Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
México, D.F., Oax., 11 de octubre de 2011 (Quadratín).- En todos los partidos políticos, como en todo conglomerado humano, la unidad de sus miembros es el anhelo más difícil de alcanzar.
Es la unidad, sin la menor duda, el mejor instrumento de fortaleza, de armonía, de crecimiento y de progreso. El valor más importante de la célula básica de la sociedad, la familia empezando por la pareja, es la unidad.
Como lema o slogan partidista, es políticamente correcto y mercadológicamente atinado, el hacer alarde de unidad. La escena del ex gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, en fraternal abrazo con el senador Manlio Fabio Beltrones y detrás de ellos la turba priista gritando unidad-unidad, lo único que desvela es la carencia de ese anhelo, la activación de los mecanismos de separación de sus respectivos simpatizantes y, al final de cuentas, el grave problema que afecta al PRI como al PRD o al PAN, falta de unidad.
También, en los últimos días, en las filas de la llamada izquierda, que esta tan en el centro como los otros partidos políticos, ha tenido que echar mano de estrategias que manifiesten unidad. Solo falta que esta carencia quede plasmada en una fotografía en la que Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubón se abracen fraternalmente o hagan un paseo en bicicleta por Paseo de la Reforma o en el Zócalo.
También sería muy vendedor que Josefina Vázquez Mota, Ernesto Cordero y Santiago Creel posaran para los medios imitando a los tres mosqueteros y unieran su mano derecha en un punto al centro y rubricaran el acto con la arenga de todos para uno y uno para todos.
Es deseable que los tres principales partidos busquen la inalcanzable unidad, pero es una realidad que hoy está más alejada e inasible que nunca.
Las acciones de la llamada guerra sucia que se utiliza entre los aspirantes de distintos partidos políticos para alcanzar la Presidencia de la República vive si etapa preliminar en la que libran los contendientes de un mis partido político.
Hacer alarde de unidad es la mejor demostración de su ausencia. Hoy los partidos políticos no son comunidad. Al ser la única vía legal para alcanzar el poder político, se convirtieron en instrumentos útiles.
Existen ingredientes o requisitos indispensables para que una comunidad esté unida: 1.- Objetivos e ideales superiores y comunes (no sólo el poder o sacar al adversario de los Pinos, del Congreso, gubernaturas, presidencias municipales. 2.- Hacer a un lado el egoísmo personal o de grupo. 3.- Darle expresión a la lealtad, a la congruencia.
La experiencia enseña, en los últimos años, que los grupos en los partidos políticos no están dispuestos a perder con honor. La mejor demostración o espectáculo que vivieron (sufrieron) los mexicanos en la última década es la conducta del todavía llamado presidente legítimo, Andrés Manuel López Obrador, que hoy si hace lo que debió practicar hace seis años, cuando el país le quedaba chico y traía la silla presidencial en la bolsa.
La unidad se construye antes de las fotografías y si no, sería bueno volver a ver la película clásica El Padrino, que cuando los jefes de las 5 familias más importantes de la mafia se reúnen y Corleone y Tataglia se funden en un abrazo es porque ya todos los grupos estaban en esa necesidad, en esa disposición.
En todos los partidos políticos, en este momento, viven los enfrentamientos, las descalificaciones, los juramentos y compromisos de lealtad, pero les faltan los ingredientes de fondo.
Faltan los tres ingredientes de la verdadera comunidad. El escritor español Fernando Savater, hizo el fin de semana estas reflexiones publicadas en una entrevista en Milenio, que vale la pena meditar:
En la actualidad hay razones sobradas para no estar contento y para protestar, pero lo que es interesante es que, sin ser jóvenes, decidan reunirse, hablar y decidir qué podemos hacer como ciudadanos. [.] A veces pasa que se busca a un villano responsable de todos los males y se le ve al político como una especie de raza alienígena que llega en una nave para torturarnos; en vez de alguien que tiene que ver con nosotros, con nuestra pereza para elegirlos. [.] La indignación es un primer momento, pero no basta, hay que orientarlo en otro sentido.
Tenemos que arreglar la nave a la vez que vamos navegando en ella. Eso obliga a una participación política. No hay más remedio que hacer política, si los ciudadanos no hacen política, otros harán política en su lugar quizá contra ellos. No hay sistema político sin defectos, no hay una democracia que nunca haya tenido problemas.
Dice Savater:
Sí es verdad que una forma de luchar contra la violencia es la educación [.] enseñar cómo funcionan los procesos democráticos, cómo podrían mejorarse, cuáles son las responsabilidades de un ciudadano dentro de ellas. Si en vez de recibir esa educación, lo que reciben los jóvenes es una mitificación de la violencia, cuando se presenta al capo como quien tiene el poder, las mujeres y el prestigio social, todo eso actúa como una contraeducación.
Por eso pienso que es importante que haya en los estudios básicos una asignatura que trate acerca de cómo se convive en sociedad y cuáles son nuestras contradicciones y dentro del cual tenemos que ejercernos para mejorar. Si la educación no es la solución de todos nuestros problemas; en la solución de cada uno de nuestros problemas siempre hay un componente de educación.
En una democracia, queramos o no, todos somos políticos. La idea de que los políticos son una casta y el resto de los ciudadanos son otra es un infundio, no es real.
El sistema político es lo que nosotros permitimos que sea y si el sistema político es malo, peor somos nosotros que no lo cambiamos, que no luchamos contra sus males.
Los ciudadanos libre pensantes deben ser conscientes de la obligatoriedad de su participación en la política. Un ser pensante tiene que ser político; como decía Aristóteles, somos animales políticos. Los que son antipolíticos recibían en Grecia un nombre contundente, pero adecuado: idiotez. El idiota era el que creía que podía vivir al margen de la política, el que cree que puede inventar su propia norma eso es efectiva y literalmente una idiotez.
Los partidos viven en estos momentos colisiones internas, por eso quizá algunos politólogos, escritores, opinadores e intelectuales estén a favor de las coaliciones, las palabras casi suenan igual. La unidad debe ser de fondo no sólo de apariencia.