
Rinden homenaje a José Emilio Pacheco con lectura poética en la UNAM
OAXACA, Oax. 10 de enero de 2016.- “Yo vengo como todos los hombres, de muy lejos, de muy abajo; pertenezco a la despeinada, descalza y hambrienta multitud mexicana, y he peleado, desde que me acuerdo, por ser mañana distinto al de hoy y pasado al de antier; ser distinto cada día ha sido mi lucha, pero siempre con un horizonte y sin dejar de ser aquel que descalzo anduvo en su niñez”, escribió el escritor Andrés Henestrosa.
Un hombre que hasta los 15 años sólo habló zapoteco y, después de muchos trabajos, aprendió español y con el tiempo se convirtió en poeta, narrador, ensayista, orador, escritor, político e historiador. Vivió 101 años.
Una de sus grandes contribuciones fue la fonetización del idioma zapoteco y su transcripción al alfabeto latino.
Rodeado de iguanas verdes, conejos y cocodrilos, bajo la generosa sombra de los pochotes, al amparo del Río Ostuta y pleno de mujeres vestidas de flores, nació en Ixhuatán, el 30 de noviembre de 1906.
Andrés Henestrosa vivió hasta los seis años en Ixhuatán, estudió la primaria en Juchitán y, ya adolescente, emigró a la Ciudad de México para conocer al secretario de Educación Pública, el también oaxaqueño José Vasconcelos. El joven Andrés, a través de un intérprete, le pidió a Vasconcelos una beca para estudiar en la Normal Superior de Maestros, donde aprendió español con especial entusiasmo.
Ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria y cursó sin concluir la licenciatura en derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Al mismo tiempo fue alumno de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional.
El filósofo Antonio Caso –figura central de la llamada Generación de 1910–, en 1927 propuso al joven Henestrosa escribir los mitos, leyendas y fábulas que solía contar oralmente. Dos años más tarde sería publicado por primera vez el libro Los hombres que dispersó la danza, donde Henestrosa retoma y recrea tradiciones orales, en favor de una prosa eficaz que fluye con la frescura y cadencia musical de su idioma materno.
En Los hombres que dispersó (1929) la danza se exalta el pasado indígena que se afianza en el presente a partir de la defensa de una cosmovisión a la vez liberal e íntimamente espiritual, los fundamentos del nacionalismo mexicano.
En 1929 participó activamente en la campaña de José Vasconcelos por la Presidencia de la República que, aunque, fracasó políticamente dejó su impronta en la reconstrucción nacional mediante instituciones educativas de gran prestigio, como la Secretaria de Educación Pública y la Universidad Nacional Autónoma de México.
Interesado en la difusión y promoción de escritores mexicanos, así como del fomento cultural y educativo, Henestrosa canalizó esta inquietud en dos revistas que él mismo dirigió. La primera fue El libro y el pueblo, título de evidente perfil vasconcelista; y la segunda, ya como jefe del Departamento de Literatura y Editorial del Instituto Nacional de Bellas Artes, titulada Las Letras Patrias. En el número uno de esta revista, correspondiente a enero-marzo de 1954, se puede leer en el proemio “Las Letras Patrias… aspira a servir con dignidad a la cultura de México… tomado del título que don Manuel Sánchez Mármol aplicó con exclusividad a la literatura mexicana del siglo XIX y que Alfonso Reyes hizo extensiva a la historia total de nuestras letras”.
En 1936, la Fundación Guggenheim lo becó para realizar un estudio sobre la cultura zapoteca en América. Para cumplir su cometido Henestrosa vivió cortas temporadas en Berkeley, California; Chicago, Illinois; Nueva Orleans; Louisiana; Nueva York, y otros lugares, dedicándose a la investigación en archivos y bibliotecas.
Como resultado de la investigación Henestrosa logró fonetizar el idioma zapoteco, preparó el alfabeto y un breve diccionario zapoteca-castellano, en el que dicho alfabeto se puso en práctica.
En Nueva Orleans, en 1937, escribió el Retrato de mi madre, que junto con la Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, y Canek, de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana más veces editada.
Periodista, divulgador
Andrés Henestrosa estaba convencido del poder que tenía la palabra para motivar cambios profundos en las personas. Infatigable lector, practicó el periodismo cultural y político con ahínco, desarrollando dicha labor por más de 50 años en diversos diarios de circulación nacional, como El Nacional, Excélsior, El Universal, Novedades y El Día, entre otros.
Fiel a su primera formación, Henestrosa tampoco desdeñó la enseñanza literaria: Fue profesor de literatura mexicana e hispanoamericana en la Escuela Normal Superior, en la Escuela Nacional Preparatoria y la UNAM.
El maestro Henestrosa recibió en vida las distinciones, tales como el Premio Nacional de Periodismo de México (1983); la Presea Ciudad de México (1990); Premio Internacional Alfonso Reyes (1991) y la Medalla Ignacio Manuel Altamirano, de la Secretaría de Educación Pública (1992). También el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de Lingüística y Literatura (1994) y la Medalla de Oro del Instituto Nacional de Bellas Artes (2002).
En su honor han sido instauradas la Medalla Andrés Henestrosa, de Escritores Oaxaqueños A.C. (1992) y la Medalla de la Comisión del Deporte Andrés Henestrosa. Con motivo de sus 100 años de vida, recibió el doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana (2007).
Autorretrato
De prosa ágil y directa, Henestrosa no perdió nunca el ritmo alegre y el tono colorido, lleno de afluentes y retruécanos de su lengua natal: el zapoteco. En una charla de 1961, en el Palacio de Bellas Artes, recordó que llegó a la ciudad de México a fines de 1922. “Llegué aquí el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. Yo he dicho que no salí de mi tierra, sino que fui arrancado, pero que algunas de mis raíces se quedaron allá…”.
Las aportaciones de Henestrosa pueden apreciarse indudablemente en términos literarios y lingüísticos, así como en su basto legado bibliográfico. Pero quizá su aportación más grande fue provocar que lingüistas, literatos, sociólogos y antropólogos se acerquen a la cultura zapoteca.
Henestrosa falleció la tarde del jueves 10 de enero de 2008, a la edad de 101 años en la Ciudad de México. Le sobreviven su hija Cibeles Henestrosa, y sus nietos Andrés Webster Henestrosa, Edemnida y Cérida. Su esposa Alfa Ríos Pineda falleció en 1995.
Amante de los libros
“Soy los libros que he leído” se puede leer en la fachada de la Biblioteca Henestrosa, en la ciudad de Oaxaca, que fue inaugurada el 30 de noviembre de 2003, para celebrar el cumpleaños 97 del escritor, con el apoyo de la Fundación Harp Helú.
Historia, literatura, estudios de lenguas indígenas, arquitectura, arte, urbanismo, arqueología, textos de carácter antropológico, más de 40 mil volúmenes integró Henestrosa en su biblioteca con la firme intención de legar su mundo al país que lo hizo universal. Hoy, la Biblioteca Andrés Henestrosa cuenta con más de 60 mil volúmenes.