Y ahora ¿qué hacemos con Trump?
A todos nos preocupan las ‘fake news’. Nos parece inconcebible que tantas noticias falsas circulen sin pudor entre todos los medios de comunicación a nuestro alcance; y nos parece indignante que haya gente que crea en ellas y que participe ingenuamente en su transmisión y reproducción.
Al mismo tiempo, casi todos nos sentimos seguros y correctamente informados porque nosotros sí nos mantenemos alertas y enteramente conscientes de la ‘verdadera realidad’. Una paradoja total, porque justamente esto último es buena parte del sustrato perfecto para la desinformación.
Noticias falsas siempre han existido; sin embargo, en últimas fechas se ha generado una mayor preocupación sobre éstas debido a que gracias a los avances tecnológicos que facilitan su divulgación en tiempo real, ahora hay millones de operadores, validadores y transmisores de bulos que no cesan de enviar y recibir noticias falsas. Esta situación, no sólo impacta a una persona en concreto; puede llegar a modificar comportamientos de amplios grupos sociales afectando dinámicas relevantes. Las más peligrosas -o al menos las que más nos deben concernir- son aquellas que potencian los discursos de odio, de discriminación o agresividad; pero también cuando ideologizan la justicia o acallan las libertades fundamentales del ser humano.
Hay varias recomendaciones para detener el ritmo de la transmisión de las mentiras entre usuarios e incluso se le pide a los lectores que prácticamente se vuelvan peritos verificadores de información. Sin embargo, es un despropósito; es claro que hay que ser más críticos cuando se recibe cualquier información u opinión pero no se puede dejar todo en manos de los consumidores. La respuesta sigue siendo la más simple: construir confianza y confiar en quienes se dedican profesionalmente a las tareas informativas.
Construir confianza es una búsqueda imprescindible que los periodistas y la sociedad informada deben realizar permanentemente; labor ciertamente ingrata porque se avanza lenta y trabajosamente en la confianza pero se precipita fácil y rápidamente cuando se traiciona.
En la construcción de confianza, tanto los periodistas como la sociedad informada deben tomar en cuenta varias realidades. Primero, que la objetividad absoluta es imposible; buena parte de la veracidad de quien transmite información depende del reconocimiento de su propia subjetividad y de sus propias limitaciones. Y esto, lejos de incomodar a la audiencia, debe asimilarse con esperanza.
En segundo lugar, es importante recordar lo que bien apuntan las expertas Cherilyn Ireton y Julie Posetti: Que los periodistas corren el riesgo de ser arrastrados por la ‘cacofonía’ de la información (subirse a las tendencias, sumarse a la masiva dirección de los temas de interés); que pueden estar también manipulados por actores que utilizan su poder formal o simbólico para corromperlos y distribuir su información (aquí entran organizaciones políticas, económicas, ideológicas o religiosas); y, finalmente, que también hay mecanismos de autopreservación de las instituciones corruptoras y que buscan desacreditar a los informadores mediante rumores o falsedades utilizando sus propios medios… o a otros periodistas manipulados o corrompidos.
Es decir, nadie, ni siquiera los periodistas más prudentes son simples guardianes de la veracidad ante la avalancha de desinformación y del embuste.
Esto último obliga a una reflexión profunda en quienes se creen (o nos creemos) libres de caer en estas trampas: nadie puede salvarse de las ‘fake news’ por sí solo o junto a los miembros de su propia red. Se requiere construir confianza más allá de nuestros propios grupos, de nuestras certezas.
De lo contrario, se puede caer en el riesgo del ‘Efecto de la tercera persona’, un sesgo social-cognitivo descrito por Phillips Davison en 1983, en el que la persona considera que ‘los demás’ son más influenciables por los medios de comunicación en comparación de ella misma o de sus inmediatos interlocutores. En grupos moderadamente uniformes (grupos políticos, ideológicos o religiosos) es frecuente este sesgo; para ellos, son los ‘otros’ los que están en riesgo de dejarse engañar por la desinformación. El único remedio, por tanto, pasa por construir puentes, abrir diálogo y reconocer que, en muchas ocasiones, no son sólo las ‘fake news’, sino que nosotros mismos podemos ser parte del problema.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe