Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
CIUDAD DE MÉXICO, 23 de enero de 2020.- Durante décadas, el emblema de los derechos humanos se llamó Rosario Ibarra de Piedra.
La lucha de Doña Rosario –como se le conocía de manera coloquial por la incansable búsqueda de su hijo desaparecido–, fue conocida en México y en el mundo gracias a los trabajos periodísticos de Elena Poniatovska.
Y resultó de tal importancia esa lucha que, por ejemplo, el gobierno de Carlos Salinas propuso la creación de la CNDH; una institución fundamental para terminar con los gobiernos represores y pilar para el avance democrático.
Desde entonces, la CNDH fue una institución autónoma, capaz no sólo de contener la represión oficial, sino que metió a México entre los países ejemplo por el respeto a los derechos humanos.
Hoy, sin embargo, a nadie le importan los derechos humanos de los mexicanos y, sobre todo, de los millones de migrantes que cruzan por nuestro país rumbo al sueño americano.
¿Qué fue lo que pasó?
Lo que por meses advertimos en este espacio.
Desde la victoria electoral de López Obrador aquí dijimos que uno de los objetivos clave del nuevo gobierno era el control de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
¿Por qué?
Porque el objetivo de López Obrador –dijimos en una decena de entregas del Itinerario Político–, es la instauración de una dictadura al mejor estilo de Venezuela y Cuba.
Es decir, que una vez sepultada la CNDH, durante el gobierno de Obrador, el Estado mexicano y sus instituciones tendrían total libertad para violentar las garantías elementales de los mexicanos y de los extranjeros.
Para eso –y a manera de ironía macabra–, Obrador colocó al frente de la CNDH a la hija de Rosario Ibarra de Piedra, la mujer emblema de los derechos humanos en México.
Hoy, Rosario Piedra es el mayor lastre de los derechos humanos en México; si su madre fue el emblema de los derechos humanos en casi medio siglo, Rosario Piedra sepultó los derechos humanos en México.
Y la mejor prueba es el silencio de la CNDH y de su presidenta, Rosario Piedra, en las violaciones masivas a derechos humanos de miles de mexicanos pobres, a los que se niega el derecho a la salud, escatiman medicamentos y atención elemental; crimen de lesa humanidad del que nada dice la CNDH.
Guardan silencio la CNDH y su presidenta, frente a la destrucción de las guarderías y estancias infantiles, lo que canceló los derechos humanos de miles de niños a una atención de calidad ya que se les condena a perder la atención y la enseñanza en una etapa clave para su desarrollo.
Guardan silencio la CNDH y sus presidenta, ante la violación de los derechos humanos de miles de mujeres que acudían a refugios pagados por el Estado y que las ponían a salvo de la violencia intrafamiliar.
Guardan silencio la CNDH y su presidenta ante el crimen de Estado de dejar sin atención y sin medicamentos a miles de niños y mujeres que, en todo el país, padecen distintos tipos de cáncer.
Guardan silencio la CNDH y su presidenta ante la violación de los derechos humanos de miles de trabajadores del sector público despedidos de manera arbitraria e ilegal; muchos de ellos médicos generales, especialistas y enfermeras.
Guardan silencio la CNDH y su presidenta ante cientos de despidos ilegales de trabajadores, redactores, reporteros y corresponsales de Notimex, institución del Estado en donde impera un clima de terror propio de una dictadura.
Y, por si no fuera suficiente, la CNDH y su presidenta, Rosario Piedra Ibarra guardaron silencio ante la brutalidad de la Guardias Nacional, contra los migrantes centroamericanos, expulsados el pasado lunes con lujo de violencia en la frontera sur.
Hoy en México los derechos humanos son letra muerta y la CNDH está sepultada.
¿Y qué dice de todo eso la señora Rosario Ibarra de Piedra? ¿Imaginó que su hija sepultaría su propia lucha de casi medio siglo?
Al tiempo.