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En lo que conocemos como “literatura” a veces ocurren hechos extraordinarios, como cuando un autor logra mover las “letras”, el canon, con su primera novela; Antonio Pacheco Zárate, con Centraleros, está convertido en el novelista de Oaxaca. Afirmar que Pacheco es el mejor novelista de Oaxaca sería una desmesura, por la escasa circulación de su nombre en los círculos literarios; podrían sentirse ofendidos Fernando Lobo, Karina Sosa, pero, lo sostengo: Antonio Pacheco es el mejor novelista de Oaxaca.
Antonio, que es un camorrista de Juquila, hijo de su pueblo y de su madre y de su abuela; Antonio, que con sus muchas madres abordó la novela con lo que conoce, la trama popular en una Oaxaca que se sostiene de Guelaguetza en Guelaguetza y se salta las trancas de vez en vez y se integra al sistema conocido como “literatura” con sus críticos, el grupito de sabios apestosos.
Considero que así se forma la tradición literaria en Oaxaca, a empujones. ¿Estamos mal? No lo pienso así.
Para calmar las buenas conciencias de los críticos puedo citar la teoría literaria, que rivaliza con las matemáticas en definiciones estáticas, compactas y seguras, para la teoría literaria esas definiciones sólo conforman la base que modifica el hecho literario, definido éste por Iuri Tinianov (1968) como la puga entre periferia y centro, ese pleito que hace posible que las letras prevalezcan sobre el tiempo.
Centraleros llega desde otros irreverentes, puedo citar algunos nombres: Rogelio Barriga Rivas (Río Humano y La mayordomía, 1948 y 1951, Si yo fuera diputado, guion cinematográfico actuado por Mario Moreno, Cantinflas) y nuestros nunca bien ponderado Andrés Henestrosa (ese relato bifronte que cada que se frecuenta nos maravilla, El murciélago), Wilfrido C. Cruz y Abel Santiago.
En nuestro continente, el argentino Ricardo Piglia (Adrogué, 1941-2017, Buenos Aires) retomó elementos de los Formalistas Rusos y estudió dos tradiciones con vigencia en nuestros países: la literatura norteamericana y las letras argentinas; Ricardo Piglia, el mismo autor que llegó en 2013 a Oaxaca en busca de Malcolm Lowry, Piglia el que sostiene: La narración alivia la pesadilla de la Historia.
Y Antonio Pacheco sostiene a cabalidad su no plegarse al canon, a los maestros; guía su trabajo por un hecho, contar historias (lo afirma en juquileño, “cargo en mi cabeza un chingo de historias”).
Larga vida pues para Antonio Pacheco Zárate, a su trabajo, y larga vida también para los críticos siempre tan apestosos, que se sienten la única pluma del pueblo; en suma, larga vida a los escritores y escritoras de Oaxaca.