Día 18. Genaro, víctima de la seguridad nacional de EU
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de junio de 2019.- Sin duda es una brillante idea.
En defensa de la dignidad del pueblo, es brillante la idea de movilizar a servidores públicos y simpatizantes, a la frontera entre México y Estados Unidos, para “mentarle la madre” al presidente Trump, desde Tijuana, en un acto simbólico.
Brillante idea para un líder político o social aldeano que busca el reflector para ser conocido entre la clase política. Idea brillante para quien arranca una carrera política que será de muchos años y mucho esfuerzo.
Sin embargo, resulta ridículo, grotesco y bananero que el presidente de México, el Ejecutivo de una de las 20 economías más importantes del mundo, de una de las más jóvenes democracias del orbe, pretenda recurrir al mitin y la marcha callejera y a un ridículos éxodos, como lo hizo López Obrador hace casi 30 años, cuando no era más que un agitador engañabobos.
Y es que, en efecto, la movilización callejera, la manifestación frente a las oficinas públicas y la confrontación directa con el poder institucional casi siempre reporta buenos dividendos para líderes opositores y para aquellos que luchan contra el poder constituido.
Sin embargo, López Obrador olvida que es el presidente mexicano y que, según la Constitución, tiene obligaciones claras, entre ellas el uso de la diplomacia y los foros internacionales –como la ONU y como el G-20–, entre muchos otros espacios para cuestionar a los gobiernos vecinos y para repudiar sus políticas contra la dignidad nacional.
Por eso, resulta no sólo ridículo sino irresponsable y contrario al espíritu constitucional que el presidente llame a los ciudadanos –a los que ha insultado, difamado, calumniado y ofendido–, a movilizarse junto con las burocracias federales y estatales, a favor de la dignidad nacional.
Resulta grotesco que un presidente que polarizó a la sociedad y que a causa de su ignorancia provocó la crisis migratoria y diplomática, llame a la solidaridad social en torno a su persona para que, en la frontera de Tijuana, rechacen las posturas agresivas del presidente Trump contra México.
Y no es necesario siquiera preguntar sobre quién recomendó esa ridícula estrategia al presidente mexicano. ¿Por qué no es necesario preguntar? Porque queda claro que Obrador no escucha a nadie y que su pensamiento político se quedó congelado en tiempos prehistóricos.
Y es que el líder social y político que conocemos desde hace tres décadas, surgió justamente de las inhumanas y caciquiles caminatas de hombres y mujeres pobres que salían de Tabasco –rumbo al entonces DF–, para protestar por imaginarios fraudes electorales –en 1991 y 1994–, y por la contaminación de pozos petroleros –en 1996–, y hasta porque voló la mosca.
Esas estrategias que le dieron buenos resultados a López Obrador y que le reportaron 9 mil millones de pesos del gobierno de Carlos Salinas, hoy son una parodia del propio presidente.
¿Por qué?
Porque Obrador no es el líder aldeano de hace 30 años; porque hoy Obrador es el presidente de los mexicanos; porque todo lo que haga y diga repercutirá en millones de ciudadanos mexicanos y porque no puede actuar a contentillo, sin una responsabilidad institucional, política y legal.
Obrador no es un rey –para convocar a todos los súbditos en la línea fronteriza–, y menos el dueño de las instituciones. Y, entre sus facultades no está le de seguir siendo opositor de sí mismo y de su propio gobierno.
Y es que la crisis migratoria y diplomática que enfrenta el gobierno de Obrador fue creada –curiosamente–, por el propio presidente mexicano, quien sin empacho dijo que permitiría el paso de los migrantes por México e incluso se comprometió a darles empleo.
Así, una vez que la situación migratoria fue insostenible en la frontera entre los dos países, el gobierno de Trump reaccionó ante la irresponsabilidad del presidente Obrador quien ahora debe enfrentar una crisis doble; migratoria y arancelaria.
Y en lugar de enfrentar a Trump en el G.20 –como recomiendan todos los expertos–, el aldeano presidente mexicano responde con una ridícula manifestación que lo hará sentir como el “Rey de México”.
Al tiempo.