Y ahora ¿qué hacemos con Trump?
A la memoria de María Antonieta Flores Saavedra y abrazo solidario a Raymundo y María Antonieta Collins
CIUDAD DE MÉXICO, 4 de noviembre de 2019.- Aunque a muchos no les guste la referencia, la crisis del operativo en Culiacán el 17 de octubre es equiparable con la noche de Ayotzinapa del gobierno de Enrique Peña Nieto: en Iguala fue una reacción tardía y equivocada y el suceso colapsó al Estado; en el caso de Culiacán ha sido una reacción desorganizada del aparato público. Al final, el resultado es el mismo: asuntos de seguridad se convierten en colapso de gobernabilidad.
En el caso Culiacán se pueden identificar cuando menos cinco crisis correlativas, todas, para desgracia del gobierno, con espacios para utilización:
1.- Una crisis política. Durante dos semanas, de la tarde del conflicto el 17 de octubre a la comparecencia del secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, ante un pleno menguado de diputados el jueves 31 de octubre, el gobierno federal no se salió del espacio del debate político. Al abrir toda la información dio un paso audaz, pero careció de habilidad para centrar el asunto en la seguridad. La oposición y los medios críticos encontraron huecos para colarse a la confrontación directa con el presidente de la república. El presidente y Durazo, solos, se metieron al circo de la política donde no caben las razones.
2.- Una crisis de Estado. En tanto garante de la seguridad, el gobierno privilegió la defensa de su estrategia de paz y no violencia por encima del pánico social que analizó, de manera equivocada, el repliegue de las fuerzas de seguridad como una evidencia de incapacidad para proteger a la sociedad. La versión de que fue una derrota del Estado nunca pudo ser respondida por los funcionarios del gabinete de seguridad. Faltó lo indispensable en crisis similares: la fuerza institucional del Estado como el monopolio del poder, y no tanto como fuerza, sino como capacidad de decisión: el Estado se la pasó justificando un operativo, en lugar de reconocer una batalla perdida. El mensaje que debió quedar vigente sería la intención de extraditar al hijo de El Chapo, él cual se deslizó con demasiado cuidado. Los Estados pierden batallas, pero desaparecen cuando pierden una guerra.
3.- Una crisis de poder. Las tres características de los Estados modernos son –en versión de Alessandro Paserin d’Entrèves– poder, fuerza y autoridad. El poder define al Estado: la capacidad de la institución de imponer un orden sobre todos. Lo importante no fue el repliegue del operativo y la liberación del hijo de El Chapo, sino la falta de precisión de la fuerza del Estado. Así, el poder del Estado parecido ser vencido en los hechos, aunque no en la realidad. Como ocurrió con las dos fugas de El Chapo, el poder del Estado lo persiguió hasta atraparlo y extraditarlo. La sociedad debe ver en el Estado la imagen del poder superior, indivisible y en acto.
4.- Una crisis del poder ejecutivo. Y resulta paradójico que el poder presidencial hoy es similar al de los caudillos revolucionarios, pero la exposición de ese poder a debates con medios en las mañaneras ha disminuido la imagen presidencial en cuanto a poder superior. El debate en la conferencia de prensa del jueves 31 puso al presidente a dar explicaciones ya dadas por sus funcionarios y a chocar con la prensa. La centralización del gobierno en la figura presidencial debiera ser flexible, no absoluta. Los presidentes deben dar órdenes ejecutivas, no explicaciones.
5.- Una crisis de comunicación política del Estado, del gobierno y del gabinete de seguridad. Al mantenerse el operativo como agenda central durante dos semanas, la estrategia de comunicación quedó sin activos políticos. Aquí el problema ya no es Culiacán, sino la asunción de la comunicación política como un instrumento de poder. Los medios críticos encontraron vetas en los resquicios ciegos de la operación y de las explicaciones oficiales y las potenciaron como parte de su agenda de confrontación. Y el gobierno federal cayó en esa celada y por lo menos hasta el pasado fin de semana no podía romper el sitio mediático. La mala comunicación se percibió en la desesperación de Durazo ante los escasos diputados presente, en lugar de mostrar otra imagen de fortaleza.
Las crisis en los aparatos de poder nunca se deben operar con respuestas, sino que se deben gestionar con posicionamientos. El punto central de toda crisis radica en quién define la agenda de los conflictos. El establecimiento de la agenda de la crisis suele otorgarse a los medios, pero en los escenarios políticos en tensión la deben tener las instituciones afectadas. El final de esas crisis no radica en saber quién impuso sus puntos de vista, sino en entender quién fijo los parámetros del poder. Los medios carecen de poder, pero ganan exhibiendo los errores del poder institucional.
Las crisis se gestionan con política y poder, no con sentimientos de culpa.
Política para dummies: La política es el conjunto de instrumentos para manejar las crisis, no para justificarlas.
@carlosramirezh