¿Pero alguna vez hubo aquí una Revolución Mexicana?
Cuando un hombre tiene la posibilidad de poder, es cuando tiene la posibilidad de mostrarse como es: Luis Spota
Para quienes somos egresados de la UNAM es preocupante que el presidente de la República emita juicios y descalificaciones en contra de la Universidad Nacional Autónoma de México porque con el poder de su investidura es evidente que algo pretende, más allá de iniciar un debate democrático o razonable.
La UNAM está en el foco de Andrés Manuel López Obrador y eso no es buena noticia. Tampoco si la califica de retrógrada –ir hacia atrás–, justo la acusación que a él se le hace con frecuencia, tampoco se trató de un lapsus línguae o desliz freudiano, porque abordó el tema tres días seguidos, sin importarale descalificar a su embajador ante la ONU, Juan Ramón de la Fuete, ex rector de la máxima casa de estudios.
Podría ser que al acusarla de neoliberal o conservadora esté midiendo la reacción de quienes protestan y prometen movilizarse cuando sea necesario defender la autonomía, que acicateó a los universitarios sólo para saber a qué se podría enfrentar si realmente prepara, con sus aliados, el ataque para apoderarse de la Rectoría en las próximas elecciones -en 2023- y asi poder cambiar la libertad de cátedra y la pluralidad ideológica que caracterizan a la UNAM.
Mal indicio es ignorar la grandeza de tu alma mater como formadora de hombres distinguidos. Los tres mexicanos que han obtenido el Premio Nobel egresaron de sus aulas: de la Paz, Alfonso García Robles; de Literatura, Octavio Paz y de Medicina, Mario Molina.
Es voluntad libre y soberana del jefe del Ejecutivo realizar cada día un show o conferencia mañanera como elemento central de su política de comunicación, como estrella del reparto cada vez pule más sus gestos y mímica para imbuir en sus adeptos el sentido de por fín podemos hablar y hablar de temas que antes teníamos que pensar –como cuando se puso a balar como borrego–, y burlarnos libremente sin más límite que la sinrazón, sin consecuencias hasta ahora.
Mucho se habla de los vicios y las virtudes de esta forma de comunicación, pero al presidente las críticas no parecen importarle debido a que tooodas provienen de sus enemigos: los neoliberales, empresarios, analistas, politólogos, periodistas, intelectuales, abogados, científicos, catedráticos, organizaciones sociales, la UNAM…
Muchos creemos que la sobreexposición del mandatario es contraproducente, pero no para él y sus personales intereres –ya que sus índices de popularidad lo tienen en el segundo lugar mundial– sino para el país y los intereses de su población diversa y plural.
El pueblo de México sufre, estoicamente, en forma casi inconsciente, la mortandad incontrolable por una pandemia de Covid-19 mal enfrentada –con más de medio millón de muertes, según la OMS–, violencia delincuencial, feminicidios y trata de menores sin contención por parte del gobierno.
El presidente juega con la agenda pública desde que decidió convertir esa plataforma, la conferencia mañanera –con transmisiones en vivo en los canales de TV y redes del Estado– en el eje central de sus acciones de gobierno.
Nadie ha osado desde los otros poderes de la Unión ponerle freno a su verborrea, ni la oposición acierta a establecer una estrategia para detener la hondonada, con excepción de algunas respetables organizaciones independientes.
Los problemas del país crecen, quien debiera conducir al costoso equipo administrativo y de seguridad gubernamental para poner remedio al desabasto de medicamentos, frenar la inflación, controlar la violencia, rescatar al país de manos del crímen organizado, abatir el desempleo, el rezago burocrático, eficientar el gasto público, etcétera, se entretiene como el gran comunicador, mentor, líder moral y dictador.
Quizá pequemos de ingenuos y la comunicación presidencial no sea de ocurrencias, sino resultado de una estrategia de control del caos gubernamental ante los inconvenientes de una política errática en salud, seguridad pública, desarrollo social… puede ser, pero el costo lo pagamos todos los ciudadanos, no sólo sus simpatizantes, por ello debe satisfacer a todos, sin divisiones ni enconos.
Aunque parezcan similitudes distantes, citaré para reflexionar un caso que podría presentar analogías con personajes políticos cercanos, después de todo la lucha por el poder, la ambición, la megalomanía son parte de la naturaleza humana.
«Nunca ha dicho nada juicioso ni interesante sobre el tema de la democracia, un sistema político que ni apoya ni denuncia. No es un ideólogo, ni un auténtico creyente: es un hombre que quiere el poder y la fama que siente se le ha negado injustamente».
Escribe Anne Applebaum en referencia a Jaceck Kuski, un polaco de extrema derecha, megalómano, sin escrúpulos ni formación política, quien se vengó de su falta de importancia que padeció años cuando fue nombrado director de la televisión pública.
El veneno acumulado fue la inspiración para emprender campañas «conspiranoicas» de odio en contra de políticos de oposición –al gobierno de Lech Kaszcinsky– a quienes creaba mala reputación con falsedades, las calumnias alcanzaban también a los más populares de su bando –del partido Ley y Justicia-, creando el clima propicio para la violencia política letal y destructiva.
¿Se imaginan si Jaceck Kuski no sólo contara con el apoyo del presidente Kaszcinsky sino que hubiera llegado a ocupar un cargo con el poder y las canonjías de la presidencia de la República en México? Un hombre todopoderoso, sin filtros, inspirador de admiración entre los propios y miedo entre sus oponentes. Qué bueno que esto es ficción.
La periodista e historiadora, premio Pulitzer, Anne Applebaum escribió el libro El Ocaso de la Democracia, la seducción del autoritarismo, en donde se refiere a los líderes despóticos que ya en el poder utilizan las teorías de la conspiración, la polarización política, las redes sociales e incluso el sentimiento de nostalgia para destruirlo todo y redefinir la idea de nación.
El estudio, centrado en las asediadas democracias liberales de occidente, especialmente europeas, expone de forma clara y concisa las trampas del nacionalismo y la autocracia y nos explica por qué los sistemas políticos con mensajes simples y radicales son tan atractivos.
Tenemos que centrar nuestra atención en nuestras reales prioridades, defender los valores de la democracia, exigir respeto al Estado de Derecho, conservar las instituciones autónomas, como la UNAM que, por cierto es perfectible, pero defendámosla de quienes por ambición política quisieran secuestrar su libertad.
Evitemos caer en las trampas de la Gran Mentira que utilizaron los sistemas comunistas y fascistas, ellos exigieron lealtad por encima de capacidad y competencia para ser parte del equipo gobernante.
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