Maldita impaciencia
MÉXICO, DF, 3 de noviembre de 2014.- Después de la masacre de la Plaza de las Tres Culturas, 2 de octubre de 1968, el caso más emblemático de la violación flagrante de los derechos humanos en México es la desaparición, el pasado 26 de septiembre, de los 43 estudiantes normalistas en Iguala, estado mexicano de Guerrero.
Y si la desaparición de los normalistas es una gran e histórica tragedia, y una especie de acto terrorista incalificable, perpetrado al alimón por presuntos sicarios del narcotráfico y supuestas autoridades gubernamentales, aún no especificadas plenamente, es demoledora para la confianza y credibilidad de los mexicanos la supina incapacidad, demostrada hasta ahora, de las autoridades ministeriales en la resolución de éste que puede ser uno de los más horribles crímenes de lesa humanidad.
Es también desalentadora la actitud pasiva y omisa del ombudsman nacional (Comisión Nacional de Derechos Humanos) en la defensa de las garantías individuales y los derechos humanos de los mexicanos y en este caso de los mismos secuestrados y de sus padres y familiares.
Han transcurrido 37 días desde el 26 de septiembre; las fuerzas de seguridad, con el apoyo insustituible de las guardias comunitarias, han descubierto unas cuatro decenas de entierros de cuerpos calcinados y los jóvenes secuestrados no son encontrados ni vivos ni muertos.
Pareciera que los secuestradores son más capaces que las fuerzas comandadas por el secretario de gobernación y el general secretario de la Defensa Nacional, que han demostrado su inutilidad y han puesto en evidencia al gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, no sólo ante amplios sectores de la sociedad mexicana, sino ante organismos supranacionales como la ONU, la OEA, la Unión Europea, el Parlamento Europeo y la prensa extranjera, que primero ensalzó al gobierno mexicano como una opción de cambio y modernización de la economía mexicana y de las relaciones sociales, y ahora lo cuestiona severamente.
El gobierno prometedor de Peña Nieto, que se afianzó presentándose ante la opinión de los mexicanos y extranjeros como una opción, una esperanza, de cambio, gracias al centenar de compromisos de gobierno, entre los que destacaron las históricas reformas estructurales, ahora se enfrenta al mundo con una imagen muy deteriorada porque pareciera no darse cuenta de la gravedad del drama que viven los mexicanos, a lo que hay que agregar la mala situación económica en que sobreviven los trabajadores y el grueso del empresariado nacional, en una economía que se pretende presentar como prometedora, en recuperación, pero que en la realidad se hunde en el hoyo de la depresión y el desaliento.
Pareciera que el prometedor sexenio inaugurado por el retorno del Partido Revolucionario Institucional al poder gubernamental, después de lo que los analistas bautizaron como la Docena Trágica, comandada por inexpertos, incapaces y corruptos presidentes emanados de la derecha accionnacionalista, se quebró de tajo, y nadie, ni los más academicistas ideólogos del partido oficial toman conciencia, y continúan con un espíritu triunfalista que muy pocos mexicanos creen.
No es para menos. A la desaparición de los estudiantes, que este escribidor sospecha que ya han sido asesinados, incinerados, y sus cenizas regadas en el mar o en las montañas o algún río guerrerense, hay que agregar el fusilamiento sin juicio de presuntos criminales, perpetrado por soldados del ejército en Tlatlaya, en el estado de México, en donde el crimen organizado actúa a sus anchas como lo experimentan amplios sectores vecinales de esa entidad vecina y conurbada con ciudad de México, hecho del que nadie habla o quiere hablar.
Pero Tlatlaya, como Iguala, es aún un expediente abierto. Y sin resolverse ninguno de los dos crímenes, que avergüenzan, lo demás, o sea la puesta en práctica de las reformas estructurales, sobre todo las de carácter financiero y económico, difícilmente tendrá un buen éxito. Los economistas de Hacienda seguirán esperando que la economía mundial se recomponga para que la nacional deje de padecer el infortunio de los últimos dos años.
Por más que insistan los voceros del señor Luis Videgaray en tratar de enviar mensajes alentadores a los agentes económicos, en el sentido de que la economía marcha hacia la recuperación, la actividad productiva continuará en el estancamiento, en el que se debate.
Ay, querido don Enrique. Este es el momento de dar un audaz golpe de timón en el sentido de la historia. Se lo digo de corazón.
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