¡A referéndum! reforma judicial
En primer lugar hay que destacar que los resultados de la realización del primer debate político en este 2024 no cumplieron las intensas expectativas del ejercicio dialógico entre los aspirantes a la presidencia de México. Estoy convencido de que una parte de la ciudadanía atiende con interés crítico y analítico estos ejercicios de diálogo político –los cuales sólo existen en las democracias– y que, a diferencia de los sectores identificados como ‘voto duro’ o ‘propagandistas de partido’ que vitorean los triunfos antes del debate, buena parte de la audiencia acude sin prejuicios ni preconcepciones a estas aduanas de confrontación político-discursiva.
Sin embargo, en este primer debate todo quedó a deber. En primer lugar, la pésima producción del evento. El Instituto Nacional Electoral incumplió con los mínimos necesarios para que las voces de las candidatas y del candidato pudieran ser cabalmente atendidas por el auditorio. No sólo falló el audio con un eco de retorno en los micrófonos provocó incomprensión del acelerado ritmo del esquema de participaciones; las malas decisiones en el uso intermitente del cronómetro de las participaciones entorpeció la fluidez de intervenciones y distrajo las interacciones necesarias de confrontación de ideas.
Aún más preocupante fue la selección de preguntas provenientes del auditorio. En otra oportunidad profundizaré en ello, pero baste decir que muchas de ellas partían de una decisión discursiva muy clara: más que preguntas, inquietudes o dudas de la sociedad, se espetaron posicionamientos que no requerían respuestas libres de los candidatos sino confirmación de certezas preconcebidas.
Finalmente está el problema propio de las candidatas y el candidato. Independientemente de la preparación que hayan recibido previa al debate, todo parece indicar que se ajustaron precisamente a lo que sus cuartos de guerra y asesores les recomendaron apelando a un manual de comunicación política básico: “Quien va adelante en las preferencias electorales tiene que salir a mantener; quien va en segundo lugar, tiene que salir a contrastar; y quien va en tercer lugar, debe salir a ganar una posición en la mesa”.
El problema es que, formalmente, ninguno pudo cumplir con los mínimos de su misión. Es claro que se esperaban acusaciones mutuas de mentira y corrupción, pero fue el insulto directo de Gálvez a Sheinbaum sobre una valoración subjetiva de su personalidad lo que evidenció la estrategia mercadológica de provocación pendenciera que necesita la oposición para meterse de lleno a la batalla de contraste.
Respecto a las propuestas, promesas y argumentaciones, el discurso de los candidatos se limitó a generalidades e ideas sueltas. Lo más destacado: las tarjetas ‘accesorio’ utilizadas por Xóchitl, una especie de bastones o muletillas que le daban seguridad para expresar sus propuestas y promesas (aunque fue un error o una carencia de la preparación no haber memorizado, ensayado y repetido sus 90 segundos de cierre y haber leído directamente de la tarjeta su invitación al voto).
Otro destacable: la primera vez a cuadro que Sheinbaum hace acusaciones directas a ‘la candidata del PRIAN’, esto es relevante porque es la primera ocasión en la campaña en la que se abaja para hablar directamente de su contrincante más cercana (aunque no la haya volteado a ver) y la ‘sube’ a una confrontación directa; el resto de sus intervenciones fueron meramente descriptivas, no ayudó a nadie a imaginar nada ni intentó persuadir a nadie de nada.
Y finalmente, la tibia búsqueda para figurar de Maynez que fue bastante moderado aunque su única responsabilidad era no desaparecer de la conversación social mediante la estridencia; como hicieran años atrás los rezagados Rodríguez (“mocharle la mano al que robe”), Madrazo (“se viene la guerra de clases’) y Labastida (“me ha llamado: chaparro, mariquita, me ha dicho lavestida, me ha dicho mandilón”).
En conclusión: ¿Por qué fue aburrido el debate para gran parte de las audiencias? Por una simple razón: porque las estrategias de los mercadólogos de las tres candidaturas abandonaron la oportunidad dialógica-narrativa-argumentativa (el diálogo dialéctico) y, por el contrario, se limitaron a la polemización simplona. Esto en principio podría ser más atractivo para el espectáculo, pero sucede exactamente lo opuesto: El modo polémico ‘congela’ a los interlocutores en posiciones distantes, simétricas y mutuamente excluyentes. El estilo polémico hizo que ni Claudia ni Xóchitl salieran de sus respectivas áreas de comodidad para congraciarse con sus propios ‘fulanos’ de su orquesta polarizante. Sin dinámica dialéctica ni retórica (persuadir sobre lo probable), el debate se volvió tanto caótico como soporífero, fuego fatuo para matraqueros y aplaudidores.
Así que ahora la única pregunta que queda no es sí los cuartos de estrategia van a sugerir ajustes para los próximos encuentros (porque evidentemente serán necesarios) sino si sus respectivos adalides tendrán las capacidades discursivas e histriónicas para mejorar. Todos, tendrán que arriesgar mucho más en los próximos debates.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe