La posverdad judicial
CIUDAD DE MÉXICO, 9 de noviembre de 2020.- Un día no muy lejano despertaremos con la noticia de que hemos rebasado los cien mil muertos por la pandemia, y el millón de infectados. Ese día está tan cerca como una semana, diez días a lo sumo. Tal vez menos.
No hace falta interrogar a los arcanos, al zodiaco o al oráculo. Es tan real como mirar a nuestro alrededor, o consultar los datos oficiales. Hay que aclarar que esos cien mil muertos serán los reconocidos, más otros ciento cincuenta mil o doscientos mil que la Secretaría de Salud mantiene en sus registros bajo el título de sospechosos y los incluye como un “exceso de mortandad” que no se explica sino por la misma causa.
Y habría que decir que la inmensa mayoría de estas muertes son, sí, adivino usted, pobres, a los que se les ofreció el paraíso. Me hace recordar aquella famosa película del Neorrealismo italiano en la que el director Vittorio De Sica, en su festinada película Milagro en Milán (1951) decide en su escena final mandar, en escobas, a todos los pobres al cielo. Porque en la tierra, evidentemente, no hay espacio para ellos, es decir justicia.
Pero volvamos a México del 2020. La evidencia muestra, decía, que los que mueren por la pandemia y el resto de enfermedades asociadas o no con la pandemia, son mayoritariamente pobres, y si me apuran los pobres entre los pobres, los que no tienen Seguro Social, ISSSTE o, quién lo dijera, Seguro Popular, que se creó justamente para atender a los más desprotegidos y sin seguridad social, mucho menos privada.
Pero, ¿por qué se mueren los pobres?, alguien podría preguntar. La respuesta es muy sencilla: porque ya no se les atiende ni se les ofrece un tratamiento, medicamentos, análisis, etc. Vaya, ya ni siquiera consultas médicas. Porque ya no hay una institución que se encargue de remediar las recurrentes crisis de salud y porque, finalmente, a nadie le importan.
No, por lo menos, en la 4T, que los convirtió en un botín propagandístico para ocultar sus fracasos, y cuyos diputados saquean sin ninguna vergüenza los recursos que dejaron los odiados gobiernos neoliberales, porque ellos han sido incapaces de crear algo. En dos años el gobierno ha sobrevivido de los ahorros que dejaron aquéllos. Quién lo dijera.
Y uno pensaría que esos recursos irían para reforzar los temas de la emergencia sanitaria, pero no: se van a cubrir los desfalcos de Dos Bocas, del Tren Maya o de Santa Lucía, o a pagar las deudas que dejaron los caprichos presidenciales como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, que no acaban de pagar. Y para cubrir las pérdidas de la CFE y de Pemex, donde medra la familia de su director.
Mueren también porque se cancelan intervenciones quirúrgicas programadas que iban a hacer la diferencia entre vivir y morir, o sesiones de diálisis, y porque desaparecieron los apoyos a enfermedades catastróficas, otra de las ideas por las que existía el Seguro Popular. Hoy se omiten incluso las consultas médicas. Eso para no insistir en el criminal asunto de las vacunas o medicamentos en cáncer infantil, de mama, muerte posparto e incluso sarampión. Ya no digamos influenza, que llegó tarde y escasa a las clínicas de salud, o la indispensable vacuna Triple para infantes, o las que no se aplicaron contra dengue, hepatitis o polio. Una tragedia. Por eso los más pobres de este país muere más que ninguna otra población.
Pienso que en Milagro en Milán, De Sica no supo qué hacer con los pobres; López Obrador tampoco, por eso ambos los mandan al cielo.