Economía en sentido contrario: Banamex
Otras variantes son posibles
Violette Morin, El chiste
Antonio Pacheco me hizo una entrevista el pasado fin de semana, en el Bar Jardín, frente al quiosco. Me preguntó sobre mis inicios, la forma en que me he mantenido en esta actividad que conocemos como la escritura.
Busco la paz, le respondí a Antonio cuando me preguntó por qué escribo. Intento alcanzar la mejor forma de la respiración para ser una mejor persona; pasaron seis días de aquella entrevista, aún resuenan esas preguntas en mi pensamiento.
Con los años de actividad literaria (soy escritor cuando escribo, soy promotor cultural cuando propongo la agenda; el resto de los días de la semana soy de un ordinario y común que me aterra) busco solucionar este tipo de preguntas; las respuestas me las ofrecieron otros escritores.
Para escribir una novela cualquiera sirve, cualquiera, incluso un abigeo, dijo Faulkner. Esta respuesta está incluida en la Paris Review, dijo más: el mejor sitio para escribir puede ser un burdel cargado de silencios por la mañana y de una suave alegría cotidiana por las noches, hay whisky y tabaco al alcance de la mano.
Encuentro que con el tiempo se acaban los cuentos. El que escribe su segundo libro encuentra que la mayor dificultad es ya no el mostrar talento, sorprender a familiares y amigos con el cuento del talento; te conviertes en una persona que hace su trabajo de forma ordinaria.
Murakami, Cuando hablo de escribir:
¿Cómo saber si uno tiene talento para escribir? Sólo hay una forma de saberlo, tirarse al agua y comprobar si flotamos o nos hundimos.
En la escritura uno se llena de mañas. Lo primero que reviso antes de ponerme a trabajar es la silla, debe ser de la altura correcta para que mis piernas no se encojan ni cuelguen; me cuido la espalda, reviso la forma sólida de la mesa, me gusta escribir sobre pequeñas mesas portátiles. El inconveniente de hacer las letras sobre la fragilidad se nota más porque cuando escribo golpeo el teclado con una fuerza singular, ¿cómo lograr el equilibrio entre fragilidad y dureza?
¿Cómo soportar durante tanto tiempo algo tan aburrido y solitario?
Encuentro que silla y mesa son importantes.
Soluciono el asunto del tiempo con la pura terquedad, rabia. Para algunos teóricos, Gérard Genette, se escribe una novela como hombre, mujer, iracundo. Pacheco me preguntó por qué algunos escritores de la ciudad opinan que mi trabajo no puede considerarse como literatura (nadie me ha preguntado si yo busco hacer con mi escritura algo literario, respondería que no, intento hacer una acción que se integre a un tiempo, una geografía, que sea como la campana en un pueblo lejano).
El sábado pasado en el zócalo de la ciudad fue de cuestionamientos, felicité a Antonio por ser el portador de esas voces que le niegan mérito a mi trabajo. Encuentro que la literatura tiene la condición de la oposición, se divide en generaciones, geografías, años de publicación, ideologías, géneros, religiones y olvidos; rabias.
Encuentro que hay escritura en las voces, las imágenes y las formas, en el olor de los mezcales, ¿por qué habríamos de buscarla solo en las páginas del libro? ¿Por qué habríamos de convencer con nuestro trabajo siempre a los mismos? El objeto libro se me hace de poca imaginación, algo hecho por tipógrafos, diseñadores, gente que elabora los embalajes, el objeto listo para su comercio, personas que miden y cuentan las palabras.
Salgo a los pueblos de los valles centrales, hago mi trabajo, editar, meter la mano a una escritura que verá la luz con otro nombre me resulta apasionante; fueron los políticos y la gente del dinero quienes encontraron esta forma de abordar la escritura a trasmano, luego lo hicieron los talleristas literarios, los maestros que suben a pontificar.
¿Alguien podrá enseñar a escribir a otra persona? Para responder a esta pregunta pienso en el tiempo, si fuera posible enseñar a escribir bien ya desde hace muchos años tendríamos entre nosotros al nuevo Dante.