Del dicho al hecho
LA X EN LA FRENTE
Hace unos días el presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso del Estado anunció lo que ya el gobernador de Oaxaca había anunciado tiempo atrás: que en los próximos meses se recibiría, a iniciativa del ejecutivo, el proyecto de una nueva Constitución para Oaxaca.
En otros tiempos el anuncio escandalizaría a más de uno. Pero, los que corren, son tiempos de catalepsia social.
La única causa de verdadero malestar, capaz de despertar a la gente de ese estado, es la que golpea directamente sus bolsillos.
Fuera de ahí todo puede pasar sin que pase nada. No juzgo que sea bueno ni malo. Es simplemente nuestra realidad, el Oaxaca y el México que nos toca vivir. Así opera la historia.
Y parte de esta misma realidad que pasa por la desaparición de las minorías políticas en los congresos (ya la oposición no llega a la tercera parte de las curules o escaños) ha hecho que nuestras Constituciones haya dejado de ser rígidas, porque se reforman con suma facilidad.
Aún así, el anuncio de una “nueva Constitución” es inexacto. En la realidad tendremos seguramente la misma Constitución con algunas modificaciones a su articulado, con figuras nuevas; y supresión y modificación de algunas otras.
Pero nuestra Constitución seguirá siendo la misma. Y expongo mis razones:
¿Qué se necesita para tener una auténtica nueva Constitución? Un movimiento armado o un nuevo gran acuerdo de todas las fuerzas políticas y sociales ( y de la propia población a través de un plebiscito o referéndum) que legitime la necesidad de cambiar desde su raíz el orden establecido.
Y es que una Constitución no es cualquier cosa.
En primer lugar es la máxima norma jurídica, pero también es la expresión escrita del “ordenamiento general de las relaciones sociales y políticas”, tal como escribió Maurizio Fioravanti.
Y es al mismo tiempo crisol de aspiraciones de la comunidad política como grupo de personas que quieren vivir felices.
Y en Oaxaca como en cualquier otra parte de México todo lo anterior se antoja complicado.
Además Don Jorge Carpizo nos dejó como constitucionalista una guía, un checklist de lo que hace a una Constitución ser una Constitución.
Y ese listado para comprobar que, independientemente de sus pocas o muchas modificaciones, una Constitución seguirá siendo la misma Constitución son lo que él llamó las “decisiones políticas fundamentales”.
Mientras estas “decisiones” no cambien, no podremos hablar stricto sensu de una nueva Constitución:
De modo tal que a menos de que rompamos con el Estado laico, que nos declaremos independientes de México, privemos de su nota de “autonomía” a nuestros municipios, dejemos de reconocer constitucionalmente los derechos humanos y a sus garantías protectoras, proscribamos las democracia electoral para elegir a nuestr si representantes y pongamos fin -en el texto constitucional- a la división de poderes, seguiremos teniendo la misma constitución.
Es normal y válido en política el uso de eufemismos. Es válido también el afán de pasar a la historia como mujeres y hombres que redactaron una nueva Constitución.
Pero más allá de lo cosmético y ornamental lo que se haga con una Constitución debe cumplir una finalidad práctica de beneficio y mejora para quienes vivimos o estamos de paso por Oaxaca.
Y no dudo que las modificaciones que se propongan a la Constitución Política de Oaxaca irán en ese sentido.
Porque, a fin de cuentas, la Constitución es para la clase política simplemente una hoja de ruta que debe seguirse con talento, eficacia y eficiencia.
La Constitución por sí sola no resuelve los problemas ni supera los retos que los nuevos tiempos plantean.
Habrá, desde luego, que estar atentos al proyecto y a la ruta que siga en el proceso legislativo.