Diferencias entre un estúpido y un idiota
Carlos Ramírez | Indicador Político
CIUDAD DE MÉXICO 1 de diciembre de 2019.- Ahora que de nueva cuenta el presidente mexicano López Obrador ha exigido “una disculpa” a la corona española y a la iglesia católica por la conquista de los siglos 16- 19, no hay mejor camino que tratar de entender la relación entre España y México. Y ahí la historiografía aporta decenas de argumentaciones para salirse del sentimiento indígena.
Octavio Paz, en su amplia biografía intelectual e histórica de la poetisa Sor Juana —Sor Juana Inés de la Cruz o las Trampas de la Fe, 1982, Seix Barral Biblioteca Breve–, inicia su indagatoria con una revisión de la España y de la Nueva España en el periodo 1492-1821.
“Nuestra historia es un texto lleno de pasajes escritos con tinta negra y otros escritos con tinta invisible”. “Hay dos versiones populares de la historia de México y en las dos la imagen de la Nueva España aparece deformada y disminuida. Naturalmente, es deformación no es sino la proyección de nuestras deformaciones”.
Una de las tesis centrales de Paz puede fijar un enfoque diferente de interpretación histórica: la Nueva España no fue una colonia en América, ni los indígenas fueron colonizados o esclavizados.
“Nueva España era otro de los reinos sometidos a la corona, en teoría igual a los reinos de Castilla, Aragón, Navarra o León”. Por lo tanto, el proceso histórico de México revela con claridad la existencia –estudiada por historiadores profesionales como Edmundo O´Gorman– tres entidades históricas estrechamente vinculadas: el Imperio meshica, el virreinato de la Nueva España y la nación mexicana.
El dato es mayor porque suele hablarse de la independencia de México como de la lucha contra una colonia invasora. Paz tiene otros datos: asume las guerras de independencia “más bien en la tradición de las luchas de Cataluña y Portugal contra la hegemonía de Castilla que en la historia de las revoluciones modernas”.
México fue federalista a posteriori. La Independencia llamada por Hidalgo en 1810 estuvo precedida por el gran debate de 1808, ante la crisis de Bayona, sobre la titularidad de la soberanía y el ayuntamiento de México se ciñó a los reyes Carlos cuarto y Fernando octavo y no a los franceses de Napoleón. Y la independencia de 1810 se hizo para fundar el Imperio Mexicano como una evolución del Reino de la Nueva España y se le ofreció la corona a Fernando octavo.
En este sentido, “la ideología republicana y democrática liberal fue una superposición histórica”, escribe Paz. “No cambió a nuestras sociedades, pero sí deformó las conciencias: introdujo la mala fe y la mentira a la política”. En los hechos de la crisis de 1808 la Nueva España fue fiel al rey español y no al rey francés.
Octavio Paz fue muy certero al señalar que las sociedades mexicanas del siglo 20 encuentran más afinidades entre el México independiente y la Nueva España que entre ambos y las sociedades prehispánicas. Por eso, agrega Paz, “el México independiente, especialmente el del siglo 20, surgido de la Revolución Mexicana, ha continuado ambas tareas: la reconquista del pasado indio con propósitos de autojustificación e idealización y la integración de los grupos indígenas a la sociedad mexicana”.
Esta fue una tarea del gobierno de Lázaro Cárdenas, al tiempo protegiendo el pasado indígena, pero potenciando la modernización occidental.
Lo vimos en 1994: la guerrilla zapatista se alzó para imponer una revolución socialista a la cubana –con todo y guerrilla y comandante en jefe–, pero la sociedad mexicana exigió la paz y el desarrollo; la agenda ideológica socialista del zapatismo y de su subcomandante Marcos se regresó a la temática indígena que nunca logró la configuración de un programa indígena nacional por la diversidad de culturas indias sobrevivientes. Y lo poco rescatado como modelo de “usos y costumbres” han implicado regresiones racistas, religiosas, excluyentes y machistas de las comunidades indígenas mexicanas que funcionan todavía con consejos de ancianos.
Los reclamos de López Obrador y los textos –entre muchos otros– de Octavio Paz pudieran darnos márgenes de revisión del pasado indígena en función del debate central: España conquistó y colonizó al imperio Meshica o la Nueva España fue un reino que fracasó en la lucha por su autonomía. La continuidad en las tres sociedades –meshica, española e independiente– explica un escenario de discusión sobre perdones y rencillas, sobre heridas abiertas y reclamos acumulados.
Lo explica Paz en un juego de ideas y de palabras: “la república de México niega a Nueva España; al negarla, la prolonga”. A lo largo de más de 200 años México ha luchado río arriba –como salmones agobiados– por llegar a un federalismo republicano inexistente, cuando la formación cultural y política cotidiana tiene más –también lo encuentra Paz– de una corte española que de una república estadunidense.
Muchos rasgos indígenas aparecen en la Nueva España y bastantes españoles se reproducen en el México moderno independiente. “Nueva España es ininteligible sin la presencia del mundo indio” y “algunos elementos indios y propios de la Nueva España son parte del México moderno”.
El reclamo indigenista ha sido propio de una revolución ideológica que no entiende la diversidad cultural e institucional de las monarquías indígenas americanas. En la Nueva España, los españoles impusieron el catolicismo, pero con displicencia permitían a los indios, en las noches, ir a lugares secretos a adorar a sus dioses politeístas. Hoy, en el México moderno, las comunidades indígenas han perdido ese politeísmo y sólo defienden sus formas de convivencia tradicionalistas.
Antes que las disculpas y los perdones, América necesita reescribir su pasado propio como una nueva civilización.
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