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OAXACA, Oax. 30 de noviembre de 2014.- Rodeado de iguanas verdes, conejos y cocodrilos, bajo la generosa sombra de los pochotes, el amparo del Río Ostuta y pleno de mujeres vestidas de flores, nació Andrés Henestrosa, en Ixhuatán, el 30 de noviembre de 1906.
La exuberancia natural, la mezcla de sangre blanca, negra, zapoteca y huave en su familia, el carácter dilatado y noble, su disposición a la escucha y observación, seguramente contribuyeron a que el niño Andrés atesorara en la memoria pasajes de un sitio mágico, vivo en la tradición oral de su tierra.
Andrés Henestrosa vivió hasta los 6 años en Ixhuatán, estudió la primaria en Juchitán y habló sólo zapoteco hasta los 15 años, cuando migró a la Ciudad de México para conocer al Secretario de Educación Pública en el mandato de Álvaro Obregón, el también oaxaqueño José Vasconcelos.
Henestrosa solicitó a Vasconcelos, a través de un intérprete de zapoteco, una beca para estudiar en la Normal Superior de Maestros, donde aprendió español con especial entusiasmo.
Se graduó de bachiller en la Escuela Nacional Preparatoria y cursó sin finalizar la licenciatura en Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Al mismo tiempo fue alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México.
Una de las figuras centrales de la llamada Generación de 1910, Antonio Caso, maestro de Henestrosa, en 1927 propuso al joven escribir los mitos, leyendas y fábulas que refería oralmente. Dos años más tarde sería publicado por primera vez el libro Los hombres que dispersó la danza, donde Henestrosa retoma tradiciones orales que recrea de manera minuciosa, en favor de una prosa eficaz que fluye con la frescura y cadencia musical y narrativa que en el idioma originario.
En Los hombres que dispersó la danza es exaltado un pasado indígena que se afianza en el presente a partir de la defensa de una cosmovisión a la vez liberal e íntimamente espiritual, los fundamentos del nacionalismo mexicano.
En 1936, luego de participar activamente en la campaña presidencial de Vasconcelos, la Fundación Guggenheim lo becó para realizar un estudio sobre la cultura zapoteca en América. Para cumplir su cometido Henestrosa vivió cortas temporadas en Berkeley, California; Chicago, Illinois; Nueva Orleáns; Louisiana; Nueva York, y otros lugares, dedicándose a la investigación en archivos y bibliotecas.
Como resultado de la investigación Henestrosa logró fonetizar el idioma zapoteco, preparó el alfabeto y un breve diccionario zapoteca-castellano, en el que dicho alfabeto se puso en práctica.
En Nueva Orleáns, en 1937, escribió el Retrato de mi madre, que junto con la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes, y Canek de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana más veces editada.
Las aportaciones de don Andrés Henestrosa pueden apreciarse indudablemente en términos literarios y lingüísticos, así como en su vasto legado bibliográfico. Pero quizá la aportación más grande de este maestro ha sido provocar que no sólo lingüístas, literatos, sociólogos y antropólogos se acerquen a la cultura zapoteca, sino que Todos, propios y extraños, podamos continuar el asombro que hizo a un hombre dedicar su vida a esta lengua.
Los hombres que dispersó la danza (fragmento de Imagen de Prometeo)
San Francisco, San Dionisio, San Mateo y Santa María del Mar, son cuatro pueblos huaves tirados en la costa del Pacífico, en el Istmo de Tehuantepec.
La verdad de que los zapotecas son enemigos de sus habitantes, se transmite de generación en generación desde el día en que el Dios Rayo, protector de su rey a quien todavía llaman Tata Rayo, tuvo un disgusto con el dios de mi otra tradición y cortó el hilo de la paz con la espada retorcida de un relámpago.
El rey huave tenía un hijo y una hija el rey zapoteca. El príncipe y la princesa no se conocían, porque la Laguna Superior varias veces se desdobla sobre el camino que separa a sus pueblos.
Y el agua es honda y si una piedra cae en ella nadie la encontrará jamás. Ninguno, sino por una necesidad grande, se atrevía a cruzarla.
Un día, sin previo aviso, se presentó en palacio una comisión enviada por el Dios Rayo a pedir a la princesa zapoteca para esposa del príncipe huave.
El rey zapoteca se la negó y cuentan que su cólera fue tanta que sobre sus orejas bien pudo quemarse una hoja seca…