El episcopado ante el segundo piso de la 4T
OAXACA, Oax., 2 de mayo de 2021.- En verdad, la insatisfacción es también un motor para el perfeccionamiento del hombre, ser un cerdo satisfecho no es mejor que un hombre insatisfecho.
El inconforme regularmente hace historia política.
Nuestras vidas están llenas de compromiso moral y dilemas, donde numerosas afirmaciones compiten y entran en conflicto, arrastrándonos al mismo tiempo en direcciones diferentes.
Cualquier acto posible tiene muchos aspectos relevantes para determinar si es correcto o no. Al considerar cómo deberíamos actuar, nuestra tarea como agentes morales consiste en sopesar las diversas afirmaciones en conflicto y llegar a una decisión que sea correcta dadas las circunstancias.
Las obligaciones a primera vista que debemos de asumir son:
a.- Fidelidad: la obligación de ser honesto.
b.- Reparación: la obligación de compensar por un acto erróneo previo.
c.- Gratitud: la obligación de reconocer los servicios prestados por otros.
d.- Justicia: la obligación de ser justos.
e.- Beneficencia: la obligación de ayudar a otros menos afortunados.
f.- Autosuperación: la obligación de mejorar la propia virtud, inteligencia y demás.
g.- La no maleficiencia: la obligación de no dañar a nadie.
Estas obligaciones son evidentes por sí mismas, al menos para las personas que reflexionan con claridad y calma, con mentes no deformadas por el propio interés o por una mala educación moral.
Es una visión comúnmente compartida que hay una diferencia significativa, moralmente, entre lo que hacemos y lo que permitimos que ocurra. La decisión de no actuar puede ser una decisión importante como la de no actuar, así que, en este caso debemos aceptar las consecuencias morales de nuestra decisión.
El vínculo entre culpa y voluntad, o control, es menos firme de lo que generalmente suponemos. Parece que culpamos a la gente no sólo por lo que hacen voluntariamente, sino también por lo que hacen como consecuencia de su suerte.
Resulta que la moral no es inmune a la suerte al fin al cabo, y que debemos contemplar que hay algo que podríamos llamar suerte moral: la mala suerte, según parece, te puede hacer mala persona.
Podría parecer que pisamos un terreno más firme si juzgamos a la gente basándonos en sus intenciones, en lugar del resultado de tales intenciones.
La conclusión lógica del debate sobre si hay tal cosa como la suerte moral aparece con la cuestión del libre albedrío y plantea las mismas preguntas: en el análisis final, ¿si no existe la libertad, puede haber responsabilidad? Y sin responsabilidad, ¿cómo justificamos la culpa y el castigo?