Cortinas de humo
OAXACA, Oax., 10 de enero de 2021.-La historia moderna y contemporánea está cargada de ejemplos que evidencian la tremenda importancia de los partidos políticos para la democracia y la gobernabilidad de un país.
Durante el siglo 19 mexicano, la ausencia de partidos políticos constituyó uno de los principales factores de la dispersión, fragmentación y falta de consistencia de los gobiernos en turno.
En respuesta, los intentos de caudillos y líderes militares y algunos civiles –de Iturbide a Santa Anna y de Juarez a Diaz– por estabilizar e imprimir conducción a la nación complicaron o de plano terminaron frustrando los esfuerzos de generaciones completas.
El siglo 20 mexicano se distinguió por lo contrario llevado al extremo.
Después de la caída del régimen porfiriano a costa de dos décadas de violencia y revoluciones la fundación del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1929 dio paso a la etapa de mayor estabilidad y crecimiento económico y sociocultural que haya experimentado el país.
Al PNR le sucedió el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) en 1938 y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en 1946, a la vez que se crearon, entre otros, el Partido Acción Nacional (PAN) en 1939 y el Partido Popular Socialista (PPS) en 1948.
La reforma y la ley electoral de 1946 contribuyeron a consolidar un sistema de partidos que daba al PRI la centralidad y fuerza suficientes para procesar y conducir en todo el territorio nacional los intereses de los principales actores políticos.
Ese sistema fue parte del llamado Milagro Mexicano que bajo ciertas condiciones internas y externas produjo un 6 por ciento promedio de crecimiento anual favoreciendo la movilidad social a la vez que la exclusión de las izquierdas radicales.
Desde 1977 y hasta el año 2018 aquel sistema fue reemplazado por otro en el que el PRI pasó a jugar un papel de seguro de última instancia ante organizaciones que lo fueron desplazando junto con una sociedad cada vez más grande, plural y demandante, y se supone que al fin, en 2018, la izquierda pudo ver cumplida la promesa de que accedería al poder con la fuerza de los votos y no de las armas.
Pero el punto a iluminar es que el PAN, partido que sustituyó al PRI en la presidencia de la República entre 2000 y 2012, no era lo suficientemente sólido para la tarea, tanto en tamaño como densidad en el territorio y entre el electorado. Eso explica la necesidad que tuvo de compartir y luego devolver el poder de la presidencia al viejo ogro filantrópico.
A su vez, el PRI ya no pudo entre 2012 y 2018 reponer el sistema que le garantizo el éxito durante tantas décadas, y tampoco consolidar el nuevo sistema político-constitucional que se vemis formando.
Pudo menos aún cuando desde el gobierno cometió errores garrafales en el ámbito de la seguridad y la integridad, además del entorno económico cambiante y diverso.
Sirva lo anterior para advertir que ahora los mexicanos nos enfrentamos a otro problema muy serio consistente en que Morena, que en el nombre lleva la semilla de sus potencialidades y su debilidad pues es un movimiento que no ha transitado a auténtico partido, muestra limitaciones relevantes. Otro tanto revelan las demás opciones contendientes.
De allí que la actual política de alianzas parciales y dinámicas les sea indispensable a unas y otras, motivadas por la natural actitud pragmática de conservar o arrebatar espacios clave de representación y poder.
Si los siglos 19 y 20 se caracterizaron por la inexistencia de partidos y la hegemonía unipartidaria, en el siglo 21 debemos continuar en la búsqueda de la fórmula que asegure un balance entre pluralidad y gobernabilidad en el marco del Derecho.
No parece que volver al sistema de partido hegemónico sea siquiera posible, ya no digamos conveniente, pero tampoco que el país se hunda en la dispersión y reyertas que solo benefician, entre otros, a intereses ilícitos y ajenos al bien público que en algunos casos han larvado a los propios partidos, lamentablemente.
Estimo que ese es uno de los principales debates que nos debemos los mexicanos y tendríamos que abordar durante el proceso electoral en curso.
¿Qué tipo de sistema político, de gobierno y de partidos sería el más pertinente para hacer avanzar o transformar a México? ¿Hasta qué punto es funcional el sistema electoral construido hasta ahora? ¿Cómo acotar el populismo radical antidemocratico de derecha o de izquierda? ¿Qué clase de ciudadano y ciudadana requerimos para arraigar la democracia constitucional y no volver al siglo 20 o, peor aún, al siglo 19?