Coahuila y la paz
OAXACA, Oax., 12 de mayo de 2019.- El arribo de partidos y gobiernos populistas al poder en Europa y América continúa generando intensos debates intelectuales.
Uno de los más interesantes es el que somete a discusión la relación entre esa opción ideológica en relación con el capitalismo, la democracia y la Constitución.
Para los liberales radicales, esa conexión es simplemente negativa pues denuncian que el populismo supone decisiones políticas irracionales que dislocan el equilibrio entre variables macroeconómicas, mercado y democracia constitucional a efecto de satisfacer apetitos de corto plazo progresivamente ineficientes.
Para los populistas dogmáticos, en el otro extremo, la relación es indispensable puesto que la aparente armonía entre capitalismo y democracia constitucional sólo justifica la dominación y explotación en favor de las jerarquías y poderes fácticos que deben ser revertidas en favor de las masas subordinadas y enajenadas que habrá que emancipar.
En el centro se ubican los liberales socialdemócratas y populistas moderados, a los que se suman expresiones ecologistas y comunitaristas, entre otras.
Aquellos difieren en el énfasis que imprimen a la garantía de los derechos individuales y sociales, pero coinciden en que una dosis de populismo es necesaria para hacer que funcione el capitalismo y se revitalice la democracia de base constitucional.
Arguyen que el populismo de izquierda en el pasado puso remedio a los males provocados por el capitalismo liberal decimonónico tanto en Europa como en América.
Lo hizo Roosevelt en Estados Unidos e Irigoyen en Argentina, Vargas en Brasil y Cárdenas en México.
Pero se le critica sus imprevisiones y excesos: la tragedia de lo común, la inhibición del capital, el desequilibrio macroeconómico, la futilidad de las utopías sociales o la desviación personalista.
Entre sus activos, sin duda, el populismo en cierta medida legitima el poder porque lo acerca a la sociedad, al ciudadano de a pie y los colectivos populares.
Bien manejado, redistribuye recursos y habilita a los excluidos del capitalismo liberal para que se incorporen dignamente al mercado y el estado.
Asimismo, suele estimular el debate y la participación, lo que politiza al sujeto de la soberanía que es el ciudadano y el pueblo, cuyos impulsos deben poner a prueba y refinar los controles constitucionales del estado constitucional cuando estos son íntegros.
El populismo moderado debe prevenirse y negociar con sus aliados radicales para impedir que sus verdaderos adversarios de la derecha extrema traben sus métodos y frustren sus objetivos.
Para ello, tiene que crear y operar alianzas y coaliciones funcionales por dentro del estado y entre estado y sociedad, especialmente con amplios sectores populares.
Acaso en México este sea el juego táctico que dinamiza la estrategia del gobierno del Presidente López Obrador con el propósito de construir la plataforma política de la Cuarta Transformación histórica de la vida pública del país.
En mi opinión, la misión de esta no reside solo en separar el dinero de la política. Se trata también de reafirmar las conquistas más importantes de las tres transformaciones previas:
En breve: Fortalecer la soberanía frente a potencias extranjeras, refrendar el estado laico democrático y pluralista, mantener a las fuerzas armadas subordinadas a la constitución civil, reactivar los mercados internos sin desmedro del intercambio internacional y garantizar los mínimos vitales para todos.
Si eso hace el populismo, entonces bienvenido su ideario en acción. Si lo traicionan sus pulsiones radicales, entonces a oponerse.