Llora, el país amado…
¿Periodismo o Propaganda?
MÉXICO, DF, 25 de marzo de 2015.-Qué aburrido, qué horrible sería que siempre estuviéramos de acuerdo. No habría alimentación espiritual mutua.
Por eso, agradezco a quienes no están conmigo.
Es muy agradable que alguien diga: Felicidades por tu artículo de hoy. Es excelente, o que el otro, amigo también, lo lamente: hoy, no estoy de acuerdo contigo, Tocayo.
Perfecto. De acuerdos y desacuerdos se va teniendo la vida. De acuerdos y desacuerdos sale la luz, se pulen las verdades. Tu verdad y mi verdad.
Y todo viene porque a unos les di la impresión, con mi columna, de que estoy en contra de la señora Aristegui. A otros, que defiendo al sistema opresor. A otros más, quizá, que defiendo la libre empresa capitalista.
Pero ni una ni otra. Simplemente intento delimitar, pintar mi raya.
Para mí, el periodismo es un oficio como escribir un verso, como concebir un poema. Como pegar ladrillos con la mezcla.
El periodismo así, y esto lo aprendí de espléndidos maestros, como Paco Fe Álvarez, Manuel Seyde, Jorge Villa Alcalá, Pedro Álvarez del Villar, Roberto Rodríguez Baños, y una pléyade de periodistas reporteros.
Hasta cuando alguien te miente la madre, querido paisano, tienes que confirmarlo antes de publicarlo, me advertía siempre uno de mis grandes maestros, el profesor. Guerrillero y reportero de Excélsior, René Arteaga.
Quién de los que hicimos periodismo en aquellos gloriosos y maravillosos años en el viejo Excélsior no recuerda a aquel René que inventaba una nota de color hasta hurgando un bolso de una edecán de los juegos panamericanos.
Se hizo periodismo. Se destaparon cloacas del poder. Y debo decirlo. No sólo fue obra de mi querido Julio. Julio fue designado director. No era patrón. Una pléyade de cooperativistas lo puso en el lugar de honor. Hasta donde sé, nunca se lucró descaradamente con la denuncia. Por eso Excélsior gozó del respeto de todos. Hasta del respeto de sus verdugos, encabezados por el Echeverriato.
De ahí viene un periodismo que no acuerda en lo oscuro. Porque quienes lo hacen en lo oscuro se engañan a sí mismos y piensan que engañan a los demás, engaño que tarde o temprano sale a la luz.
Defiendo a la práctica del periodismo sin adjetivos. Pero no me acuesto con ese periodismo sesgado que no defiende más que los propios intereses. Que engaña con piel de oveja a millones de personas que, sin esperanza, inventan dioses del lodo de la tierra y los crean a su propia imagen y semejanza, dioses que sólo se dedican a medrar y a enriquecerse apareciendo como la avanzada en el ejercicio de la libertad de expresión y de prensa.
Quien conoce mi trabajo, jamás se le ocurrirá pensar, creer, que defiendo a los poderosos política y económicamente. El sistema económico y político, por naturaleza, es perverso. Los políticos en esencia son depredadores, los más despiadados. Y cuántos reporteros han sido asesinados en esta historia. Periodistas que viven al día, que no los cubre el sistema para presentarse como paladines de la defensa de lo justo. El poder político jamás aceptará el verdadero periodismo porque lo denudaría diariamente. Es como prometer que un amigo personal me investigue a ver si soy corrupto y tengo conflicto de intereses.
Y por último, si quiero ser libre, si quiero ser completamente libre para ejercer el periodismo, lo último que se me ocurriría es vender mi fuerza de trabajo a una empresa de carácter absolutamente privado, capitalista, como una estación de radio, cuyo concesionario está más preocupado y ocupado de la ganancia fácil y rápida y no perder la concesión. Jamás lo haría en la televisión, también, pues este medio fue concebido específicamente para pintar de rosa la realidad. Para la tele todo es bonito, como una modelo o un modelo, o una telenovela con final feliz, siempre con final feliz.
Yo he trabajado como reportero en medios impresos. Excélsior, Proceso, El Financiero, medios concebidos por periodistas, por reporteros. Y así hay una pléyade de maravillosos seres humanos que no ganan millones de pesos, pero que diariamente salen a la calle a partirse la madre para buscar la nota, y la nota de ocho columnas, como le llamábamos años ha. Como dice Víctor Manuel Juárez, la nota es la nota; el choro es de cualquiera.