeFe de los setenta y ochenta.
Antonio Malacara, en una entrevista con Mario Enrique Sánchez, dijo que los músicos mexicanos han tenido contacto con el jazz desde el siglo XIX y a lo largo de casi 200 años de historia han aparecido cientos de intérpretes destacados. Mas apuntó que el jazz “es poco valorado, ya que al igual que la música clásica, está considerado dentro de una élite y por cuestiones de negocios no se ha popularizado y no se le ha dado la capacidad de más promoción. Otros factores que impiden se popularice el jazz [en México], es su poca rentabilidad. No da para comer y los músicos tienen que vender su capacidad y talento; es por esto que los mejores terminan tocando para artistas como José José, Lupita D’ Alessio o Luis Miguel”.
Pero hemos tenido grandes exponentes de este arte, entre ellos Juan José Calatayud, Chilo Morán, Tino Contreras o los hermanos Toussaint, por mencionar los primeros que llegan a la memoria.
La conmemoración del Día internacional del jazz me trajo a la memoria aquellas lejanas juventudes cuando no había nada mejor que ir a escuchar al legendario grupo THNB que iluminó nuestras tardeadas en aquel local de la Avenida Universidad frente al desaparecido autocinema, recinto cinematográfico de tiempos más civilizados: ¡Todos hermanos, negros y blancos!