La Constitución de 1854 y la crisis de México
MÉXICO, DF, 16 de febrero de 2015.- Pareciera que el combate a la corrupción desde el gobierno, principalmente desde el poder Ejecutivo y el poder Legislativo, fuera en serio. Pero alguien me ha hecho ver que es como que se declarara una guerra en contra de la prostitución. Y nadie repara que la transa y la putería son los negocios más antiguos del mundo.
Fue el propio presidente de la república quien hizo la primera declaración de guerra, cuando anunció su propuesta de crear una fiscalía específica para perseguir a los políticos corruptos. Uf, no se dio cuenta don Luis que tendría que ir detrás de todos, empezando por casa. No me lo van a creer, pero la política, aquí y en China, es sinónimo de transa. El poder corrompe. En arca abierta hasta el justo peca.
Sin embargo, los diputados dejaron pasar mucho tiempo como no queriendo hacerle frente al reto, actitud presidencia que por cierto me recordó aquella del presidente Miguel de La Madrid Hurtado que proclamó la ya olvidada Renovación Moral para perseguir y castigar a los corruptos del sexenio lopezportillista, quizá el gobierno más dispendioso y corrupto de la historia moderna de México.
Fue por aquellos años que los mexicanos descubrieron, como un colectivo siquiátrico y sicoanalítico, que la corrupción éramos todos, como previendo que, después del fracaso de la estrategia delamadridista, vendrían momentos tan corruptos como el de los Salinas de Gortari, Zedillo y del par de pillos de Vicente Fox y Felipe Calderón, emanados de una formación política de extracción católica que se ufanaba de ser un contrapeso moral a la corrupción de los gobiernos autodenominados revolucionarios.
Ahora, los políticos no se miden para hablar de que van a combatir la corrupción, cuando ésta se ha convertido en la filosofía de vida de la clase política, cuya moral se ha pervertido hasta el grado de que ya ni siquiera es un árbol de moras, como la definía el potosino Alazán Tostao, en un arrebato del más revolucionario cinismo.
Ni el presidente ni el líder del Congreso, ni los cuadros dirigentes de los partidos presuntamente más poderosos – PAN, PRI y PRD – se miden para denunciar la corrupción del otro, de los otros, menos la propia que ésta no es corrupción sino negocios lícitos.
Y mientras los diputados se preparan para hacer malabarismos con este carbón encendido entre las manos en este último periodo de sesiones, antes del proceso electoral que renovará la cámara de San Lázaro, y para discutir la creación de un sistema nacional para luchar contra la corrupción, saltan a la luz pública gravísimos escándalos que llenan de estiércol a todos, desde la alfa hasta la omega.
Desgraciadamente, las concepciones han cambiado. Lo que en tiempos de De la Madrid era un delito, como el enriquecimiento inexplicable, ahora ya no lo es. Y hete aquí que con ese cambio de moral cualquier político alega, cuando le descubren una riqueza que huele a caca, en la que hubo conflicto de intereses, por lo menos, que el suyo es un negocio lícito.
Pero propiedades lujuriosas de políticos en el país y en el exterior, especialmente en centros importantes de los Estados Unidos como California o Nueva York, no son consideradas producto de la corrupción, porque los conceptos de corrupción, conflicto de intereses, robo, se han pervertido en la mente de los integrantes de la clase política.
En las próximas semanas estaremos presenciando, en el salón de sesiones de la Cámara de Diputados, prolongadas sesiones de debate simulado, en las que se deja que los diputados de la verdadera oposición se desgañiten denunciando la podredumbre del poder. Y la conclusión a que llega este escribidor, que ya había experimentado la ligereza del sexenio lopezportillista, así como la lucha anticorrupción del gobierno delamadridista, es que, como lo dije al principio, la corrupción es inextirpable de la mente y del tánatos del político mexicano.
La verdad desnuda es que la corrupción es una filosofía de vida en México, sociedad en la que quien no transa no avanza, o sea quien no roba no progresa. Y expertos en estas artes son los políticos desde que tengo memoria. Maestros del robo en despoblado son miembros de la clase política.
Esta realidad es tan cierta como la de la prostitución. Desde tiempos inmemoriales, desde que la humanidad apareció en este planeta, se practica la prostitución de mujeres y hombres. La trata de personas, o como se decía hace años, la trata de blancas, es tan anciana como la humanidad misma.
En los tiempos mexicanos, lo vislumbró Miguel de la Madrid con su fallida renovación moral –consciente o inconscientemente-, pero no se acordó que en México, de oficio, de nacimiento, quien no transa no avanza.
Aquel presidente quiso renovar una moral que, cuando mucho es, como lo dijo el Alazán Tostao (Gonzalo N. Santos), un árbol de moras, un árbol que sembró en estas tierras aquel puñado de transas, de corruptos españoles que conquistó y pretendió acabar con “las bestias” de los indios, que no tenían alma… Y cuyo rey les dio el privilegio se asesinar, de despojar, de robar a sus anchas. Y de ahí nació en México la corrupción que nos agobia. Además, aquella moral gozaba de la bendición del papa, del arzobispo, de aquel dios que los misioneros vendían a la indiada como una sacrosanta mercancía.
Seguramente los diputados aprobarán la creación de una instancia jurisdiccional persecutoria. Pero. Y aquí entra el real pesimismo. No olviden que en esta sociedad, la letra de la constitución y de las leyes nace muerta.
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