Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de noviembre de 2019.- En otros artículos he hecho notar –tan solo con ánimo pedagógico– que los años con terminación en 7 han resultado muy significativos para la historia patria:
La revolución de las 13 colonias norteamericanas y la Constitución de los Estados Unidos de 1787, una de las fuentes de inspiración de la Independencia y el constitucionalismo mexicanos que nutrieron la 1a transformación nacional.
La invasión norteamericana en 1847 que inició el doloroso decenio de la reflexión y la revolución liberal radical de Ayutla, la cual desembocó en la Constitución de 1857, piedra fundante de la 2a transformación de la vida pública y de nuestro orden jurídico legalista, laico y codificador moderno en la ruta del capitalismo agrario-exportador y la democracia formal o procedimental.
El triunfo final del movimiento de la Reforma, en 1867, sobre la intervención francesa, que cerró dos décadas del mayor riesgo frente a poderes imperiales y abrió un decenio luminoso, político y jurídico, conocido como La República Restaurada, que en otro año 7, en mayo de 1877, Porfirio Díaz se encargaría de controlar y, a la larga, de oscurecer.
30 años después, la aprobación de la Constitución de 1917, que recuperó el espíritu soberanista y republicano de su predecesora de 1857, y la complemento con el sentido de la reivindicación social y el Estado fuerte instrumentado mediante el binomio hiperpresidencialismo-partido hegemónico distintivos de la 3a transformación que impulsó la modernidad industrial del siglo 20, el llamado El Milagro mexicano.
La reforma política de 1977, heraldo del principio del fin de la 3a transformación, la cual dio paso progresivo al estado constitucional y la democracia pluralista en un contexto proclive a la economía abierta, industrial y de servicios.
Los años cruciales de 1997 –inicio de gobiernos divididos e hipo-presidenciales, 2007 — reforma electoral pro-equidad en la contienda– y 2017 –150 años de la Constitución de 1857 y centenario de la de 1917– que intensificaron y clausuraron un largo periodo de 40 años –desde 1977– de apertura política liberal.
En estos últimos 40 años, con todo el reformismo político y jurídico, no fuimos capaces de reducir las brechas económicas, sociales y regionales, de raíz premoderna, en un país metido de lleno, paradójicamente, en el cambio de época entre modernidad y posmodernidad.
Pero ahora veo que otros tanto hitos nos han deparado los años con terminación en 9. El inicio de la Conquista por Hernán Cortés y la fundación del municipalismo en 1519 con el correspondiente ascenso del imperio español, hasta llegar a su fin en la primera mitad del siglo 19.
La caída del estado monárquico y del orden imperial hispano-americano, empujado por la Revolución Francesa de 1789: libertad, igualdad y fraternidad, soberanía popular, división de poderes y orden jurídico jerarquizado, es decir el estado moderno de legalidad, que los mexicanos apenas pudimos comenzar a instrumentar 70 años después, a partir de la Constitución de 1857.
La Constitución de Weimar de 1919 y el primer tribunal constitucional, diseñado por el gran jurista vienés, Hans Kelsen, que sería retomado por la Constitución alemana de 1949, inspiradoras de nuestros anhelos posteriores a la reforma política de 1977.
La fundación del Partido Nacional Revolucionario en 1929, –precedente del PRI de 1946–, la del Partido Acción Nacional en 1939 y la del Partido de la Revolución Democrática en 1989, fuerzas indispensables para entender la modernidad política mexicana, sus virtudes y vicios que seguirá costando esfuerzo superar.
La caída del Muro de Berlín en 1989 y el inicio del adiós a la época moderna con sus grandes ideologías –liberalismo y socialismo– metarrelatos e ideales de orden, paz y progreso basados en la fórmula de los estados-nacionales.
Y, al fin, 2019, cuando en el planeta antiguas y nuevas potencias (Estados Unidos, Rusia y China) se disputan el liderazgo del siglo 21 y los estados nacionales (Bolivia, Chile, Brasil, Argentina o México) y estructuras supranacionales (Unión Europea y otras) buscan su lugar en el mundo de la Cuarta Revolución Industrial (informática, genómica, neo-energética y diversa) claramente posmoderna.
2019. Un nuevo año con 9, que parece no solo terminado sino exhausto, y que, no obstante, puede haber sembrado nuevas semillas para un futuro mejor, así sea en 2029, 2039 o 2049.
Un país que haya consumado, exitosamente en lo posible, su 4a transformación en favor de todas y todos: de los que no tienen por qué dejar de tener pero deberían de compartir más; y de los que tienen algo o nada tienen por lo que merecen estar mejor.
Desde luego, habrá que seguir consolidando el proceso democrático, pues el mayor número de mexicanos deberemos participar conjuntamente en las decisiones que permitan lograr esa promesa renovada.