Participará Quinteto Auris en Festival de Cultura UNAM
Espíritu. Materia blanda y transparente con la que antiguamente se rellenaban los cuerpos. (Xavier Velasco)
Oaxaca, Oax. 19 de septiembre de 2011 (Quadratín).- La calle estaba poco iluminada, a pesar de ser una de las más transitadas. El paso a paso de seres que habitan este pedazo de tierra se confunde entre la oscuridad que poco a poco va envolviendo esas construcciones.
Entre pedazos de historias, se cuentan nuevas, con carteles, con fotos, con firmas, con reclamos ante lo que se volvió un muro de lamentos en el corazón de una ciudad desgarrada por la pobreza de su sangre, por el hambre de su pueblo, por el llanto de aquellos seres extraviados entre cúmulos de cifras y documentos.
En esa pieza de concreto y cantera verde, aparecen papeles, nombres y rostros de aquellos que ni siquiera son de este valle, pero sí de este hogar, el nuestro.
Bajo un pretexto y moda quizá, la oportunidad se aprovechó, reclamar sin más llanto, sin más gritos, reclamar con imágenes, con nombres y figuras, con una emblemática zona de conocimiento, ahí donde se formaron los hombres y mujeres, las mujeres y los hombres, que le dieron un nombre a lo que hoy no sabemos cómo llamar.
Y mientras la noche llegó al escenario –como madre incómoda–, cientos de ojos se perdieron entre esas almas pegadas a la pared.
-¡La Foto!…
-Aquí pasó
Eran las frases que identificaban el glamour de tomar esas fotos, los flashes, el recuerdo y en el fondo, el vago intento de llevarse una pieza del muro de lamentos, la evidencia.
A pesar del reclamo latente y del llanto que significan los rostros, el contraste era demasiado evidente, al punto de llegar a ser otro destino turístico más.
La foto rápida. Mientras nos comemos unas papas, una de esas cosas que llaman piedrazos o simplemente porque el más pequeño de la familia quiere seguir caminando y no podemos perderle el paso.
El apoyo de los oprimidos, unidos somos más, por la libertad de nuestros pueblos, conciencia, se escuchan por doquier, retumban en las marchas, se imprimen en papeles, se reparten en esquinas y se pierden en los bolsillos.
Huaraches y pies marcados con llagas de kilómetros recorridos, con esos pasos que se acostumbraron a librar veredas, hoy esquivan automóviles, con esa alma que despertaba al trinar de las aves, desde ayer lo hacen con megáfonos y pancartas en mano.
Son tristezas que pegan, duelen, lastiman, sangran, pero que sobre todo
dan beneficios.
Esas marchas, esos gritos, han servido para sobrevivir, dejando atrás aquellas tierras y viviendas de lodo que sirven de consigna.
Esa hambre de los que se quedan, que siguen sufriendo entre balas de un plomo despiadado que no comprende que quien los dispara son los mercaderes de la desgracia.
Las manifestaciones han destrozado el concepto de política, prostituyeron la esencia del diálogo y capitalizaron la sangre, los muertos, el llanto.
En estos días de pena global, los trajes indígenas, la piel tostada, el coraje milenario por la igualdad se han convertido en materia de cambio, en un bien que se negocia con un café en lugares exclusivos y con unos pesos.
El pueblo mexicano no sabe reunirse, no puede trabajar en conjunto, es parte de su naturaleza, somos huevones y no nos atrevemos a reconocerlo.
Se nos hace fácil elegir a alguien a quién seguir, y vamos detrás de esos que nos prometen la liberación, un futuro mejor, el cambio y lo único que haremos es crear una moda y marchar, como en alguna ocasión lo hicieron quienes le dieron la esencia a los movimientos sociales.
Hoy los líderes viajan en camionetas de lujo, viven en residencias, frecuentan los restaurantes más caros –esos que son INNy cuando asisten a los mítines llevan a sus amigos Prada, Gucci, Calvin Klein o Lacoste, elementos característicos de ese capitalismo que tanto critican.
Mientras los caminantes, esos que creen en los sueños, en el movimiento social, que aspiran al cambio, a dejar que sus hijos y familia vivan un minuto mejor que ellos, comen tortillas con sal, se queman bajo el sol y sudan lágrimas.
Y a la par de aquellos mercaderes sociales, viene la moda, lo chic y que seduce a universitarios a seguirlos en marchas, que en primera instancia es por creencia y terminan siendo influencia, con sus playeras negras, sus cámaras y las ganas de recorrer las ciudades, un país, el mundo, con una perspectiva distinta de hacer turismo.
Los maloras, esos que se aprovechan de las desgracias siguen vigentes, y es momento de asumir el compromiso, si queremos cambiar, hay que planear el cómo, no necesitamos de líderes, no son necesarias esas figuras que engrandecen los mass media, ¡ya basta! Sí, de esos estereotipos, de esa brecha que nos limita mucho antes de iniciar la lucha.
Si queremos cambiar, está en nuestras acciones el lograrlo, hay que despertar, y tomar al mundo en serio, tomarnos en serio y vivir en serio. Pero antes, mandemos a esos líderes a #chingarasumadre
@argelrios