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CIUDAD DE MÉXICO, 24 de julio de 2019.- La historia política de México ha sido la lucha entre el funcionamiento institucional del sistema/régimen/Estado y los liderazgos caudillistas que siempre terminan en autoritarismos; a la distancia, los hombres fuertes fueron sucedáneos u obstáculos de la institucionalización de los gobiernos.
El escenario de Morena en el sexenio de López Obrador ha sido una fractura –no ruptura ni clivaje– de la historia institucional, lo que revela la principal característica negativa de ese grupo: no representa ni cambio de sistema político, ni cambio de régimen de gobierno, ni cambio de Estado. En todo caso, Morena tiene la oportunidad de reconstruir el sistema político priísta para llegar a un sistema político institucional y democrático.
La dirigencia morenista de Yeidckol Polevnsky careció de todo: sensibilidad, interpretación histórica, comprensión de su contexto, y pecó de ignorancia del modelo lopezobradorista, sentido de Estado, desconocimiento de lo que representa y significa un partido fuerte y un partido en el poder presidencial, analfabetismo político sobre el sistema de gobierno, desconocimiento del papel de los partidos políticos, entre muchas otras cosas.
Ahora viene el relevo y el dilema de Morena está claro: un partido político para construir un sistema político democrático e institucional o un partido veleta que se someta a las voluntades del presidencialismo personal. El papel clave estará en la decisión presidencial del papel de Morena. Los caudillismos personales o, en su versión moderna, los ejecutivos unitarios tienen vida amarrada a sus personajes; si López Obrador representa un proyecto, un modelo o un nuevo régimen, entonces debe de ajustar sus expectativas para definir su proyecto de sistema político.
Las tres personalidades que quieren la presidencia de Morena reproducen perfiles claros: Bertha Luján haría una dirigencia para no opacar al presidente de la república; Alejandro Rojas Díaz Durán carece de un modelo de partido; y Mario Delgado sería el único que podría potenciar el papel del partido-sistema en cuyo seno se definan (modelo David Easton) y se distribuyan los valores y beneficios, algo como lo que pudo hacer en la Cámara de Diputados como jefe de la bancada de Morena.
El riesgo del estilo político de López Obrador radica en la limitación sexenal de su presidencia y de su modelo de país a su liderazgo definido por su edad (tiene 66 años, terminará su sexenio de 71), por la restricción constitucional vigente (se puede cambiar) de la no reelección presidencial y por la ausencia de algún liderazgo similar por personal y social. Si acaso, la duración de la presidencia lopezobradorista personal sería de doce años, con reforma constitucional de por medio. Y como todo proyecto personal, vendría la ruptura pendular
El relevo en la dirección de Morena definirá la estructura sistémica del lopezobradorismo. Y el dilema es claro: institucionalismo o caudillismo; es decir, Delgado o Luján. Lo que está ocurriendo en el PRI sería un aviso de los riesgos del relevo partidista: la autodestrucción del partido y por tanto la inmovilidad política de la presidencia. Delgado demostró en la Cámara de Diputados lo que se puede hacer pactando; Luján sólo confirmaría a una familia en el poder político.
La crisis en Baja California por la alianza Polevnsky-Jaime Bonilla dañó al presidente López Obrador, igual si no se metió por desinterés local o si dejó correr el incidente para palpar posibilidades reeleccionistas. En Puebla y BC Polevnsky operó de manera similar a los estilos priístas de Carlos Sansores Pérez o Roberto Madrazo Pintado, dejando una huella negativa en el ambiente político nacional.
De manera inevitable el ciclo de los caudillos mexicanos está liquidado: Santa Anna, Juárez, Díaz, Carranza y Obregón agotaron sus posibilidades en sí mismos. El modelo de caudillo lo definió Emilio Rabasa en La Constitución y la dictadura: la necesidad de un hombre fuerte ante la ausencia de instituciones y reglas sistémicas de la política: el necesariato del héroe-caudillo. La negativa de Lázaro Cárdenas a una nueva dictadura personal y a un caudillismo callista (que él liquidó en 1936 al exiliar a Elías Calles) fortaleció la institucionalización del sistema político. La clave de la política moderna en México se encuentra en el sistema de partidos.
Los primeros meses de López Obrador en el gobierno y en el ejercicio del poder han demostrado que el alcance personal es limitado en un país tan disperso, descompuesto y en agitación permanente y que la única manera de canalizar el funcionamiento de su proyecto social radica en la existencia de un partido-sistema en cuyo seno se alivien las contradicciones. Si no, cada metro que avance físicamente el presidente encontrará grupos de resistencia.
Si Polevnsky ahogó a Morena como partido político, su relevo estará entre Morena como instancia invisible (Luján) de un grupo familiar o Morena como espacio de negociación del proyecto presidencial (Delgado).
Política para dummies: La política es el sistema; lo demás es autoritarismo.
@carlosramirezh