Paloma Sánchez-Garnica, premio Planeta 2024, y Beatriz Serrano, finalista
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de julio de 2019.- Nacido un día como hoy de 1940 en la colonia Tabacalera de CDMX, de padres originarios del Istmo de Tehuantepec, Francisco Toledo definió hace mucho tiempo, su sentido de lugar en Juchitán, Oaxaca como el sitio de su origen, “uno es de donde se siente” dice él.
Estudió grabado en la Ciudadela en CDMX y presentó con éxito, su primer exposición individual en la afamada Galería de Antonio Souza a los 17 años de edad.
Después de vivir y trabajar en París, Nueva York, Juchitán, Cuernavaca y CDMX, vivió un tiempo en la Ciudad de Oaxaca y en Juchitán en donde en 1972, fundó la primera casa de la cultura en México: “Lidxi’ Guendabianni”.
En 1988, volvió a establecerse en la ciudad de Oaxaca, esta vez para quedarse y fundó como bien dijo Carlos Monsiváis, “un modelo de institución cultural desde la izquierda sin antecedentes”, el Instituto de Artes Graficas de Oaxaca conocido como el IAGO.
Inició así, una intensa trayectoria de impulsar la cultura como proyecto de vida paralela a su creación artística la que práctica a diario desde siempre.
Los inicios del IAGO eran los días en que Toledo prácticamente vivía allí, creando proyectos, comprando libros, recibiendo a toda clase de gente y organizando sus propios cumpleaños.
En ese entonces en Oaxaca no habían tantos hoteles, museos o galerías y no fácilmente se encontraban huipiles de fina manufactura, impulsados por el atinado Museo del Textil de Oaxaca y por el coleccionista y experto Remigio Mestas, días en que Freddy iniciaba y dirigía la Biblioteca del IAGO.
Don Ricardo catalogaba las decenas de libros que llegaban a diario, Pedro, Augusto e Inocencio recibían en la puerta y Don Luis conducía al maestro en la “blanquita”, la icónica camioneta Volkswagen eternamente cargada de libros y papeles artesanales.
La minimalista sala de la entrada al IAGO con sus muros terrosos de adobe, blancos de cal, albergaba una mesita con un teléfono por el que Olivia Álvarez Jerónimo, la súper secretaria del maestro, atendía y recibía las llamadas, mientras Toledo dibujaba pulpos, grillos, murciélagos, cocodrilos, xolos, monos y conejos en la superficie de su mesita de madera, al tiempo que daba órdenes, escogía el color de la portada para un libro, mandaba a regar las plantas, platicaba con algún coleccionista o empresario y alguna vez, personalmente contestara el teléfono diciendo “Toledo no está, ese señor ya se fue de aquí”.
En esos días, mucho se escuchaba decir que Toledo debiera marcharse para dedicarse a lo “suyo” (al arte), esos días se han ido.
El IAGO, el espacio más noble de Toledo, creció y se multiplicó en más instituciones, como la buganvilia que acabó por cubrir el cielo de su segundo patio.
Y Toledo, siguió su camino, su cualli ohtli, creando mas espacios para la cultura de México, fundando escuelas de música y llevando libros a las comunidades, a las cárceles, peleando por justicia, el medio ambiente y el patrimonio cultural, apoyando y promoviendo a los pueblos originarios y sus lenguas, los presos, las causas, el maíz, becando jóvenes, plantando pochotes y organizando cocinas comunitarias para alimentar a miles de juchitecos que lo perdieron todo en el sismo y mas que nada, creando imágenes sofisticadas y significativas que caminan el mundo entero.
Toledo es un artista muy completo pues maneja muchas técnicas con igual destreza, es ante todo un brillante dibujante y excelente grabador de la talla de un Durero, un Posada.
Desde el comienzo, ha desarrollado su obra independiente de ideologías y movimientos. En ocasiones se inspira en leyendas zapotecas de Juchitán o en Kafka y en otras, en los diseños laberínticos de fauna nativa de Oaxaca, que comparten un diseño universal como bien observó la curadora inglesa Dawn Ades, y que desenvuelve de muchas maneras, aún en sus obras menos figurativas.
Su arte contiene resonancias con el arte de otros artistas como Klee, Dubuffet o Blake, entre otros, o con el llamado arte “primitivo” de Australia, pero en especial, con el arte de los antiguos mexicanos, tanto en la forma cuanto en el principio integrador de todas sus partes, entre otras características que acercan a ambos: Toledo y los mesoamericanos.
En su obra como en Tamayo, existe una identidad, símbolo y expresión del mexicano, indiscutible en el peculiar sentido de humor característico en un Toledo.
Solo un mexicano puede crear el arte de Toledo expuesto en mas de 100 obras dentro de la exposición de grabados recientemente inaugurada en el Museo de Arte Moderno, el recinto de arte más importante de la CDMX y en el Museo de Culturas Populares en el que expone “Toledo ve”, estupenda muestra de 600 piezas de diseño.
En 2015, presentó la impactante exposición de cerámica: “Duelo” producida en el Taller de Claudio Gerónimo López. Es una propuesta en cerámica de alta temperatura con colores de esmalte que impone por su fuerza desgarradora y una policromía minimalista de rojos y negros que aluden a la sangre y a la muerte y al titulo del libro “La tinta negra y roja”, estudio de la palabra de los antiguos mexicanos de Miguel León Portilla.
La cerámica de barro negro de San Bartolo Coyotepec, Oaxaca esmaltada con rojos, nos recuerda: El Grito de Munch, la Guernica de Picasso, Los desastres de la guerra de Goya, el Holocausto de Lasanzky, el sufrimiento de “los de abajo” de Posada, o los brillantes dibujos sobre la condición humana y la tragedia de la guerra, creación de la grabadora alemana Käthe Kollowitz.
Al igual que los grandes maestros, Toledo denuncia con su genio artístico. Sin embargo, las piezas que temporalmente habitaron las salas del Museo de Arte Moderno, tienen la inconfundible marca del arte mesoamericano, elemento importante en la obra Toledo quien no obstante, también es admirador de otras cerámicas como las vasijas árabes, la de Casas Grandes y desde luego, la alfarería de Oaxaca.
Heredero de la enorme tradición escultórica de los antiguos mexicanos, Toledo es hilo continuo de esa tradición, es el tlacuilo sobreviviente, el futuro del hombre mesoamericano que moldea en barro.
La cerámica Toledo de pequeño a mediano formato, nos remite a la monumental Coatlicue, está trabajada como en antaño, en todas sus partes por igual en perfecta unidad, hasta en aquellas partes que no se ven, porque para Toledo como para el escultor mesoamericano, la pieza entera es importante.
Toledo visionario, acierta en los colores transformados en la quema los que solo hasta salir del horno se dejan ver.
Sus manos artesanas no se detienen en la superficie de la arcilla, sino que la penetran y de sus adentros extraen la forma que manipula sin titubeos ni búsquedas con la destreza que le genera su genio artístico, su sensibilidad creativa y su profundo conocimiento de la forma y contenido en el arte.
Excelente dibujante y grabador, es en el barro donde mejor se puede entender y apreciar su genio y por seguro su mexicanidad y de donde se pueden crear los eslabones y diálogos con todas las demás técnicas que maneja, a fin de desenvolver su obra.
El barro, la tierra, es esencial para Toledo, cuya pintura es también con tierras y cuyo sentido de pertenencia a la tierra lo identifica con Oaxaca, su lugar, su tierra, su patria chica. Toledo tlacuilo, no podría vivir en otro espacio que no fuera Oaxaca y tenerlo en México, enriquece y da confianza. Alguna vez me dijo que: “ve en la cerámica la posibilidad de moldear y manejar la forma unida a la pintura”.
Le gusta la cerámica porque es una forma plástica y también es táctil y a diferencia de la pintura sobre un soporte fijo que con el tiempo es perecedera, la cerámica sale del horno de alta temperatura y es para siempre. Este sentido de permanencia es una motivación para Toledo quien dice “no cansarse cuando trabaja, pero con el barro, siente que trabajó, que se ganó el derecho a descansar”.
No es casual, el que entre todas las técnicas, para su duelo, Toledo regresó a uno de sus primeros materiales, al barro mismo que es tierra, que se trabaja húmedo, para convertirlo en otros tiempos en el plato de la señora y en sapos, y en Duelo son urnas, rostros deformados por el dolor y pulpos ensangrentados, muertes descarnadas y perros “petateados” envueltos en una capa de huesos, que acompañarán a sus amos en el transito de la muerte.
El Duelo de Francisco Toledo que mucho tuvo de ofrenda a los 43 jóvenes desaparecidos a quienes también en los cielos los busca Toledo papalotl, fue inaugurada a escasos días de la festividad de muertos, tradición que nos identifica a los mexicanos como ninguna otra.
Es el duelo íntimo y creativo del artista ante los horrores de la violencia. Al convertir lo horrífico en arte y transformar su duelo en creación, lo hacen gran creador y al permitir acercarnos, convocarnos a entablar un dialogo con su Duelo, este Duelo de Toledo, para a representar el duelo de todos los mexicanos que amamos a México.
Es una pena enorme que no tengamos en México obra pública de Tamayo quien ya se nos fue, ni de Toledo a quien aún lo tenemos.
Cabe entonces preguntar el porqué salvo en el caso del cocodrilo de Monterrey, no hay obra pública de Toledo, no podemos ver un chapulín de bronce en Chapultepec, a la entrada del MAM que esta casi frente a Antropología y ¿porque la FIL no le ha otorgado el premio al bibliófilo quizá mas importante de México? quien no solo lee y colecciona libros como muchos, sino que los dona toditos al pueblo.
Al fin verdadero tlacuilo temachtiani quien hoy cumple 79 años, con una trayectoria en el arte de más de 65 años, Francisco Toledo es un hombre comprometido con el arte y con su país, un artista del pueblo admirado en el mundo y querido por todos los mexicanos, ama a su gente, a su patria chica y a fin de cuentas a México.
¡Muchas felicidades! ¡Kuali iluichiuali, Francisco Toledo temachtiani tlacuilo!