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México, D.F., 15 de mayo 2011 (Quadratín).- Afortunadamente la guerra contra el crimen organizado y el narcotráfico han mantenido distraídos a los mexicanos que no ven uno de los problemas más profundos, enraizados y vergonzantes de la sociedad (no sólo del gobierno): la corrupción.
Es muy difícil medirlo, evaluarlo, cuantificarlo, pero la sociedad mexicana percibe que hoy, en el tema de la corrupción, el problema es más agudo, más grave, lastima más, aunque los mexicanos hemos creado una coraza que neutraliza la vergüenza y el dolor.
Los problemas de México, sin aparente excepción, tienen su último origen en la corrupción, la componenda, la transa, el engaño, el cochupo, la dádiva y la complicidad.
Es una cara de la impunidad de la que se abusa, independientemente de clase social, religión, militancia política. A mayor influencia, el beneficio de la impunidad es mayor, pero lo cierto es que rara vez alguien se atreve a asomarse a ese estercolero, a menos que sea de manera superficial y como promesa de campaña política.
Durante décadas los gobiernos priistas ofrecieron combatir, como hoy se hace contra la delincuencia, la corrupción en cualquiera de sus formas, presentaciones, niveles.
Sin embargo no paso nada. Las campañas panistas obtuvieron muchos votos a partir de la promesa de una lucha frontal contra la corrupción. Desde Vicente Fox, cuando fue diputado o gobernador de Guanajuato, o Diego Fernández de Ceballos, desde la senaduría o la candidatura a la Presidencia de la República, o Martha Sahagún, en las campañas de propaganda gubernamental, prometieron desaparecer la corrupción.
Lo mismo ofreció el PRD con Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas, René Bejarano (el señor de las ligas) o Dolores Padierna y muchos otros políticos ubicados como de izquierda pero buenos para cobrar con la derecha.
Transparencia Mexicana, el organismo que creó Federico Reyes Heroles para certificar el intangible de la transparencia y participar en muchos actos políticos y empresariales, terminó su Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno y concluyó que en el 2010 los mexicanos pagaron 200 millones de pesos en mordidas, tres millones más que lo gastado en el 2007 por el mismo concepto o rubro.
Quien buscó corromper el sistema gasto 27 pesos más que en el 2007. La mordida costó 168 pesos frente a los 138 de hace tres años.
La mordida aumentó en cantidad y en calidad. La percepción de la corrupción se ha agravado, a pesar de ser bandera política muy vendedora.
Sería muy fácil atribuir también esto a la ineficacia del gobierno panista, priista o perredista, pero la verdad es que más que un problema legal o de impunidad, es consecuencia de una sociedad degradada que deja de ver el bosque porque tiene la vista fija en un árbol.
En el mundo utópico sin corrupción la educación sería de más calidad, lo mismo los servicios de salud, los trámites municipales, estatales o federales. Tiene que ver con la cultura nacional, con la aplicación de normas basadas en valores que se predican mucho y se practican poco.
Como no reconocer a los estados de Baja California Sur, Yucatán, Durango y Morelos porque Transparencia Mexicana dice que hay menos corrupción. O como no condenar a Guerrero, Hidalgo, Colima y Oaxaca (la de Ulises Ruiz, obvio) por tener índices de mayor corrupción.
Sin embargo, habrá que esperar a que bien a bien arranquen las campañas políticas que culminarán en 2012 para que el tema recobre vigencia y, mientras tanto, conformarnos con el consuelo de que hoy estamos peor que antes, pero mejor que en el futuro por venir.