A 5 años, no dejemos solo a nadie
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de marzo de 2020.- Los que preguntan las razones gubernamentales para no declarar estado de emergencia por el coronavirus encontrarían la respuesta en la ley neoliberal de rendimientos negativos: darle prioridad a la precaria estabilidad económica, por el costo productivo que implicaría cerrar actividades económicas por razones médicas.
Los países de todas las zonas de Europa reaccionaron en función de la ley de rendimientos sociales: aún a costa de llevar su PIB a niveles negativos, la presión de infectados y muertos condujo la decisión de Estado a aislar países y vaciar calles y entrar en una profunda recesión.
La ley de rendimientos negativos establece la disminución de un producto o un servicio a medida que se añaden factores diversos a la creación de ese mismo bien. La medida que llevará a las autoridades mexicanas a paralizar la economía, cerrar ciudades y vaciar calles estará determinada por el número de muertos. Hasta el domingo había 52 infectados y posiblemente un muerto no ameritaban extremar decisiones de paralización productiva.
La disposición de suspender actividades aquí como en Europa será una apuesta: en los cálculos oficiales se prevén, si la infección avanza en la segunda quincena de marzo, menos de mil muertos. Más de ese umbral sí llevaría a decisiones extremas. Lo que queda por esperar representa también otro cálculo de probabilidades: que la multiplicación de infecciones/fallecidos comience en proporción geométrica a finales de mes y que para entonces China y Europa ya hayan encontrado alguna vacuna.
Sin embargo, esta semana podría darse un factor sorpresa altamente negativo. En círculos financieros aseguran que en próximas horas algunas calificadoras bajarán el grado de la deuda mexicana sobre todo de Pemex y podrían darle perspectiva negativa por las cifras de pérdidas de la paraestatal. Las calificadoras estaban a la espera de mensajes de fondo en la Convención Bancaria de Acapulco, pero se encontraron con el mismo discurso de negación de la crisis financiera de la paraestatal, a pesar de los esfuerzos de Hacienda por tratar de convencer a las empresas calificadoras que las cosas no están tan mal.
De darse esa calificación negativa, los bonos de Pemex pasarían a ser asumidos como basura, el crédito mexicano entraría en crisis y sobre todo no habría suficiente inversión extranjera directa productiva. Puede ser también que la calificación negativa sea una jugada perversa de las calificadoras para obligar a México a regresar a la reforma energética de Peña Nieto y los contratos privados sin restricciones, pero en ese juego de fuerzas México carece de fichas para doblar apuestas.
En medio de las tensiones financieras y ante la falta de una estrategia de comunicación integral que diluya la desinformación en las redes, el debate el pasado fin de semana fue la crítica a la decisión presidencial de no extremar medidas de aislamiento de personas ante el avance de la infección del coronavirus y sobre todo a las giras presidenciales personales con contactos humanos sin filtros, pero también a eventos públicos con aglomeraciones humanas. Por decisión propia, algunos sectores tomaron la decisión unilateral y sin aprobación gubernamental de cerrar escuelas, cancelar eventos, suspender sobre todo juegos deportivos profesionales y llevaron los temores a los umbrales de pequeñas histerias sociales colectivas.
Las presiones sobre el presidente de la república para decretar un estado de emergencia tipo Europa crecieron en las últimas horas, pero las decisiones oficiales dependen más bien de las cifras de infectados/fallecidos vis a vis el efecto en la actividad económica. Antes de la emergencia la meta del PIB de 2% para 2020 había bajado a 0.9% y los primeros cálculos por el coronavirus la disminuyeron a 0.4% y existen indicios de que una emergencia radical tipo Europa podría dejar el PIB en un escenario de -2% a -4%, cerca de las grandes crisis de 1983 (-4.3%), 1986 (-3.8%), 1995 (-6.3%) y 2009 (-5-3%).
Si se juntan la evaluación negativa por parte de las calificadoras y un estado de emergencia que paralice la actividad productiva, el año de 2020 será de un enorme deterioro económico con repercusiones de mediano plazo, porque se daría en la víspera de las elecciones legislativas de mediados de sexenio y el relevo de quince gubernaturas del año próximo. La apuesta presidencial radica en aguantar las presiones de los mercados y de los temores de la pandemia en función de su liderazgo personal para encarar el tsunami que viene.
Hasta esta semana podrán conocerse las cifras de infectados y fallecidos y las expectativas de desenvolvimiento de la pandemia. Pero en algunos niveles políticos asumen con preocupación el hecho de que los miedos al coronavirus como si fuera una peste están derivando en presiones al presidente para decretar estado de emergencia.
Política para dummies: La política es la sensibilidad para entender las crisis y salir de ellas con el menor costo económico.
@carlosramirezh