Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
CIUDAD DE MÉXICO, 29 de marzo de 2020.- Susan Sontag emprendió una indagación sobre uno de los temas centrales de la vida cotidiana: usar las enfermedades como metáforas de la realidad; es decir, apelar a los significados de las enfermedades como irrupción de la vida sana para caracterizar rupturas políticas. El cáncer de la corrupción, la tuberculosis de la maldad.
Ahora hay que agregar una tercera: la peste como la forma de expansión social de alguna enfermedad infecciosa que se trasmite por el aire y que hace, en los simbolismos literarios, que las personan caminen sin problemas y de pronto caigan muertas.
Nada define mejor el pánico que la reacción de las personas a las enfermedades, a veces las más sencillas y otras casi siempre las mortales. El Dr. Bernard Rieux funciona como el hilo narrador de La Peste (1947), de Albert Camus. A través de su paciencia, bonhomía, sentido del deber comienza la inquietud por el primer mensaje de la tragedia que se cierne sobre una comunidad humana: aparecen ratas muertas, un inició que aparecería como pájaros muertos en el cuento Un día después del sábado (1954) de Gabriel García Márquez; en el primero las ratas fueron el aviso de que estaba llegando la peste; en el segundo los pájaros avisan de la llegada del Judío Errante.
Si Sontag aborda el uso de enfermedades para retratar situaciones políticas, ahora la metáfora del coronavirus puede iniciar la reflexión sobre una sociedad desconcertada ante la enfermedad. Aún en su cifra más escandalosa, las muertes por el nuevo virus no alcanzarían ninguna de las pestes del pasado. En este sentido, el coronavirus podría funcionar como la metáfora del miedo a la muerte: las ciudades despobladas no sólo por orden gubernamental, sino por decisión de los ciudadanos, el miedo a morir como metáfora de la vida.
Nacemos, dice Sontag, con una “doble ciudadanía”: la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos, la maldición binaria de nuestra existencia. El Dr. Rieux combate la peste y llega hasta el final para descubrir que después de la peste sigue la vida y que la vida necesita olvidarse de las enfermedades. La dialéctica vida-muerte puede ser el dinamo que nos hace mover; luchar contra la muerte y sus enfermedades como enviadas a la tierra para vivir siempre luchando contra la muerte. De manera paradójica, la muerte define a la vida.
La pandemia del coronavirus en México ha escalado tensiones sociales y políticas que parecen olvidar lo ocurrido en 2009 con la pandemia H1N1 de fiebre aviar: más de 70 mil infectados y más de mil 100 muertos. La reacción gubernamental fue intensa, al grado de que se llegó a criticar como sobrerreacción. Hoy que el presidente López Obrador ha desdeñado los avisos de peligrosidad del coronavirus y sigue sus giras de contacto con la población, la reacción social y política ha escalado niveles de crítica.
Lo que queda en el fondo de la inestabilidad social es la certeza de que el hombre sigue siendo víctima de enfermedades conocidas o desconocidas. La enfermedad nos hace humanos. Mientras más se avanza en la búsqueda de alguna medicina contra el cáncer, otras enfermedades más volátiles revelan la fragilidad del cuerpo humano ante su entorno. El pánico de los habitantes de la ciudad de Camus se explica en función de la incapacidad de la ciencia humana para entender las enfermedades mortales individuales –cáncer o tuberculosis– y las enfermedades masivas como la peste.
El final de La Peste parecería ser la maldición Camus: la gente baila de alegría cuando el vacilo de la enfermedad se diluye como llegó: en el aire, pero sin entender –saber, quizá sí– que “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer decenios dormido entre los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que l peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
El coronavirus no extinguirá a la raza humana, pero la hará más humilde…, o al menos ojalá que así sea, y que sus efectos vuelvan a despertar el sentido de la solidaridad humana que se ha perdido en el boato de la posmodernidad. La gran metáfora de la enfermedad tipo peste radica en el redescubrimiento de que el ser humano es él y no sus riquezas o vestimentas y que las enfermedades prueban que todos nacimos iguales para morir iguales.
La única certeza que queda es que la peste del coronavirus pasará, que se llevará a muchas personas entre las patas de los caballos de enfermedades apocalípticas, que después todo regresará a la normalidad y que los hombres y mujeres hibernarán hasta el regreso de la próxima peste que profetizó Camus.
@carlosramirezh