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Tras varios años siendo una de las mejores franquicias de la NBA, los Oklahoma City Thunder han conseguido su primer anillo de su historia. Con este hito, han cumplido lo que plasmaban las apuestas de la NBA, siendo máximos candidatos a subir a los cielos desde el inicio de curso.
De la mano de Shai Gilgeous Alexander, uno de los pocos jugadores en toda la historia en aunar el trofeo de MVP de la regular season y el MVP de las finales, los Thunder ya son campeones de la NBA. Algo que desde su fundación en 2008 venían buscando, pero que ya décadas atrás persiguieron bajo la denominación de los Seattle SuperSonics. ¿Recuerdas aquella franquicia que vivió su época dorada en las últimas décadas del siglo 20?
Durante los años 70, la consolidación de los SuperSonics como una franquicia competitiva se debió en gran parte a la irrupción de un base creativo y líder en la cancha. Su visión, capacidad para manejar el balón y dirigir el juego fue clave para transformar al equipo en un contendiente. En aquellos años, Seattle construyó una identidad defensiva y táctica que terminó por rendir frutos al final de la década.
A finales de los 70 y principios de los 80, el conjunto vivió su mayor logro: el campeonato de la NBA en 1979. Aquella hazaña fue posible gracias a una combinación de talento interior, fortaleza defensiva y liderazgo veterano. El pívot dominante de ese equipo impuso respeto en la pintura, mientras que sus compañeros en el perímetro aportaban consistencia anotadora y equilibrio en el sistema. Ese campeonato marcó una era dorada para la ciudad, convirtiendo a los protagonistas de aquella gesta en leyendas locales.
Ya en los años 90, la franquicia vivió un resurgimiento gracias a la llegada de un dúo icónico. Uno de ellos, un base eléctrico, atlético y espectacular, se convirtió en uno de los mejores defensores perimetrales de todos los tiempos. Su velocidad, tenacidad y capacidad para liderar el contraataque lo convirtieron en una figura temida por sus rivales. Junto a él, un ala-pívot versátil y carismático aportaba potencia física, intensidad bajo los tableros y un juego aéreo explosivo que llenaba de energía el KeyArena en cada partido. Su conexión dentro y fuera de la cancha ayudó a forjar uno de los equipos más entretenidos y competitivos de la década.
En esa misma era también brillaron jugadores exteriores de gran puntería, fundamentales para abrir el juego y aportar puntos desde la línea de tres. El equilibrio entre defensa, transición rápida y tiro exterior definió el estilo de Seattle en los años 90, llegando incluso a disputar las Finales de la NBA en 1996 frente al poderoso equipo liderado por Michael Jordan.
Con el nuevo milenio llegaron jóvenes talentos que, aunque ya estaban en los últimos años de la franquicia en Seattle, dejaron claro su impacto inmediato. Un alero delgado y silencioso, con capacidad de anotación natural y gran ética de trabajo, se convertiría en uno de los mayores talentos de la NBA moderna. Aunque su paso por Seattle fue breve, su elección en el draft y su explosiva temporada de novato quedaron grabadas en la memoria de los aficionados como una muestra de lo que pudo haber sido.
Los SuperSonics dejaron de existir como franquicia activa, pero su legado permanece. La calidad de sus jugadores, el estilo aguerrido de juego y el profundo vínculo con la ciudad de Seattle siguen siendo una parte esencial de la historia de la NBA. Una parte de este anillo conseguido por los Thunder, corresponde a todo el trabajo realizado por los SuperSonics décadas atrás.