
Salgado Macedonio: sé que no puedo ser candidato
OAXACA, Oax., 16 de agosto de 2020- Es entendible que el muy respetado intelectual y político, don Enrique González Pedrero –antiguo profesor del joven Andrés Manuel López Obrador– haya titulado hace algunos años a su estupenda obra biográfica: «País de un solo hombre. El México de Santa Anna», y que esta imagen recorra la historia hasta nuestros días.
Desde luego, eso es comprensible dado el protagonismo e influencia que el referido caudillo biografiado ejerció en la política a lo largo de los primeros 25 años de vida independiente.
Estimo, sin embargo, que esa afirmación debe ser matizada: México ha sido y es no solo muchos México (s) sino país de muchos líderes, coaliciones y poderes en competencia. Un país policéntrico.
Si tomamos las tres repúblicas federales y la centralista que al menos formalmente hemos experimentado; o bien, si asumimos la idea de las transformaciones dialécticas: Independencia, Reforma y Revolución como respuestas al colonialismo borbónico, el santanismo y el porfiriato autocráticos, respectivamente, entonces las cosas lucen distintas. Algo similar estamos viviendo en nuestros días
En la Independencia contra el borbonismo (1813-2022), la tendencia monárquica fue defendida por los últimos virreyes de la Nueva España: Venegas,, Calleja, Apodaca, Novello, y O’Donojú, asi como Agustín de Iturbide y varios otros políticos influyentes.
A su vez, el movimiento soberanista –ya no solo independentista– impulsado por José María Morelos, fue consumado años después por Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y otros próceres, apoyados en decisivas fuerzas regionales y municipales.
En la Reforma en contra del santanismo y sus aliados que recorrió la primera República Federal (1824-1835), la República Centralista (1836 a 1846) y los albores de la segunda República Federal (1856-1876), la tendencia concentradora y conservadora la lideraron personajes notables: Manuel Gómez Pedraza, el propio Lopez de Santa Anna, Lucas Alamán, José Joaquín de Herrera, o bien, Manuel de la Peña.
Del lado federalista y liberal destacaron José María Luis Mora y Valentín Gómez Farias, Melchor Ocampo, Benito Juárez, Ignacio Comonfort y los hermanos Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, Manuel Doblado y Jesús González Ortega, entre otros jefes de grupos y fuerzas importantes.
Imposible no considerar a los conservadores anti-reformistas, los generales Félix Zuloaga, Leonardo Márquez, Miguel Miramón o Tomas Mejía, o bien el gobernador neoleonés liberal –pero muy autónomo– Santiago Vidaurri
En la Revolución contra el porfiriato tardío, del lado del caudillo oaxaqueño, el general Díaz Mori, hay que formar a Manuel González, Manuel Romero Rubio y Justo Benítez.
Del lado opuesto, además de la y los hermanos Flores Magón, a Bernardo Reyes, Francisco I. Madero, Venustiano Carranza y, por supuesto, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.
Salvo excepciones, todos con 20 años o más de experiencia política previa a su cenit.
Ahora bien, sumados a esos líderes de primera línea, en cada etapa los hombres y poderes fuertes regionales, de donde emergió la mayoría de aquellos, complicaron las historias de manera efectiva.
Jefes políticos regionales y gobernadores fuertes, comerciantes y empresarios, líderes sociales y organizaciones múltiples, prensa y periodistas, jefes militares y eclesiásticos, embajadores y poderes formales, informales e ilícitos, nacionales y extranjeros e internacionales siempre han operado en el entorno nacional.
Viajando hacia finales del siglo 20 e inicios del siglo 21, es observable un fenómeno parecido.
Los últimos 30 años, desde 1990 en adelante, presidentes y líderes priistas tales como Carlos Salinas de Gortari, Manlio Fabio Beltrones, Luis Donaldo Colosio o Beatriz Paredes condujeron la política modernizadora liberal con tintes más o menos socialdemócratas.
Junto a ellos, aunque con una tendencia más moderada, imposible no ubicar, por ejemplo, a Carlos Castillo Peraza, Diego Fernández de Ceballos, Felipe Calderón y Josefina Vázquez Mota.
En el frente opuesto, ya son parte de la historia de la revolución democrática con marcado énfasis social: Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, un segundo Manuel Camacho Solís y Andrés Manuel López Obrador.
En un contexto globalizado y comunicado al instante, en este periodo, poderes, hombres y mujeres vigorosos y activos han participado e incidido en los procesos de cambio, moderación y transformación.
Esos personajes, en una década más, habrán de terminar de pasar la estafeta a la nueva generación política.
Esta, como en su tiempo los jóvenes sucesores de la Independencia, la Reforma y la Revolución que forjaron nuevos regímenes políticos, habrán de saber desde ahora que no podrán actuar solos y mucho menos creer que su voluntad será única y determinante.
Los muchos México(s) de las sociedades plurales y diversas, locales y regionales; los muchos hombres y mujeres fuertes; los numerosos actores lícitos e informales les estarán acompañando en la división real de poderes que distingue el contexto sociopolítico.
En un escenario así, el Estado deberá recuperar su autoridad, legitimidad y eficacia para modular y conducir los procesos de reconstitución política y jurídica, desarrollo con equidad e identidad y gobernanza democrática.
Empero, sería inútil que el presidente López Obrador llegara a soñar en convertir a México en el país de un solo hombre.
Bien sabe que, cada vez que se ha intentado, el sueño se trocó en amarga pesadilla en el exilio.
Es decir, no en la realidad en la que quisieron y preferimos vivir la mayoría de los mexicanos.