Entre Cepillín y El Chapulín engringado
MÉXICO, DF, 20 de enero de 2015.- Cómo quisiera yo creer en la democracia mexicana. Ya voy a morir un día destos no muy lejano y no me queda claro qué significa que gane un priísta, o un panista, o un izquierdista, o un palero como el que “gobierna” en Chiapas.
Para qué. De todos modos Juan te llamas. Si no cambia nada a favor de los pobres. Estos siguen multiplicándose exponencialmente, mientras que los únicos que salen beneficiados son los poderosos, especialmente los miembros de la clase política que se dice demócrata.
Quisiera yo creer que los nuevos diputados, a ser electos el 7 de junio próximo, serán verdaderos representantes de los ciudadanos, de sus pueblos y comunidades.
Pero no será así. Una vez electos, los legisladores no representarán a nadie, menos al pueblo. Se representarán a sí mismos. Y a sus intereses personales, de partido y de clase.
Y harán reformas constitucionales y leyes, no para defender a los trabajadores, sino para apuntalar al sistema dominante, formado por poderosos empresarios, de élite, y la clase política.
Quisiera yo creer que los nuevos jefes de las delegaciones políticas de la ciudad de México serán verdaderos motores del bienestar de las populosas comunidades urbanas; que propiciarán una vida mejor que la de ahora para los ciudadanos, sin el peligro del crimen organizado, o los vendedores de droga al menudeo. Que los baches de las calles desaparecerán. Y que habrá fuentes de empleo para todo el que lo necesite.
Quisiera yo creer que los nuevos gobernadores serán verdaderos empleados de sus pueblos, que pugnarán por igualdad de oportunidades para todos y que, junto con los presidentes municipales, maximizarán y optimizarán los presupuestos fiscales para destinarlos a elevar la calidad de vida de sus “gobernados”. Quisiera creer que los diputados locales harán leyes locales para beneficio de los trabajadores y no para seguir privilegiando los cacicazgos de toda índole.
Quisiera yo creer que todos los nuevos empleados públicos que saldrán electos van con la conciencia de servir, de trabajar, de crear, y no para enriquecerse injustamente a costa del erario. Esta sociedad ya no aguanta una camada más de políticos nuevos ricos.
Quisiera yo creer que los políticos que serán electos el 7 de junio serán impolutos, severos con ellos mismos, y que, aunque el arca esté abierta, no le meterán la mano para beneficiarse a sí mismos o para condescender con familiares, compadres y amigotes, mediante contratos millonarios.
Quisiera yo creer que luego de las elecciones habrá desaparecido del diccionario mexicano el término corrupción, porque todos los políticos cuidarán los presupuestos y los emplearán únicamente para los programa de gobierno, para satisfacer las necesidades de las comunidades, de las ciudades, de los estados y que los diputados no se dejarán maicear para legislar a favor de los grupos de poder político y económico.
Quisiera yo creer que, después de las elecciones, habrá desaparecido la impunidad y que todo aquel que delinca en contra del pueblo va a ser castigado. Recuerde que en algunos países orientales a los políticos corruptos los castigan con la muerte por asfixia. Los ahorcan.
Quisiera yo creer que las elecciones serán verdaderamente libres; que el voto será secreto y que nadie, desde una instancia de gobierno o de partido, inducirá a los ciudadanos a votar, utilizando los programas de apoyo social que el gobierno está obligado a prestar sin condiciones.
Quisiera imaginar que la democracia mexicana es la más avanzada del mundo. Que un mexicano elige al empleado que cree que es el mejor y que ningún partido gana mediante chanchullos, transas, fraudes y menos por corrupción, como ha ocurrido en toda la historia posrevolucionaria de esta gran mexicanidad.
Quisiera yo creer en la democracia mexicana.
Quisiera yo creer en que la democracia no es la libertad para elegir a nuestros propios e implacables dictadores.
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