El episcopado ante el segundo piso de la 4T
MORENA, el partido fundado por López Obrador, ha logrado un éxito electoral sin precedentes en la historia reciente de México. En las elecciones federales de 2018, encabezó la coalición Juntos Haremos Historia, que obtuvo entonces la presidencia de la república, la mayoría absoluta en ambas cámaras del Congreso de la Unión, y junto con sus aliados tiene hoy 23 de las 32 gubernaturas del país.
En las elecciones intermedias de 2021, a pesar de perder algunos escaños y estados, mantuvo el control de la Cámara de Diputados y amplió su presencia en el Senado y en los congresos locales.
Con semejante eficacia electoral, la postulación de candidatos se vuelve más compleja pues, como en los tiempos del PRI, lo que es complicado es llegar a ser candidato o candidata, dando casi por sentado que las elecciones las ganarán —igual que cuando el PRI hegemónico— utilizando la fuerza del estado donde sea necesario.
Algunos analistas y críticos han dado cuenta de numerosas semejanzas que Morena guarda con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó al país durante más de 70 años en el siglo 20, y que fue considerado como un régimen autoritario y corrupto. ¿Qué tan cierta es esta comparación? ¿Qué similitudes hay entre Morena y el PRI?
El evento más reciente fue la imposición de Claudia, la candidata más débil sobre Marcelo, que me recuerda la de Labastida sobre Madrazo; las trampas en la elección interna para llevar a Labastida a la candidatura también son semejantes a las que utilizó Morena para imponer a Claudia.
Los gobiernos estatales y municipales de Morena nos recuerdan a varios gobiernos priistas, sobre todo a los del sexenio de Peña, por los continuos señalamientos por el desvío de recursos para fines electorales, pero también por la corrupción en la que operan. Señalo algunas semejanzas evidentes entre Morena y el PRI:
Estas similitudes entre Morena y el PRI revelan que el partido de López Obrador no representa una verdadera ruptura ni una transformación profunda del sistema político mexicano, sino más bien la continuidad y la reproducción de las prácticas y las estructuras de poder que han prevalecido en el país durante décadas. Esto implica un riesgo para la democracia mexicana, que se ve amenazada por la concentración del poder, la falta de contrapesos, la polarización social y la erosión de las instituciones.
Estamos muy cerca de ir nuevamente a las urnas para decidir el rumbo que tomará México a partir del 2024. Las candidaturas independientes, diseñadas en teoría para responder a las exigencias de nuevas formas de escoger a los gobernantes que no pasen por los desgastados partidos políticos, enfrentan numerosos obstáculos. Hoy el INE al servicio de López Obrador, como en los tiempos de la hegemonía priista con sus instituciones electorales, hace todo para hacer casi imposible llegar a esas candidaturas.
Si bien el requisito de elegibilidad más difícil de superar es señalado en la Ley que establece que se deberá recabar el apoyo del uno por ciento del listado nominal en el caso de buscar la candidatura a la presidencia, la obligación de conseguirlo mediante una aplicación cuyo manejo es complicado para la mayor parte de la gente, la establece el INE y se convierte en los hechos en un obstáculo que hace que se requieran presupuestos que sólo los partidos tienen. Los precandidatos independientes no pueden hacer precampañas como los partidos y se les niega otra forma de registro de firmas de apoyo como el formato escrito que le autorizaron a López Obrador en la farsa de la revocación de mandato.
Ante el desprestigio de los partidos de “oposición” y ante la metamorfosis de lo que alguna vez fuera la izquierda mexicana en el PRI de antaño, la solución para regresar a un México en paz y con desarrollo, son las candidaturas independientes. Quedan 54 días para cumplir los requisitos para lograr el registro de los candidatos independientes. Hagamos un esfuerzo por lograrlo y darle paz a México que este gobierno inepto de López Obrador entregó a los criminales y cambiemos el rumbo del país.