
¿Prohibido prohibir?
México, D.F., 10 de enero de 2012 (Quadratín).- En la conmemoración del Centenario de la Independencia el país ebullía, el descontento social se desbordaba y la clase gobernante había sido ya rebasada. El fausto de las festividades organizadas para esa celebración se vio opacada por el inicio de la Revolución Mexicana, otro de los acontecimientos definitorios y definitivos de la historia reciente de México.
Cien años después, en la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, el país también estaba sumido en una ola de violencia que, dos años después, ha cobrado la vida de por lo menos 65 mil personas contabilizadas desde diciembre de 2006 a diciembre de 2011.
En aquellos años diversos, proyectos fueron iniciados y no concluidos. El Palacio de Bellas Artes y el Monumento de la Revolución, edificio que nunca fue concluido para el fin que fue iniciado: albergar al Congreso de la Unión.
Los actos conmemorativos organizados para el 2010 fueron marcados por la ola de violencia, la desorganización gubernamental y la escasa participación de la ciudadanía. Si acaso, un año y varios meses después, los mexicanos podrían recordar los actos del 15 y del 16 de septiembre de ese año, cuando un monigote de utilería fue espectacularmente, por televisión, presentado como el símbolo de las celebraciones.
Dieciséis meses después de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y casi 14 meses después del Centenario de la Revolución Mexicana, el gobierno del presidente Felipe Calderón inauguró un monumento denominado Estela de Luz, aunque popularmente ya se le ha bautizado como el monumento a la corrupción o el mausoleo por las víctimas de la violencia de los últimos años.
La arquitectura de la columna de cuarzo, ubicada en lo que fue el acceso principal al Castillo y Bosque de Chapultepec, llamada como Estela de Luz, puede ser calificada como bonita, sobria, moderna o fea; parche o cualquier otro calificativo.
Sin embargo, lo más sobresaliente de este monumento son el retraso y el enorme incremento respecto al presupuesto original, debido a la improvisación, la prisa o la incapacidad y la ineficiencia o, peor aún, por la corrupción.
Sin embargo, el retraso, la presunta corrupción y el excesivo gasto calificados como una infamia y una vergüenza que deben ser explicada por los responsables, revelan que el país, en esencia, es el mismo que el que organizó los festejos hace cien años.
La tragedia, los hechos o el drama de fondo es la desorganización social, la omisión o la incapacidad gubernamental para encabezar en tiempo, forma y calidad una conmemoración que, en primera instancia, diera lugar a la reflexión, al recuento, al orgullo de la esencia nacional, de los acontecimientos históricos que vive una sociedad plural, pujante, viva y trabajadora como es la mexicana.
Sea en la época porfirista, o cien años después, en el calderonismo se incurrió en problemas o situaciones similares. Los festejos tuvieron que improvisarse, cumplir con la agenda político-mediática, pero dejar testimonio de nuestra verdadera esencia, que son la falta de planeación, de proyecto nacional, de cumplimiento con la historia y con la responsabilidad que como generación nos ha tocado vivir.
Después de la espectacular inauguración de la Estela de Luz, los ciudadanos se preguntan por qué no pudo hacerse hace 16 meses en vez de la paya o improvisada celebración del 2010. Por qué la obra no se inició, por lo menos, en el 2008 para que, con todo y problemas, retrasos, ajustes y reajustes, hubiera quedado terminada en el 2010.
La respuesta, desafortunadamente es la misma, porque dejaríamos de ser como somos, lo que somos y que nos resistimos a dejar de ser.
Duele pero debe decirse: improvisados, sin programa, con la forma de ser del ahiseva metido hasta el tuétano, a pesar de que somos inteligentes, industriosos y, ni duda cabe, muy pero muy aguantadores.
La enseñanza de la Estela de Luz, además de que se ejerza justicia por el retraso, la irresponsabilidad y el encarecimiento de la obra, debiera ser el que se planeara y se proyectara mejor el futuro, aunque no haya ganancia electoral, aunque se trate, simple y sencillamente, de demostrar que sí podemos festejar cuando se debe y no estar con la vergüenza de tener la cena lista cuando tenemos invitados, dos o tres días después, cuando ya se fueron.
La mayor crítica que se puede hacer al gobierno actual es la falta de visión para usar una fecha que se presenta cada 100 años para generar una reflexión crítica sobre la narrativa que queremos para los próximos 100 años. Pretender usar a la Estela de Luz para endosarle todos los males, es confundir el debate.
En este escenario, luego del peritaje realizado por el Colegio de Ingenieros, para Pablo Escudero, presidente de la Comisión de la Función Pública de la Cámara de Diputados, quedó demostrado que hubo irregularidades en ese monumento de 420 millones de pesos.
Las comparaciones que se han hecho entre la Estela de Luz y el Puente Baluarte de la autopista Durango-Mazatlán, que son la mejor forma de juzgar la utilidad del monumento.
Por mil millones se hizo esa estela para deleite visual de los capitalinos y uno que otro turista.
Por el doble de esa cantidad se concretó una carretera que impulsará las economías de Sinaloa, Durango, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.
Mil millones de pesos, significan recursos para más de 500 escuelas, o bien, 20 hospitales generales. Podría pagar proyectos de transporte público en varias ciudades medias del país y todavía dejar un sobrante para construir un monumento al Bicentenario.
Muchas investigaciones faltan acerca de la estela de luz, pero la enseñanza de fondo tiene que ver con nuestra esencia, con la participación ciudadana, con el compromiso en la construcción de la Nación, con o sin monumentos onerosos, pero sí con un propósito de enmienda y de que, esto que ya pasó dos veces, no nos pase una tercera
aunque sea dentro de cien años.