Historia de una hacienda africana
México, D.F., 14 de agosto de 2009 (Quadratín).- Casi tres meses de plantón frente a las oficinas del gobierno poblano van a cumplir los antorchistas de ese estado en demanda de un poco de justicia social. En este tiempo no ha parado de llover sobre ellos un auténtico diluvio de ataques de los medios informativos poblanos. Les han dicho de todo: sucios y malolientes que, además, obstaculizan el tráfico, por lo que deben ser desalojados por la fuerza pública; les han revivido todo el rosario de crímenes supuestamente cometidos por ellos en distintas épocas y lugares, acusaciones que el tiempo y las pruebas se han encargado de desmentir; los han tildado de abusivos (con nada se llenan) y de chantajistas (la protesta pública es chantaje, dicen ciertos periodistas); de malagradecidos (no reconocen los inmensos favores que el gobierno les ha hecho), de vividores y parásitos (por las cuotas que arrancan a sus agremiados con falsas promesas de solución a sus carencias), de vivir en mansiones, de moverse en autos de lujo y hasta de desayunarse en Sanborns, mientras sus seguidores se mueren de hambre en el plantón. Todo esto sólo como muestra.
Las protestas y aclaraciones contra este florilegio de verdades que han hecho Lautaro Córdova, responsable estatal de prensa de Antorcha, Juan Manuel Celis, Presidente del Comité Estatal, y Eleusis Córdova, que publica regularmente sus opiniones en algún diario, no han sido solamente inútiles sino contraproducentes: en respuesta, las injurias, las acusaciones, las calumnias desvergonzadas y las peticiones de desalojo se han multiplicado por 10 o más veces. Y creo que me quedo corto. Dos son los argumentos fundamentales que esgrimen los injuriadores: que ejercen la libertad de prensa e información que tutela la Constitución, y que se limitan a publicar la verdad, a cuyo servicio y por cuya defensa viven y mueren. Respecto a la libertad de prensa e información no tengo nada que objetar; siempre he estado de acuerdo con ella y es responsabilidad de cada quién la manera de ejercerla. Sólo quiero llamar la atención sobre la flagrante contradicción en que incurren los que se escudan en ella: cuando, llenos de santa indignación, injurian a los antorchistas por sucios y malolientes y exigen a voz en cuello su desalojo, ¿no se acuerdan acaso que la protesta y la manifestación pública, sin más límites que los que impone la propia ley y no el capricho de cualquiera, son también un derecho tutelado por la Constitución que todo mundo, comenzando por los propios gobernantes, tienen la obligación de respetar? ¿O qué? ¿Sólo los derechos de quienes son, o se consideran influyentes, merecen respeto?
En cuanto a que los señores sólo publican verdades y que están al servicio sólo de la verdad, me permito declararme en completo desacuerdo. Todo el que lea regularmente la prensa sabe que la manera en que muchos medios y periodistas recaban el material de sus noticias, columnas y artículos de opinión, así como la manipulación que hacen de ese material a la hora de redactar, están muy lejos de llenar los requerimientos mínimos de un pensamiento riguroso y científico. El 90 por ciento o más de lo que se publica son declaraciones (los medios mexicanos están enfermos de declaracionitis), y, para ser precisos, en su gran mayoría declaraciones de gente famosa o poderosa, económica y políticamente. Por esta sencilla razón, no es posible tomarlas, sin más, como si fueran la verdad revelada. Y sin embargo, así las tratan y difunden los medios. De manera abierta o subliminal, inducen al lector a razonar que si ésa es la versión de tal o cual personaje, ésa es, también, la verdad indiscutible. Los poderosos, en otras palabras, siempre tienen razón; los humildes y desvalidos, nunca; y menos si contradicen a los dueños del poder y del dinero. La escasa investigación que se hace adolece de vicios tales, que también la nulifican como fuente de verdad. Casi siempre los reporteros y cámaras que van al lugar de los hechos, van protegidos y hasta trasladados por la autoridad, razón por la cual sólo ven y filman lo que ésta quiere, y sólo opinan lo que les sugiere. En los rarísimos casos en que es el medio quien paga todo directamente, sucede que, o bien se trata de probar una idea preconcebida, o bien se trata de un encargo pagado con anticipación. Por eso, la investigación carece de libertad y objetividad; los reporteros van a cumplir una orden y no pueden apartarse de ella so pena de perder el empleo.
En relación al tratamiento que se le da, la situación es aún más precaria, si cabe decirlo así. Hay un absoluto menosprecio, y hasta un grave desconocimiento de los requisitos que exige cualquier razonamiento serio, si han de obtenerse de él inferencias verdaderas. A lo más que se llega es a aducir como prueba versiones periodísticas anteriores que tampoco fueron demostradas en su momento; citas de personajes cuya honestidad y autoridad moral están fuera de toda duda; versiones de una autoridad relacionada con el asunto, y, en los mejores casos, citas de libros escritos por encargo que tampoco llenan un mínimo de rigor metodológico. En resumen, pues, argumentos ad hominem y ad autorem que, como sabe bien, no son recursos universalmente admitidos para probar la veracidad de una afirmación.
Y bien, ésas son las fuentes y las pruebas de quienes se han ensañado con el plantón antorchista, actitud por la que pretenden se les tome como modelos de honestidad y de desinteresados defensores de la verdad. Pero, parafraseando el conocido adagio popular, podríamos decirles: dime a quién defiendes y a quién atacas y te diré a qué intereses realmente sirves. Ya Marx, hace más de siglo y medio, explicó el fenómeno de mano maestra: La burguesía -dijo- ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados. Y aquí van incluidos, por supuesto, muchos dueños de medios y comunicadores honestos a su servicio, como lo prueba el caso que comento.