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Bloquean vecinos de la Gómez Sandoval por obra inconclusa
MORELIA, Mich., 15 de septiembre de 2014 (Quadratín).- A seis años, el dolor es el mismo, pero ahora está en el alma, en la mente, y ya no tanto en el cuerpo.
“Nos cambió la vida por completo. Ya no es lo mismo”, sostiene Guadalupe Hernández, una de las más de 100 víctimas de los dramáticos granadazos del 15 de septiembre de 2008, el famoso 15/11.
Acaparada por micrófonos y cámaras, Guadalupe Hernández, no se contiene, llora, lamenta, se queja del abandono oficial.
“El gobierno nos ofrece 3 mil pesos al mes. No alcanzan para nada. Yo tengo que comprar dos cajas de medicinas que cuestan más de mil pesos cada quincena. ¿Imagínese, usted?”, revela.
“Se ha olvidado de nosotros. Ellos no saben las secuelas que hemos tenido muchos de los heridos. Tampoco si se han complicado las cosas”, remata.
Ambas manos las frota sobre sus ojos. Trata de limpiar las lágrimas y borrar las dantescas imágenes de esa trágica noche, justo cuando el perredista, Leonel Godoy ondeaba la bandera nacional en el balcón de Palacio de Gobierno.
Según los reportes, las siguientes horas daban cuenta de 8 personas muertas y más de 100 heridos, muchos de ellos mutilados.
Guadalupe asistió con su esposo y la menor de sus hijas, Lizbeth Manríquez Hernández, una joven que hoy cursa estudios medio superiores en medio de una gran complejidad y de tristes recuerdos.
Eligieron un buen lugar para presenciar el grito. A un costado del viejo Laurel de la India que se encuentra en el lado oriente de la imponente Catedral moreliana. Estaban casi de frente al balcón principal del vetusto edificio.
En el momento del clímax, del éxtasis patriótico, el estruendo de los cohetones, se confundieron con la detonación de las granadas.
Todo fue confusión. Y una vez disipada la efervescencia, un claro se abrió en el lugar de la detonación.
Las imágenes subsecuentes conmocionaron a la Nación y al mundo entero.
Nunca, nunca, nadie se imaginaba que un suceso de tal magnitud, pudiese ocurrir en pleno corazón de la histórica ciudad: el terrorismo había emergido.
A partir de ahí, Guadalupe y su familia viven al amparo del antidepresivo, de la terapia siquiátrica, del medicamento, de los hospitales, de todo lo que ningún ser humano desea atravesar. Un calvario puro, pues.
Relata que en el lapso de seis años, los médicos le han practicado tres cirugías. A pesar de ello, las esquirlas de la granada siguen en su humanidad; se mueven.
“Dijo el doctor que siempre las tendremos en nuestro cuerpo. Que es imposible extraerlas todas”. De 42 años, hoy, Guadalupe Hernández, asistió al Sexto Aniversario de Los Caídos de la Plaza Melchor Ocampo. Unas coronas, un acto cívico y unas palabras para los muertos, son la oferta gubernamental, encabezada por Salvador Jara.
¿Y los vivos?, se cuestionan muchos.
Como secuela un daño permanente en el nervio ciático, un dolor agudo y perverso para aquellos que lo padecen. Hereda discapacidad y limitación para trabajar.
De los responsables, ni hablar. No desea saber qué pasó con ellos, aunque mantiene sus sospechas sobre si los detenidos realmente fueron los causantes de la desgracia que desgració cientos de hogares morelianos.
“No me interesa si las autoridades hicieron justicia o no. Realmente no creo que hayan agarrado a los responsables verdaderos”, apunta.
Hoy, a seis años, su vida es de dolor.