Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
CIUDAD DE MÉXICO, 3 de marzo de 2020.- A menos de una semana de la huelga de mujeres, la respuesta gubernamental se ha asentado en la calificación ideológica del feminismo. Y es paradójico que la derecha antifeminista se haya apoderado de la agenda feminista y el centro-populismo se haya quedado con la agenda machista, cuando en la práctica era al revés.
La protesta de mujeres se centra en un tema sencillo de entender: las están matando y lastimando por su condición de mujer, no por su presunta filiación ideológica. La respuesta gubernamental se ha colocado en el antifeminismo de los años sesenta, justo cuando el LSD, el rock y el existencialismo liberó los roles de género.
La configuración de la sociedad desde esos años ha modificado cuando menos cinco roles: las mujeres, las opciones sexuales, la droga lúdica, la etnia y la clase; al final de cuentas, se trataron de comportamientos que penetraron la vieja geometría ideológica de izquierda-derecha y reventaron las percepciones premodernistas.
En México pasaron de noche las nuevas formas de percepción de esos problemas; sin embargo, los enfoques abandonaron los espacios referidos a hechos naturales y se fueron colocando como realidades construidas y, peor aún, articuladas a través de la reflexión social, de la ideologización de las nuevas ideas y del traslado de la lucha de clases como el motor de la historia a la lucha de derechos antes encasillados en el expediente de minorías.
Lo que las mujeres quieren es muy sencillo de entender: aplicar las leyes contra los machicidios. Y el comienzo debe replantear, inclusive, la gramática de la inseguridad: el feminicidio es un enfoque desde la víctima, en tanto que el machicidio es un enfoque desde el victimario, el agresor, el que abusa de su condición de género masculino. El feminicidio sería una doble victimización.
Y también se tiene que abrir el obturador judicial: los asesinatos de mujeres son apenas el 0.05% del total de delitos, en tanto que la agresión en diferentes niveles contra las mujeres es del 33% del total. Tiene el mismo efecto machista matar a una mujer que golpearla o, como el agresor priísta en Oaxaca protegido por el gobierno priísta de Alejandro Murat Hinojosa, agredirla con ácido en el rostro.
La crisis provocada por las protestas violentas de mujeres contra los feminicidios debiera de haber llevado, desde cuando, a nuevos enfoques sociales, políticos, de género y judiciales. Extraña que las autoridades no hayan aplicado la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida sin Violencia que le corresponde a la Secretaría de Gobernación dirigida hoy –¡sorpresa!– por una mujer y que tampoco se hayan aplicado los criterios del Código Penal Federal en la materia.
Y sorprende más el hecho de que la casi paridad de género en las dos cámaras legislativas federales tampoco haya llevado a redactar un Código de Familia de validez judicial, un hueco que es aprovechado por los abusadores para imponer condiciones de sumisión en los hogares donde se cincelan los comportamientos sociales de los niños.
Y no debe pasar mucho tiempo para que se legisle sobre derechos de los niños con enfoques especiales, porque ahí existen delitos contra menores que tampoco son perseguidos como tales y menos castigados. Resulta de manera dramática que los peores abusos contra mujeres y niños se dé en los hogares donde prevalecen modelos familiares esclavizantes que se reproducen en la sociedad cotidiana.
Los enfoques de género en delitos han sido producto del desbordamiento de la inseguridad. Llama la atención que el Congreso haya mandatado que la Guardia Nacional en formación tuviera una “perspectiva de género”, pero que en la realidad judicial, legal y social esos enfoques de género no se apliquen. Y que en Ciudad de México haya batallones de mujeres policías no para defender a las mujeres de la violencia, sino para aplacarlas a toletazos “con perspectiva de género”: una mujer policía puede ejercer la fuerza contra mujeres, diría el razonamiento, con menos críticas sociales. La violencia de las protestas femeninas es una respuesta femenina organizada contra la pasividad de las autoridades políticas y judiciales.
Quedan por razonar los porqués de la agresión contra mujeres en momentos de liberación de viejos roles machistas: los machos están demostrando con su violencia machista su superioridad en retirada, en circunstancias en que las mujeres están aumentando su presencia laboral y se están haciendo cargo de hogares sin figuras paternas. Es decir, estanos viendo una superioridad femenina sobre el machismo masculino.
En sus circunstancias últimas, la violencia contra las mujeres es una forma de presión masculina ante el agotamiento del modelo machista de superioridad. De ahí que el feminismo sea, en sí misma, una revolución social.
Política para dummies: La política tiene la función de aclarar la realidad, no de cubrirla con la niebla de la impunidad.
@carlosramirezh