FMI condiciona apoyo a bajar déficit, deuda, inflación y PIB
CIUDAD DE MÉXICO, 7 de enero de 2020.- La caída de once puntos en la aprobación presidencial desde febrero a diciembre de 2019, como reveló ayer la encuesta de Alejandro Moreno en El Financiero, no es nada en comparación con el daño que un gobierno sin rumbo nos hará pagar en el futuro cercano y sobre todo en las próximas administraciones.
Es altísimo el nivel de aprobación que conserva un Presidente (72 por ciento) que lo ha hecho todo mal.
Ni un avión son capaces de vender.
De lo único que puede estar orgulloso el presidente López Obrador es en el éxito alcanzado en los temas que no están en sus manos.
El peso no ha tenido una devaluación porque su precio respecto al dólar lo fija el mercado desde hace más de dos décadas.
Hay una inflación baja y estable porque la política monetaria la conduce el Banco de México, que es autónomo desde comienzos de 1994.
El gobierno pudo terminar el año gracias al “gasolinazo” que AMLO combatió, e insultó a las autoridades que tomaron esa decisión en el sexenio anterior: a octubre del año pasado, el fisco ingresó 246 mil millones de pesos por el IEPS a gasolinas, contra 100 mil millones del mismo periodo de 2018.
Pudo concluir el año gracias al Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (FEIP) que le dejaron las administraciones pasadas que calumnia a diario. Y se lo dejaron para situaciones de emergencia o desastre. Se comieron más de la mitad en el primer año y sin desastres de por medio.
La administración del presidente López Obrador se sostiene por los sólidos fundamentos económicos heredados de los gobiernos que él combatió y lo sigue haciendo, en lugar de agradecerles o guardar un prudente silencio y construir sobre esos cimientos.
Pero nada es eterno si se pone en manos que destruyen, por desconocimiento o por rencores.
Lo que está en manos del gobierno ha sido un descalabro que aún no se siente con rudeza.
Jamás, desde 1995, habíamos tenido una economía estancada en cero por ciento sin crisis externa, y este gobierno lo logró. Por supuesto que eso nos pega en atraso en todos los rubros, y pasará la factura.
Como no hizo ningún gobierno de la era “neoliberal”, el Presidente frenó la inversión pública y dejó todo en manos del sector privado.
La inversión física directa del gobierno disminuyó en 54 mil millones de pesos en relación con 2018 (datos hasta el mes de octubre).
En porcentaje, la inversión pública fija (en obras) cayó 14 por ciento real con respecto a 2018. Se trata de una contracción brutal.
AMLO ha sido el más neoliberal de los presidentes de México, y a juzgar por los resultados, bastante malo.
Malo, porque retiró al gobierno de la tarea de invertir (hacer cosas) y dejó que el sector privado cargara con esa función, aunque sin darle confianza y certidumbres indispensables para que lo haga.
Por un lado quitó al gobierno su función de invertir (neoliberalismo puro y malo), y por otro espantó al sector privado con la cancelación del aeropuerto, la controversia por los gasoductos, congelamiento de la reforma energética, y anuncio de proyectos disparatados.
Conclusión de esa mezcolanza de lo peor del neoliberalismo con atropellos estatistas sin lógica económica: cero crecimiento.
¿De eso se enorgullecen? Están cegados por el deslumbrante 72 por ciento de aprobación, que lo pagaremos todos.
No saben gobernar y nos vamos a estrellar con todo y las bases sólidas que recibieron.
Por lo visto hasta ahora no hay en ellos, los gobernantes de la 4T, una idea neoliberal o estatista ni intermedia sino, como decía Machado, sólo hay algo más o menos que el vacío del mundo en la oquedad de sus cabezas.
Para que les cuadraran los números del superávit primario (ingresos menos gasto, menos costo de la deuda) al que se comprometieron, incurrieron en un subejercicio de 149 mil millones de pesos, a noviembre del año pasado.
Ahí está la razón por la cual no hubo medicamentos, se despidió a personal médico y se desmanteló un sistema de salud mediocre al que había que fortalecer.
Se dejó de invertir en carreteras, apoyos al campo, combate a la delincuencia, atención a la infancia y un largo etcétera que nos pasará la factura.
Lo peor, sin embargo, está en la violencia e inseguridad crecientes que cada vez tocan la puerta de más hogares.
En la polarización entre mexicanos que alienta el Presidente.
En su política social clientelar sin sentido de comunidad.
En la destrucción de la reforma educativa.
En la erosión deliberada de los contrapesos al poder presidencial.
En el acoso a los garantes de elecciones limpias y justas.
Todo el respeto a ese 72 por ciento
de ciudadanos que lo aprueban, pero están profundamente equivocados.